La historia de Weldon Kees (1914-1955) es la de una desaparición. No solo la del cuerpo del poeta, músico, cineasta y pintor estadounidense, que se esfumó sin dejar rastro dejando su coche aparcado junto al golden Gate (no se sabe si se suicidó o se fugó a México: ambos planes rondaban su cabeza). También la de su ser literario. Tras su muerte, y pese a ser un referente para escritores como Elizabeth Bishop (compañera de generación y amiga), su obra cayó en el olvido.
A partir de los setenta, sus versos, de difícil acceso en la época, comenzó a ser recuperada por un grupo de acólitos poetas —la editora y a su vez poeta Dana Gioia denuncia en el prólogo el vacío de la academia— hasta hacer de Kees una referencia en el canon literario estadounidense. En los últimos 20 años, con un repunte curioso en esta última crisis económica, el escritor ha ido encontrando su hueco en las estanterías y la crítica, pero la recuperación de su obra no ha trascendido las fronteras anglófonas. La edición el próximo septiembre de El club del crimen, una selección de sus poemas, en la editorial hispanomexicana Vaso Roto, pretende remediarlo.
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Crime Club
No butler, no second maid, no blood upon the stair.
No eccentric aunt, no gardener, no family friend
Smiling among the bric-a-brac and murder.
Only a suburban house with the front door open
And a dog marking at a squirrel, and the cars
Passing. The corpse quite dead. The wife is in Florida.
Consider the clues: the potato masher in a base,
The torn photograph of a Wesleyan basketball team,
The unsent fan letter to Shirley Temple,
The Hoover button on the lapel of the deceased,
The note: “To be killed this way is quite all right with me.”
Small wonder that the case remains unsolved,
Or that the sleuth, Le Roux, is now incurably insane,
And sits alone in a white room in a white gown,
Screaming that all the world is made, that clues
Lead nowhere, or to walls so high their tops cannot be seen;
Screaming all day of war, screaming that nothing can be solved.
El Club del Crimen
No hay ningún mayordomo, ni mucama suplente,
ni sangre en la escalera. Ninguna tía excéntrica,
tampoco un jardinero, ni siquiera un amigo
de la familia, sonriente entre los adornos
y la escena del crimen. Solamente una casa
suburbana, que tiene la puerta abierta. El perro
les ladra a unas ardillas mientras pasan los autos.
El cadáver, bien muerto. La mujer, en Florida.
Revisemos las pistas: ese pasapurés
en un florero; los pedacitos de foto
de un equipo de básquet, tirados en el hall
con los restos de un cheque; la carta a Shirley Temple
aún sin enviar; el pin de Herbert Hoover
en el ojal del muerto; la nota: «Que te maten
así, debo decirles, no está del todo mal».
Sorprende que aún el caso no haya sido resuelto
y que haya enloquecido Le Roux, el detective,
que ahora se la pasa en una habitación
blanca, con una bata, también blanca, gritando
que todos están locos y que ninguna pista
lleva a ninguna parte o que conduce
a una pared tan alta que no se puede ver
dónde termina; grita cosas sobre la guerra
y que nada podrá resolverse jamás.
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1926
The porchlight coming on again,
Early November, the dead leaves
Raked in piles, the wicker swing
Creaking. Across the lots
A phonograph is playing Ja-Da.
An orange moon. I see the lives
Of neighboors, mapped and marred
Like all the wars ahead, and R.
Insane, B. with his throat cut,
Fifteen years from now, in Omaha.
I did not know them then.
My airdale scratches at the door.
And I am back from seeing Milton Sills
And Doris Kenyon. Twelve years old.
The porchlight coming on again.
1926
La luz del porche una vez más se enciende.
Principios de noviembre: hay hojas secas
apiladas, la hamaca de ratán
suelta un crujido. Llega, desde el patio,
el lejano sonido de un fonógrafo.
Una luna naranja. Veo las vidas
de mis vecinos, truncas, ante mí,
como las guerras que vendrán, y a R.
loco, a B. con un tajo en la garganta,
en Omaha, dentro de quince años.
Yo no los conocía en ese entonces.
Mi perro está arañando ahora la puerta.
Recién vuelvo de ver a Milton Sills
y a Doris Kenyon. Tengo doce años.
La luz del porche una vez más se enciende.
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Robinson at Home
Curtains drawn back, the door ajar.
All winter long, it seemed, a darkening
Began. But now the moonlight and the odors of the street
Conspire and combine toward one community.
These are the rooms of Robinson.
Bleached, wan, and colorless this light, as though
All the blurred daybreaks of the spring
Found an asylum here, perhaps for Robinson alone,
Who sleeps. Were there more music sifted through the floors
And moonlight of a different kind,
He might awake to hear the news at ten,
Which will be shocking, moderately.
This sleep is from exhaustion, but his old desire
To die like this has known a lessening.
Now there is only this coldness that he has to wear.
But not in sleep. –Observant scholar, traveler,
Or uncouth bearded figure squatting in a cave,
A keen-eyed sniper on the barricades,
A heretic in catacombs, a famed roué,
A beggar on the streets, the confidant of Popes-
All these are Robinson in sleep, who mumbles as he turns,
“There is something in this madhouse that I symbolize-
This city-nightmare-black-“
He wakes in sweat
To the terrible moonlight and what might be
Silence. It drones like wires far beyond the roofs,
And the long curtains blow into the room.
Robinson en casa
Las cortinas abiertas y la puerta entornada.
Todo el invierno pareció que algo tenebroso
comenzaba. Ahora, sin embargo, el brillo de la luna y los olores de la calle
conspiran, combinándose en una única cosa.
He aquí los cuartos donde vive Robinson.
Esta luz mortecina, descolorida y pálida,
como si aquí se hubieran refugiado todos esos borrosos
amaneceres de la primavera tal vez únicamente para Robinson,
que ahora duerme. Si acaso se filtrara a través del suelo más música
o la luna brillara con diferente luz
quizá despertaría para oír el noticiero de las diez
en el que se hablará de cosas espantosas, moderadamente.
Duerme por el cansancio, pero aquel viejo deseo suyo de morir así
ha disminuido un poco. Ahora sólo le queda esa frialdad
que debe llevar puesta. Pero no mientras duerme. Riguroso académico, viajero
o rústica figura barbuda y en cuclillas en medio de una cueva,
un francotirador de mirada de lince en una barricada,
un hereje encerrado en una catacumba, un libertino célebre,
un mendigo en la calle, el confidente de los Papas,
todos esos es Robinson en sueños, y mientras se da vuelta
en la cama masculla: «Hay algo en este manicomio
de lo que yo soy símbolo. Esta ciudad. Oscura. Pesadilla».
Se despierta bañado en sudor
y en la luz terrible de la luna. Oye algo que podría ser silencio:
zumba como los cables allá lejos, sobre las azoteas
y el viento embolsa las cortinas y las hace flamear dentro del cuarto.
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Poem instead of a Letter
Grasping at nothing in a swirl of leaves
Here in this smoky-faced and ruined town,
I think of you, across the continent,
Testing your smile that ripened in catastrophe
And wonderfully ready now for death.
The threadbare promise of our heritage
Is habit now; that other year turned Winter
As we watched the fragments of a world
Dropping to pieces like a sick bouquet,
Missing the odor, though we named the time
Sufficiently. We know that odor now,
I think, as well as it is safe to know.
And even as I climb the steps, wishing you luck,
It fills the porches and the streets, while this rank wind
Blows through your rooms, untenanted.
What ranker winds may blow one cannot say,
Nor guess. The one tonight blows through the mind,
And every syllabe is false, and dry.
Goodnight, goodnight. To strangers, to an empty street.
Poema en lugar de una carta
Aferrado a la nada en un revuelo de hojas
aquí en esta ciudad en ruinas, llena de humo
yo pienso en ti, en la otra punta del continente,
probando tu sonrisa que maduró en catástrofe,
maravillosamente lista para la muerte ahora.
La raída promesa de nuestra herencia es hábito
ahora; ese otro año se convirtió en invierno
mientras que contemplábamos los fragmentos de un mundo
cayéndose a pedazos igual que un ramo ajado;
nos faltaba el olor, si bien supimos darle
un nombre a aquella época. Ahora conocemos
ese olor, me parece, hasta donde es posible.
E incluso mientras subo los peldaños, deseándote
suerte, llena la entrada y la calle, y un viento
fétido sopla por tu habitación desierta.
No se puede saber qué vientos aun más fétidos
podrían soplar. El de esta noche sopla en la mente
y es falsa cada sílaba, y está marchita. Adiós,
adiós. A los extraños, a una calle vacía.
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To the North
If I, like others in their burrowings,
Could find some acre of the past to praise,
There might be substitutes for noise and blurs:
The conforts of asylum, strict, assured,
That nourish when the light dies in the glass.
But the mind must crouch, suspicious, veer away,
And focus into idiot light the days
Of other whippings, exiles, sicknesses
Where the horror of history from cave
To camp to the coffins of yesterday
Burns to a single ash.
Where is the grave
Of Time? What would you picture for decay?
A horse's hoof, white bones, a lifeless tree,
Cold hemispheres, dried moss, and a blue wave
Breaking at noon on shores you will not see.
Al norte
Si yo, como otros en sus madrigueras,
hallara una parcela del pasado
para elogiar, posiblemente habría
sustitutos del ruido y de las manchas
borrosas: el confort del aislamiento,
asegurado, estricto, que nos nutre
cuando la luz expira sobre el vidrio;
pero la mente tiene que agacharse,
desconfiada, cambiar de dirección
y concentrar en una luz idiota
los días de otros azotes o de exilios
y enfermedades en que los horrores
de la historia, que van de las cavernas
pasando luego por los campamentos
hasta los ataúdes del mañana,
se queman hasta la última ceniza.
¿Y la tumba del Tiempo, dónde está?
¿La descomposición, qué aspecto tiene?
Una herradura, huesos blancos, árboles
sin vida, fríos hemisferios, moho
seco y una ola azul que al mediodía
baña unas costas que no habrás de ver.
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El club del crimenWeldon KeesSelección y traducción de Ezequiel SaidenwergPrólogo de Dana GoiaVaso RotoMadrid12 de septiembre de 201617,30 euros
Ver más'De la fortuna de la amistad', de Wilhelm Schmid
El club del crimen
La editorial
Aunque con los años ha ido caminando también por otros derroteros (desde arte a teatro), la editorial hispanomexicana nació en 2003 para dedicarse a la poesía, y más concretamente a la estadounidense. William Merwin fue el primero, pero luego le siguieron las voces de Elizabeth Bishop, Harold Bloom o James Merrill. Eso no ha impedido que editen también a numerosos autores latinoamericanos, como Clara Janés, Antonio Gamoneda, Octavio Paz o María Negroni.