ARCO 2015
Menos mal que nos queda América Latina
El año pasado casi en esta misma fecha recogíamos en un artículo las impresiones de la visita en la jornada inaugural de Arco. El resumen que extraíamos en los dos subtítulos de aquella nota era el siguiente:
- Poco riesgo y mucha pintura en este Arco de la reducción del IVA, que quiere recuperarse del batacazo de la crisis
- Frente a la innovación o la provocación, los galeristas apuestan por piezas (más) fáciles de vender
La conclusión, a grandes rasgos, era que la feria se hacía repetitiva. Que para vender lo máximo posible las galerías se decantaban por sacar de su fondo de armario lo seguro, un término que en arte se traduce en pinturas o fotografías –lo que viene a ser el formato cuadro- de temáticas, géneros y tamaños adecuados para meter en el salón de una casa más o menos grande o en alguna institución más o menos modesta. Ahora somos nosotros los que nos repetimos, porque la percepción de este Arco 2015 es muy parecida. Que no idéntica. Parece claro, no obstante, que tras varios años de crisis y una vuelta a la remembranza del "optimismo", la vocación de la feria se resume en apelar a los coleccionistas medianos. Lo que, visto con perspectiva, tampoco es moco de pavo.
Lo que se repite
La pintura y la más asequible fotografía, efectivamente, superan con creces en número a cualquier otro tipo de disciplina de las expuestas. En lo que respecta a la primera, abundan las obras abstractas y de aspiraciones claramente ornamentales. Pasan por las sempiternas propuestas de artistas no solo consolidados, sino ya casi legendarios, como el venezolano Carlos Cruz-Díez o el argentino Julio Le Parc, ambos representantes del op-art y muy reconocibles por el uso y la mezcla de colores intensos; a otros más jóvenes e incipientes como el madrileño Secundino Hernández (1975), ubicuo en los Pabellones 7 y 9 de Ifema donde, al menos, se pueden ver (y, por supuesto, comprar) obras suyas en los espacios de la finlandesa Forsblom, la austriaca Krinzinger y la alemana Bärbel Grässlin.
No es Hernández el único artista que se multiplica por el camino de los estands. Por ejemplo, y a no mucha distancia, la misma Forsblom y la peruana Pepe Cobo exhiben esculturas talladas en madera de Stephen Balkenhol. Y la lista es sin duda ampliable. En fotografía, se pueden ver numerosas series de temáticas naturales o retratos. Y sobre todo, hay cantidades ingentes de fotografía de arquitectura, de edificios singulares o de las formas geométricas que componen sus distintas partes.
Aunque hemos echado de menos los ya clásicos neones con mensaje –haberlos haylos, pero en menor cantidad que en anteriores ocasiones-, no faltan los espejos con texto o imágenes superpuestos que crean un juego con el reflejo del espectador, o las esculturas que remiten a objetos cotidianos, bien porque directamente se apropian de ellos y los reinterpretan, o bien porque los imitan. Más concretamente, hay –por nombrar algunas piezas- una barandilla de escalera que se rompe creando un zigzag (de Juan Muñoz) o unas baldosas de empedrado que colgadas en la pared asemejan un cuadro (de Asier Mendizábal).
También hay creaciones de artistas diferentes que recrean similares conceptos y formas, hasta el punto de generar resultados casi idénticos: por ejemplo, unas piezas del dúo de creadores portugueses Sara & André tituladas El ladrón. Ejercicios de estilo o ¿qué es el autor?, en las que reflexionan sobre esa cuestión a base de carátulas de libros en las que se lee el título y el nombre del escritor. Sus cuadros resultan casi exactamente iguales que los acrílicos sobre lienzo de João Louro, que replican una portada de El hombre sin atributos de Robert Musil. A modo de anécdota, una de las piezas de mayor tamaño del pasado 2014, El túnel del amor, de Dan Graham, también está presente este año, solo que en tamaño de miniatura.
Se repite otra vez, claro está, el IVA al 21% que debe pagarse sobre el precio de las obras vendidas en galerías españolas, un tipo mucho más abultado que el que recae en las adquisiciones realizadas en cualquiera de los numerosos espacios extranjeros que participan en la feria. Tras la "confusión" de la pasada edición con respecto a una rebaja que en realidad nunca fue tal, desde galerías como la salmantina Adora Calvo lanzan nuevamente un mensaje descorazonado: “queremos tributar como en Europa, y una ley de mecenazgo, y que se reconozca la labor del coleccionista”, apelan. “La gente piensa que el arte es solo dinero, pero es cultura, y con la salvajada del IVA al 21% no se está apoyando. Aquí, los galeristas y los coleccionistas están abandonados”.
Desde la madrileña Fernández Braso aclaran que, mientras que ellos, como toda galería española, tienen que tributar al 21%, los artistas sí pueden hacerlo al 10%. Todo depende de su estatus jurídico: si están jubilados o cotizan como empresa, entonces les corresponde cargar el 21%. Si no, pueden acogerse a ese 10%, que es lo que se debería pagar sobre el precio de los cuadros de José Manuel Broto colgados en sus paredes, ya que el pintor les ha cedido su representación artística. “Todos los creadores, seamos del gremio que seamos, tenemos este hándicap del IVA”, se lamenta la artista y Premio Nacional Carmen Calvo, con varias piezas también en Fernández Braso. “El IVA es la muerte de la cultura”.
Lo nuevo
Lo más nuevo de este nuevo Arco reside incuestionablemente en el efervescente arte colombiano en particular y el latinoamericano en general. Con 10 galerías procedentes de aquel país, suman 47 las propuestas aterrizadas desde aquel subcontinente. Las extranjeras venidas de todas las latitudes ascienden al 71% del total de 218 participantes, lo que da la medida del carácter internacional que la feria encabezada por Carlos Urroz pretende imprimir. La apuesta cada vez más decidida por América Latina cobra todo el sentido no solo por las evidentes afinidades que unen este y aquel lado del charco, sino también por la progresiva calidad y difusión que se da a día de hoy del arte emergido de aquellos países.
Destacan en el apartado reservado a esta decena de galerías colombianas (ocho de Bogotá, una de Medellín y otra de Cali), creaciones reivindicativas y de carácter social como las recogidas por la galería Valenzuela-Klenner, con obras de Edwin Sánchez en torno a la prostitución infantil; de Liliana Angulo sobre la discriminación a los negros; o de Edison Quiñones, relativas a las drogas y su papel protagonista en la vida de aquel país. “Esta es una de las galerías que hace un trabajo más político”, explica Quiñones. “Ahora que estamos en el proceso de los diálogos de paz, esta es una de las galerías más contemporáneas en ese sentido”.
Las cinco décadas que lleva sumida Colombia en una guerra no declarada son efectivamente fuente de inspiración para los artistas que, como ilustra Alberto Sierra, director de la Galería de la Oficina, “la más antigua del país”, e impulsor del Museo de Arte Moderno de Colombia, han dado forma a unas imágenes mentales compartidas “que no se olvidan”. “Lo que pasa es que ahora estamos pensando que ya va a acabar”, lo que repercute en el arte como un “aire positivo”.
“Y no solo hay arte reivindicativo”, advierte Luis Fernando Pradilla, director de la Galería El Museo, participante recurrente en Arco. “En estos 50 años se ha producido un gran deterioro en muchos aspectos, pero ahora estamos ante un país que se está construyendo”, insiste el galerista, que es también el responsable de la madrileña Fernando Pradilla. “Por eso, en las manifestaciones artísticas también se siente mucha alegría: hay muchos contextos”. “Nuestros artistas exponen muy de tarde en tarde fuera del país, pero la tendencia ha ido variando en los últimos años”, agrega Mauricio Gómez Jaramillo, director de Doce Cero Cero, “ahora el arte colombiano es cada vez más global, y menos tropical”.
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Se extrae, en efecto, denuncia de entre los colombianos, aunque no todo se reduzca a la denuncia. Lo contrario que ocurre con el resto de creadores que, especialmente los españoles, parecen haberse olvidado de que seguimos en crisis. Sea por omisión o por acción demostrativa del hastío por la politización de todo lo politizable que se ha venido dando en estos tiempos, lo cierto es que difícilmente se encuentran propuestas reivindicativas en el resto de estands. Entre las excepciones, la obra de Eugenio Ampudia en Max Estrella, una pieza de la serie Tomar medidas que hace la expresión literal al materializarse en forma de cintas métricas pegadas a la pared. Sobre ellas, reza una proverbial frase: El futuro no es de nadie todavía. El futuro no es de nadie todavía.
*Créditos de las fotografías: EFE