Una buena segunda temporada es una gran noticia en un panorama dominado por las series autoconclusivas. Encariñarse con los personajes, vincularse con ellos y sentir que los conoces genera un tipo de relación con las historias episódicas con la que quienes nos educamos en la televisión en abierto sentimos una satisfacción extra.
Tokyo vice termina mañana su segunda temporada en HBO Max. Mantiene e incluso supera la magnífica calidad que logró en la primera, que ya comentamos en Continuará. Los creadores de esta ficción americana comparten una pasión por Japón, donde se ubica la historia, que se respira en todo el metraje.
Un americano en Tokio
La producción se basa libremente en la historia real de Jake Adelstein. Este se convirtió en el primer occidental que trabajó en el periódico japonés Yomiuri Shimbun, el principal diario del país y el que ostenta el record de periódico más leído del mundo.
Adelstein recogió sus investigaciones y sus vivencias en un libro con el mismo título de la serie. Su amigo desde su infancia en Misuri, el dramaturgo J.T. Rogers, fue a visitarle a Japón y desde que leyó sus memorias pensó en una adaptación, primero al cine, que no cuajó, después como serie.
El proyecto se ha desarrollado en HBO Max. En principio como una serie corta de ocho episodios. Pero tanto la naturaleza de la historia como la cantidad de material recogido durante años, además del éxito obtenido, han permitido la continuación en esta segunda temporada de diez entregas.
Un periodista entre la policía y la yakuza
La investigación del Adelstein real como periodista se centró en el mundo de la yakuza, la mafia japonesa, ampliamente arraigada y derivada de su propia historia, como degeneración de los samuráis primero y de los ronin posteriormente.
Esta segunda temporada se centra en una nueva forma de actuar de la policía ante la yakuza. En lugar de controlarla e intentar mantener un equilibrio relativamente pacífico, la estrategia de la nueva responsable de la unidad consiste en agitar el avispero. Atacar a los clanes pequeños y perseguir los reajustes y movimientos que se harán en los demás grupos.
Protagonismo coral
En este marco general la serie es capaz de generar numerosos conflictos que conviven y se derivan unos de otros. Atañen a numerosos personajes y se consigue dar importancia y coherencia a todos ellos.
Varios periodistas, varios policías, varios yakuzas y sus entornos contribuyen a una potente sensación de verosimilitud de la situación de este submundo a finales de los años 90 y durante los primeros dos mil.
Mayor protagonismo de los personajes japoneses
Una vez roto el hielo en la primera temporada de esta mezcla de personajes americanos y japoneses, en esta entrega la mezcla resulta aun más interesante y los intérpretes nipones ganan en espacio y en protagonismo y con ello la serie mejora aun más.
Durante estos nuevos episodios las tramas locales se emancipan en ocasiones de los personajes occidentales. Especialmente ocurre con los personajes de Sato y Kayama, miembros del clan Chihara-kai, interpretados por Shô Kasamatsu y Yôsuke Kubozuka respectivamente, que se comen la pantalla y cuya rivalidad se convierte en protagonista.
Dos carismáticos chicos malos
Shô Kasamatsu tiene la fuerza y transmite el sufrimiento icónico de un James Dean. Kubozuka, mientras, borda el papel de chico malo. El actor también es músico reggae y superviviente de una caída desde la novena planta del edificio en el que vivía.
Kubozuka puede verse también en otra magnífica serie en la que se funden la cultura japonesa y, en este caso, la británica, Giri/Haji: Deber/Deshonor, en Netflix y también recomendada en esta sección.
Un productor ejecutivo al mando de un equipo experto en Japón
Una de las figuras más destacadas tras las cámaras, responsable de la precisión del retrato de la sociedad japonesa es Alan Poul, director de los dos primeros episodios de esta tanda y uno de los varios productores ejecutivos.
Poul participó en A seis metros bajo tierra y en la serie de Aaron Sorkin, The newsroom. Además de sus trabajos en ficción, es ganador de un Emmy por una serie documental sobre las economías emergentes asiáticas, The Pacific century, en 1992. Su conocimiento de Japón, su economía y su sociología es profundo.
Un retrato de lo nipón apreciado por los locales
El actor Shô Kasamatsu lo definía así en Cinema daily US: “Es tan bueno que asusta. (…) Su japonés formal es mejor que el mío, y el mío es bueno”. Según Kasamatsu, el americano era capaz de corregir incluso matices de su pronunciación según requería el momento.
El director ha sido distinguido por la ciudad de Tokio como embajador turístico. El gesto da muestra del reconocimiento que ha tenido en Japón este retrato de su sociedad.
Un gran presupuesto al servicio de una producción cuidada
Calidad y fidelidad a la realidad también apoyadas, como señala a Collider Ansel Elgort, protagonista de la serie, por el gran presupuesto empleado en la producción, enormemente mayor del que disponen las ficciones niponas.
En el caso de esta serie se percibe la calidad en cada departamento. Todos contribuyen a reflejar con fidelidad obsesiva el Tokio de fin del siglo pasado. Vestuario, ambientación, música o en una fotografía de aspecto cinematográfico cuya base sentó el director Michael Mann, que se encargó del episodio inicial en la primera temporada.
Destaca entre estos aspectos la filmación en exteriores. Una labor de producción pesada e inagotable que da como resultado una serie que respira Tokio, en la que se disfruta de sus edificios, calles, restaurantes o rincones.
La oportunidad de profundizar en la cultura japonesa
El equipo técnico y artístico es mayoritariamente japonés. La pasión por el aprendizaje de los americanos que trabajan entre ellos es desbordante. Por ejemplo, Elgort, que da vida al propio Adelstein, no se ha conformado con sus intensísimas lecciones de japonés. El parón de la pandemia, previo a la primera temporada, le había permitido dedicar horas diarias al perfeccionamiento del idioma con su sensei.
Para estos nuevos episodios, dado que interpreta a un reportero, se puso como reto mejorar su escritura kanji –uno de los tres sistemas que combina la caligrafía japonesa– para las escenas en las que toma nota de las declaraciones.
El actor ya conocía el hiragana y katakana, más sencillos, pero necesitaba mejorar los kanji, unos caracteres casi inabarcables para los propios japoneses cultos. Un ejercicio durísimo que ha puesto en práctica solo en tres momentos de la temporada y le ha llevado meses de esfuerzo.
La serie muestra también el mundo de los clubes de hostess, una derivación de los salones de geishas en las que unas anfitrionas beben y conversan con hombres por dinero, sin relaciones sexuales de por medio.
Estos bares con compañía tienen en la serie la protección de la yakuza y presentan a varios personajes importantes, especialmente a una de las protagonistas, Samantha Porter, interpretada por Rachel Keller.
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En su club, y en toda la serie, los personajes se refieren entre si con sus nombres y el sufijo san. Se trata de un tratamiento de cortesía, como nuestro don o doña, que se utiliza a menudo entre iguales como muestra de respeto y aprecio. Una pequeña muestra de los incontables detalles de la vida japonesa reflejada en la serie.
Tokyo vice se consolida esta temporada como un apasionante drama coral lleno de atractivos, con un guion, unas interpretaciones y una producción cuidadas con cariño. Además, ofrece una mirada fresca a un Japón no muy lejano en el tiempo. No solo a sus bajos fondos, también a las formas de comportarse y relacionarse de sus habitantes.
No se ha confirmado todavía su renovación por una tercera temporada, pero el equipo no parece descartarla y si nada se tuerce es posible que pronto tengamos noticias positivas al respecto. Sería estupendo, porque las series de periodistas, policías y delincuentes proporcionan inagotable material interesante cuando están tan bien hechas como esta.
Una buena segunda temporada es una gran noticia en un panorama dominado por las series autoconclusivas. Encariñarse con los personajes, vincularse con ellos y sentir que los conoces genera un tipo de relación con las historias episódicas con la que quienes nos educamos en la televisión en abierto sentimos una satisfacción extra.