Librepensadores
Contra el Dios de la ira
A raíz del espantoso atentado contra los trabajadores de Charlie Hebdo y contra la propia revista, se están escuchando muchas voces que proclaman la tolerancia y pacifismo del islam, y de las religiones en general, y se citan para ello sus libros sagrados. Pero no hay más que leerlos para comprobar que no es cierto.
La Biblia y el Corán (“palabra de Dios” y “de Alá”, respectivamente), en particular, están repletos de mensajes de intolerancia, ira y hasta odio extremo hacia los increyentes o infieles (por no hablar de la intolerancia homófoba y la sexista de los creyentes hacia las creyentas). Para quien no conozca esos pasajes, baste una muestra entre tantas posibles; lean estos versículos del Deuteronomio, libro del Pentateuco o Torá válido para cristianos, musulmanes y judíos. No es que el Dios bíblico o el Alá coránico (a quienes me refiero desde ahora como “Dios”) se opongan a la increencia ni que (esto ya es mucho pedir) argumenten contra ella, sino que su divina intolerancia abomina de los increyentes.
Entiendo que se quiera ocultar esto para aplacar ánimos, pero creo que es un error. “La verdad os hará libres”, dice la Biblia; “no ocultéis la verdad cuando la conocéis”, dice el Corán (aunque ya sé que en ambos casos “la verdad” se entiende como “mi dogma”). También se pueden entresacar de los libros sagrados muchas citas positivas, claro, pero no suprimen las otras. La manipulación (o en el mejor de los casos equívoco) que supone pasar por alto o justificar lo injustificable que hay en ellos ha permitido que tengan un prestigio desmesurado y se presenten absurdamente como el súmmun de la bondad y el amor al prójimo (y puede que esto último lo sean, mientras el prójimo profese la misma fe). Pero siempre con la amenaza del castigo en el otro mundo y la opresión en este. El Dios de los libros sagrados no es sobre todo de amor, sino de temor. (Proverbios 1:7, Corán 2:22, etc., etc.).
La manipulación ejercida y promovida convenientemente por los clérigos correspondientes, ha hecho de la Biblia y el Corán los libros más peligrosos, como se comprueba en la historia criminal de las religiones basadas en ellos: cuánto mal se ha realizado y realiza en nombre del supuesto Dios del amor, por personificar este la crueldad fanática. Mantienen ese carácter peligroso en la actualidad, por cuanto están, como textos sagrados y, por tanto, generalmente inmunes a la crítica, en los hogares de miles de millones de creyentes. Y, por mor de políticos como muchos de los concentrados en la manifestación de París, en las escuelas, como libros claves para ejercer el adoctrinamiento religioso sobre los niños, antes de que espabilen y bastantes se percaten de que con los dogmas y misterios quieren hacerlos comulgar… con ruedas de molino.
La intolerancia de Dios no se manifiesta sólo en casos extremos como el de París (y tantos otros similares). Muchos creyentes, sobre todo clérigos, se sienten incitados por Él a conseguir que todos sigamos sus normas morales, y se reconocen con mayores derechos que el resto de los mortales. Y, así, porfían por imponer sus criterios en leyes que atañen a derechos personales y colectivos, por abusar mentalmente (como mínimo) de los niños, y por medrar a costa de todos (incluyendo el robo amparado por la ley).
Sin embargo, ese aciago ser de ficción llamado Dios ha quedado en evidencia existencial con el avance de la ciencia y la racionalidad, y en fuera de juego moral desde el día que se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos (con todas sus imperfecciones). Dios, tan infinitamente listo y bueno, podía haber empezado por ahí y no dar lugar a que los humanos le mojáramos la Oreja. Sobre todo desde entonces, la mayoría de los creyentes de a pie afortunadamente ignoran –en más de un sentido– las admoniciones divinas más inhumanas y se hacen un Dios justo a su medida, y ejércitos de teólogos se descuernan, con toda su buena voluntad, por poner la Biblia y el Corán a la altura de la Declaración. Un teólogo como Dios manda se justifica tres pasajes como el del Deuteronomio mientras mea recién levantado. Pero al cabo es una misión imposible si no se emplea a fondo el lápiz rojo de tachar y corregir. Muchos lápices.
Dios, Jesús, Mahoma, curas, imanes, rabinos, cristianos, musulmanes, judíos… ¿por qué no esperáis que a todos nos llegue (ojo, sin querer adelantárnoslo) el Juicio Final, con todo el fuego y crujir de dientes que queráis para los infieles, y en esta vida nos dejáis en paz? Gracias por vuestro interés, pero no queremos que nos salvéis. Creo que el laicismo, y especialmente la educación laica, es imprescindible para conseguir una convivencia al menos moderadamente libre, pacífica, igualitaria y constructiva, sin privilegios, menoscabos, ni por supuesto miedos, por razón de creencias y convicciones.
Los laicistas (con creencias e increencias de todo tipo) defendemos ardientemente que el Estado proteja vuestro derecho a expresar y difundir creencias y rituales, que es el mismo que el de quienes profesan otras ideas y convicciones. Todas criticables: respeto a los creyentes, no a las creencias. Haced y decid lo que os venga en gana, siempre que también respetéis el derecho de quienes quieren argumentar o simplemente manifestar que la religión les parece deplorable o ridícula, y el de los que blasfeman o se burlan de lo que otros consideran sagrado.
Hoy, según el Código Penal español (art. 524 y 525), y para vergüenza de los sucesivos gobiernos y parlamentos, todo esto puede ser no ya de gusto u oportunidad discutibles, sino delito, pues se castigan las ofensas públicas a "los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa" y el “escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias”. A propósito de los atentados contra Charlie Hebdo, pienso que tal vez la conquista de la laicidad se facilite mejorando el sentido del humor de todos, que empecemos por aceptar sin enfado que alguien nos diga “Si no quieres que me ría de tus creencias, no tengas creencias tan graciosas”. Qué distinta sería la historia si el dichoso Génesis hubiera contado que aquel séptimo día Dios descansó, y se rio por lo que había creado. Menos iras y más risa.
Juan Antonio Aguilera Mochón es socio de infoLibre