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Zaida Muxí: “Las ciudades tienen que dejar de ser esas grandes consumidoras de recursos”

Jordi Pacheco

El espacio público es fundamental para unas relaciones sociales equitativas y justas porque es el ámbito donde se reflejan los valores de las personas, sus enfados, sus reclamaciones, sus necesidades, su vida cotidiana y sus afectos. Así lo cree Zaida Muxí (Buenos Aires, 1964), profesora titular del departamento de Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Cataluña. Pionera en los estudios urbanos con perspectiva de género, esta doctora arquitecta formada entre Buenos Aires, Sevilla y Barcelona —donde reside—  considera que “la supervivencia de las relaciones sociales pasa por la proyección de un entorno urbano accesible, inclusivo, natural y naturalizado”.

¿Cómo explica la función social de los arquitectos, arquitectas y urbanistas de las ciudades de este mundo globalizado?

Nuestro papel consiste en buscar la mejora de las condiciones del hábitat donde desarrollamos la vida las personas y los demás seres vivos. En el mundo actual cada vez hay más profesionales que no pertenecen o no tienen relación con el lugar donde trabajan, y esto genera a veces un desapego y una falta de compromiso que no existiría si conocieran, vivieran y amaran el entorno en el que llevan a cabo los proyectos. No digo que no se pueda trabajar sin ser de un determinado sitio, pero a menudo el trabajo hecho desde la lejanía lleva a pensar solo en la imagen, obviando otros aspectos, entre ellos el cómo, el porqué y el para quién. Por tanto, desde el urbanismo y la arquitectura jugamos una función crucial como equilibradores, porque en el momento de proyectar y construir espacios hemos de pensar en todas las personas, no solo en las que tienen más capacidades económicas y educativas.

Se instaló en Barcelona a finales de la década de 1990, cuando la ciudad recibía un gran flujo migratorio al mismo tiempo que vivía un boom inmobiliario que propició la construcción de edificios tan polémicos como la torre Agbar. ¿Qué piensa sobre aquel debate en torno al nuevo modelo urbano que por entonces se empezó a perfilar?

En efecto, en aquellos años Barcelona se empezó a alejar de una cierta idea de ciudad hecha desde los barrios y para los barrios, una ciudad cuyas políticas urbanas se habían dado hasta entonces como respuesta a las necesidades y las reclamaciones de los vecindarios. Creo que lo verdaderamente importante de la Transición, y los primeros años de la democracia en Barcelona y otras ciudades españolas, fue esta relación de la sociedad civil organizada con las personas políticas y técnicas y cómo desde ahí se reclamaba la mejora de las condiciones de vida de los barrios. En el caso de Barcelona, esa manera de hacer se mantuvo hasta las obras de los JJOO, que se aprovecharon para dotar a la ciudad de servicios a veces invisibles, pero siempre imprescindibles como, por ejemplo, las redes cloacales de la zona noreste.

Posiblemente, la crítica que hubo en su momento y en la que ahora se sigue haciendo hincapié tiene que ver con la realización de las rondas de Litoral y de Dalt.

Sí, se critica que en aquel momento no se hubiera apostado por el transporte público. Las rondas se hicieron con la idea de sacar los vehículos que cruzaban el Ensanche y no han evitado que hoy volvamos a estar ante el mismo problema: los coches siguen pasando y pasarán más. De haber estado apoyadas por una buena red de transporte público, las rondas hubieran cambiado ciertas formas de moverse por la ciudad.

La otra crítica a ese período fue la falta de construcción de vivienda pública.

También, aunque dentro de lo que se estaba haciendo todavía existía una mirada muy ciudadana y de integración. De hecho, el diseño de las rondas, a pesar de ser vías rápidas, es un buen ejemplo de una vía rápida integrada gracias a las plazas y los equipamientos que las cubren en muchos de sus tramos. Pero claro, con la posterior llegada de la globalización, Barcelona empezó a posicionarse como una gran urbe para atraer turismo e inversiones globales. Fue entonces cuando se contrató a arquitectos de firma internacional a los que se les permitieron muchas barbaridades como la Torre Agbar o el Parque Central del Poblenou, también encargado al mismo arquitecto. Todo aquel proceso culminó con el Fórum Universal de las Culturas 2004 como una escenificación real de la distancia entre la ciudadanía y los proyectos impulsados desde los poderes públicos.

Durante la época preolímpica, Barcelona y otras ciudades españolas se situaron como referentes internacionales en cuanto a arquitectura y diseño. ¿Era mejor la arquitectura de entonces que la actual?

No, pero posiblemente han cambiado los valores, las razones por las cuales se hacen las cosas; hoy sabemos que hay ciertos proyectos que no podemos llevar a cabo. No podemos hacer diseños que impliquen un despilfarro de recursos, sino apostar por construcciones más sostenibles y amigables con la naturaleza. En cualquier caso, quienes estudian las tendencias en arquitectura y diseño en la actualidad sitúan de nuevo a Barcelona entre las ciudades a admirar por su capacidad de continua reinvención.

En el momento de proyectar espacios hemos de pensar en todas las personas, no sólo en las que tienen más capacidades económicas y educativas

¿Qué hacer para que las diferentes partes de una ciudad estén bien integradas y que sus habitantes puedan tener una visión de conjunto que les lleve a salir de sus barrios?

Una de las claves en este sentido es la visitabilidad de los barrios. No hay nada peor para generar miedo y desconfianza que el no conocer a los otros. Por eso, cuando se hacen trabajos de mejora en los barrios más pobres y humildes hay que pensar en reclamos que nos inciten a visitarlos del mismo modo que vamos a los centros urbanos donde hay museos, parques o lo que fuera. Esta es la mejor manera de contrarrestar los bulos, las xenofobias y los estigmas que pesan sobre algunos barrios. Por otro lado, tenemos que tratar que los barrios tengan lo que Oriol Bohigas llamó la monumentalización de la periferia. Esto quiere decir, tratar a las periferias como si fueran centro, en todos los sentidos: en el diseño, en las facilidades, en los equipamientos, en los servicios, en la calidad de los espacios. El buen espacio público, el buen transporte público, las buenas escuelas, las buenas viviendas, no tienen que estar solo en barrios privilegiados o en los centrales de un área, sino que pueden estar perfectamente y deben estar en todos los barrios.

¿Por qué las ciudades no cumplen su función social con respecto a las mujeres?

Las ciudades, como todo nuestro sistema social, están organizadas según unos valores patriarcales y machistas. Esto quiere decir que se ha puesto al hombre en la cima del saber, de la razón; pero a un hombre ideal y que es una minoría: el hombre blanco, burgués, varón, adulto y heterosexual. El espacio público no está pensado para satisfacer las necesidades de las demás personas. ¿Y qué es lo que falta en las ciudades cuando no se tienen en cuenta estas perspectivas múltiples?

Especialmente falta la perspectiva de la experiencia de las mujeres, no solo por ser mujeres —que también— sino porque el cuerpo femenino en la ciudad es visto diferente que el cuerpo masculino y eso conlleva que ciertas zonas de la ciudad para las mujeres sean más inseguras, más incómodas, por la construcción machista de roles y de lugares, de objetos, y que el cuerpo de la mujer es un objeto apropiable en el espacio público.

¿En su opinión la sociedad ha dado, según unas características biológicas, unas capacidades excluyentes a hombres y mujeres?

En efecto, para los hombres es lo público, el trabajo productivo, lo visible, lo importante: la experiencia masculina es la que marca el relato. Y al género femenino, dada nuestra capacidad para la reproducción, se nos han asignado las tareas que tienen que ver con esa reproducción, que por otra parte nuestra sociedad desprecia, no valora o no considera más allá de la necesaria reproducción para tener mano de obra o herencia. El trabajo de la reproducción está invisibilizado y relegado al ámbito privado, pero en realidad no es así; digamos que el espacio público es parte del desarrollo de las labores de la vida cotidiana y entonces, en esta posición de subalternidad, no se ha visto cuáles son las necesidades que tiene el género femenino en la ciudad. Por tanto, para ser ciudades que tengan en cuenta a la totalidad de la población, es importante ver, escuchar y trabajar participativamente con los grupos y con las personas, y especialmente con las mujeres, para poder entender cómo es su día a día en función de su diversidad. En este sentido, una cuestión clave es el transporte o la movilidad, que está muy pensada para esa experiencia más de género masculino que se desplaza mayoritariamente en coche. Si hubiéramos diseñado las ciudades teniendo en cuenta el género femenino, serían de distancias cortas y basadas en el transporte público.

La alcaldesa Ada Colau ha sido criticada, entre otras cosas, por las ‘supermanzanas’. ¿Cómo valora usted este proyecto?

Para mí el proyecto de las supermanzanas es fantástico y es por aquí por donde tienen que ir todas las ciudades del mundo, de hecho, muchas están yendo ya en esta dirección: Nueva York, París, Copenhague, Milán, Londres, entre otras. Las supermanzanas ponen a las personas en el centro, recuperan espacios públicos para la ciudadanía, naturalizan la ciudad y apartan el vehículo privado, que como se ha visto en estadísticas recientes, en el caso de Barcelona solo algo más del 20% de las personas usan. Además, dentro de este 20%, hay muchos más hombres que mujeres. Por lo tanto, si queremos una ciudad más igualitaria, tenemos que ir por ese camino.

¿Desde la política urbana de qué forma podemos luchar contra el desafío de la subida de las temperaturas?

Tenemos que mirar las arquitecturas más tradicionales de las diferentes regiones para aprender cómo se solucionaban antes los picos de calor y de frío y ver cómo podríamos aplicar estas técnicas de manera contemporánea a las ciudades y edificios actuales. Las supermanzanas o naturalización del entorno suponen un paso en la dirección de mejorar las condiciones térmicas de las ciudades. Las ciudades son islas de calor: aunque por la noche refresque, el asfalto, las piedras y los edificios siguen emitiendo calor, de modo que necesitamos otros tipos de superficies y eso se logra con espacios más verdes y con reducir el asfalto. Y respecto a la edificación, uno de los errores que cometemos es que no hay apenas diferencias entre las fachadas aunque estén orientadas al sur, norte, este u oeste, aun siendo muy diferente su comportamiento térmico y las necesidades de protección que tienen. Tenemos que recuperar que los edificios ventilen de manera natural y que esta ventilación se genere por fachadas protegidas de los calores más fuertes, especialmente la fachada oeste, que es la que más sufre en los atardeceres del verano. En Barcelona, por ejemplo, se está llevando a cabo una experiencia para poner balcones en edificios que no los tienen, ya que todo edificio debería tenerlos. Es fundamental proteger del sol las fachadas.

¿Y la solución a los aires acondicionados?

Es una verdadera barbaridad ya que con ellos estamos enfriando el interior a base de calentar el exterior, sin contar ya con el hecho de que estamos empleando una energía que también escasea y es cara. Creo que hemos basado todo nuestro bienestar y desarrollo en la ficción de unas fuentes naturales inacabables. Y sabemos perfectamente que eso es una gran ficción.

¿Qué les diría a los responsables de urbanismo que salgan de los próximos comicios municipales?

Que sean conscientes de la diversidad de la población que habitamos en las ciudades, así como de la crisis climática y de cuidados que el mundo está viviendo. Las ciudades tienen que hacer un gran esfuerzo para dejar de ser esas grandes consumidoras de recursos que vienen de otros territorios a los cuales muchas veces ni miramos, ni reconocemos. Tenemos que adoptar una posición clara frente a la crisis ambiental y eso implica apostar por ciudades con buen transporte público, peatonales, de distancias cortas. Por otro lado, también hay que llevar a cabo políticas reales de vivienda pública, lo cual es competencia de las autonomías y del Estado. Por tanto, a los responsables de urbanismo les pido por favor que sean conscientes de la necesidad de vivienda asequible y para toda la vida. No tienen que ser necesariamente viviendas de compra, pero tienen que aunar diversas características porque las etapas de la vida son diversas. Derecho a la ciudad es derecho a la vivienda, y derecho a la vivienda es derecho a la ciudad; no puede haber vivienda sin ciudad ni ciudad sin vivienda.

El espacio público es fundamental para unas relaciones sociales equitativas y justas porque es el ámbito donde se reflejan los valores de las personas, sus enfados, sus reclamaciones, sus necesidades, su vida cotidiana y sus afectos. Así lo cree Zaida Muxí (Buenos Aires, 1964), profesora titular del departamento de Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Cataluña. Pionera en los estudios urbanos con perspectiva de género, esta doctora arquitecta formada entre Buenos Aires, Sevilla y Barcelona —donde reside—  considera que “la supervivencia de las relaciones sociales pasa por la proyección de un entorno urbano accesible, inclusivo, natural y naturalizado”.

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