Aroa Moreno: "Muchos pensadores no asumen su pérdida de privilegios por ser hombres"

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Escribir es una forma de luchar contra el olvido. Poner sobre el inmortal papel los nombres y los actos de quienes vivieron silenciados durante toda su existencia es un acto de valentía y, sobre todo de memoria. Porque la tinta y la Historia (sí, con mayúscula) son la única forma que tienen los exiliados, los perseguidos y los reprimidos de levantar la voz y ser recordados. Aroa Moreno (Madrid, 1981) es una de las autoras que con más tino lucha contra la desmemoria de ese vil olvido, una de las voces más comprometidas de nuestro país. Y con sus libros, no solo ha cosechado importantes premios y halagos de la crítica, sino que también ha evitado que las luchas de los más débiles se desvanezcan con el paso de los años. 

Precisamente, Moreno dedicó a una de estas historias la que es, probablemente, su obra más exitosa hasta la fecha, La hija del comunista. En esta novela cuenta la historia de una familia de exiliados españoles en la RDA que ve pasar algunos de los acontecimientos históricos más importantes del siglo XX mientras vive a las sombras del Muro de Berlín. Un relato que conoció de manos del poeta Marcos Ana y que “no pudo no escribir”, para hacerlo perdurar en la Historia. Su libro más reciente es La Bajamar, donde también recupera el tema de la memoria a través de tres generaciones de mujeres del País Vasco, que vivieron la Guerra Civil, el exilio y, posteriormente, el terrorismo de ETA. 

El compromiso social de Aroa Moreno con la historia y con la memoria es claro, la pregunta es si, a día de hoy, los intelectuales siguen teniendo esta implicación social tan activa. “Siento que están sumados al ruido general y mediático. Sí creo que hay que ser radical contra ciertos pensamientos, pero me gustaría poder escuchar una sola voz reflexiva, dialogante, que no destierre ni venere una postura radicalmente dentro de ciertos parámetros. Hoy me parece imposible”, opina pesimista la autora, que observa la primacía de “un diálogo faltón entre personas que no se escuchan” por encima del debate profundo. 

Una situación que deja a los intelectuales actuales bastante desdibujados con respecto a los de antaño. En opinión de la autora, estos pensadores del pasado tenían mucho más peso social, favorecido porque “antes al pensamiento y a la razón se les tenía cierto respeto”. Además, a su forma de ver, en el pasado “la educación no era un tejido horizontal de la sociedad. Había quiénes sabían más. Quienes tenían oportunidades para la reflexión. Quienes tenían una voz más fuerte” y, por ese motivo, también importaban más de cara al resto de la ciudadanía. 

Ahora lo intelectual produce poco beneficio, y vivimos tiempos donde todo debe tener un precio, cuanto más alto, mejor

En contraste, actualmente Moreno piensa que se busca más el espectáculo que la reflexión, y en ese clima es complicado crear un debate reflexivo y sosegado propicio para los intelectuales “Ahora lo intelectual produce poco beneficio, y vivimos tiempos donde todo debe tener un precio, cuanto más alto, mejor”, sostiene. Además, otra de las características del tiempo presente para Moreno es el deseo constante de las personas por querer tener más, por llegar a más, y piensa que “ahí, a lo mejor, los intelectuales también se han perdido”.

Ese mercantilismo de la sociedad tiene una de sus traducciones más significativas, según la escritora, en las redes sociales. “Las redes definen claramente a esta sociedad inmediata. Es imposible que una red pensada para redireccionar intereses y afectos, para vender y comprar, pueda alumbrar un pensamiento intelectual propio”, opina la autora, que en este sentido cree que las redes sociales nos han convertido en “mercaderes de nosotros mismos”.

Otra de las situaciones que favorecen las redes sociales es la inmediatez. “Me parece increíble que, según sucede algo, se pueda tener una postura clara al respecto. A mí me cuesta mucho entender nuestro tiempo”, remarca. Por fortuna para todos, uno de los lugares en los cuales encuentra ese refugio de calma para pensar es la escritura, que le ayuda tanto a posicionarse como a entender su vida: “A veces, las cosas están claras, pero no siempre. A veces, hay que detenerse y darle una vuelta a nuestro interior y al exterior”.

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Por eso, en un momento tan complicado como el que pasa España, y en particular el mundo de la cultura, Moreno echa de menos muchas voces. “Si tienes un espacio en un medio es porque aceptas que buscarás una fórmula para decir algo propio. No puede ser que el país se tensione tanto políticamente y se sigan llenando páginas de frivolidad para el clickbait”, critica. De igual manera, cree que los intelectuales actualmente “están muy preocupados por la cancelación y no por la censura. Por sostener caricaturas ideológicas que ya no existen”. Sin embargo, si hay un tema que retrata, en opinión de Moreno, a estos pensadores es su posición con respecto al feminismo. “Muchos de ellos no asumen su pérdida de privilegio por ser hombres”, zanja.

Por todo ello, pese a confesar no saber muy bien qué significa la palabra “intelectual” con exactitud, Moreno prefiere refugiarse en aquellos que le enseñaron “las tripas de la vida”. “Machado me importa porque escribió algunos de los versos más hermosos de nuestra lengua. Idealizo a Unamuno porque leyendo San Manuel, bueno, mártir dio un vuelco a lo que yo entendía por escribir. Me enseñó el simbolismo. No es poco”, confiesa. 

Así, en un mundo donde la palabra intelectual se está pervirtiendo cada vez más y más como “parte del borrado que está teniendo el pensamiento en esta sociedad del bienestar tan llena de fisuras”, Moreno ve imprescindible reivindicar a aquellas personas que pueden pensar más allá de una consigna. A aquellas que resisten y resistieron frente a ciertos regímenes. Dentro y fuera de España. Y a aquellas que, pese a llegar de generaciones muy diferentes, tienden una cadena infinita que permite pensar, recordar y seguir resistiendo.

Escribir es una forma de luchar contra el olvido. Poner sobre el inmortal papel los nombres y los actos de quienes vivieron silenciados durante toda su existencia es un acto de valentía y, sobre todo de memoria. Porque la tinta y la Historia (sí, con mayúscula) son la única forma que tienen los exiliados, los perseguidos y los reprimidos de levantar la voz y ser recordados. Aroa Moreno (Madrid, 1981) es una de las autoras que con más tino lucha contra la desmemoria de ese vil olvido, una de las voces más comprometidas de nuestro país. Y con sus libros, no solo ha cosechado importantes premios y halagos de la crítica, sino que también ha evitado que las luchas de los más débiles se desvanezcan con el paso de los años. 

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