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‘Paulina’: La extrema renuncia a la violencia

Dolores Fonzi en un momento de 'Paulina', de Santiago Mitre.

"Cuando hay pobres de por medio, la justicia no busca la verdad, busca un culpable". La frase suena redonda en boca de Paulina, una joven abogada que decide renunciar a su prometedora carrera judicial para meterse a maestra rural en una zona desfavorecida. Más aún cuando ella predica con el ejemplo hasta las últimas consecuencias: temerosa del trato de la estructura punitiva a los más desfavorecidos, se niega a denunciar a sus violadores, aunque conoce su identidad, e incluso rechaza detener el embarazo fruto de la agresión. Nadie en su entorno la comprende. Tampoco el público que podrá ver este filme a partir del 27 de noviembre. 

"Paulina es una especie de enigma. Sus decisiones ponen al espectador en un lugar de extrañeza", apunta Santiago Mitre, director argentino artífice de Paulina, ganadora de la Semana de la Crítica en el festival de Cannes. Desde el comienzo, un largo plano secuencia que sirve como prólogo, Paulina (Doroles Fonzi) se desvía del camino que parece estar reservado para ella. No seguirá, anuncia a su padre, con su carrera en la abogacía, sino que marchará a la provincia de Misiones —provincia pobre, fronteriza entre Uruguay y Brasil, donde se sigue hablando guaraní— para ser profesora en una escuela. El padre, un importante juez con un pasado político, desprecia sus ideas "hippies", le advierte de las consecuencias de dejar el doctorado, le indica que su sitio en la sociedad está en el mando, en la élite. Paulina no se achanta. 

¿Quién tiene razón? El espectador podrá condenar la ingenuidad de la joven o el conservadurismo de su oponente en este y otros asuntos que plantea el filme, pero Mitre no lo pondrá fácil para tomar partido. "Es una de mis máximas como director. No prejuzgo a los personajes, y tampoco al espectador: él es más inteligente que yo. Esa es una forma de ponerle en movimiento, cosa que hay mucho cine que olvida porque quiere solamente decir algo, o anestesiar su cabeza durante hora y media", defiende. Paulina podría considerarse el contrapunto a lo explorado en su anterior película, El estudiante (2011), que narraba la ascensión de un líder estudiantil sin principios pero con cierta habilidad política: "Apareció la idea de la convicción como tema, porque Paulina es lo contrario a aquel personaje. Incluso cuando viene de una clase privilegiada, decide que quiere trabajar en la base. Ahí se va armando esta tragedia extraña".

La "Antígona moderna" de la que habla Mitre tiene otra predecesora, más allá de la griega. La película, titulada Paulina para la distribución internacional, es una revisión de La patota La patota(así se llamó también esta en Argentina), película de 1961 dirigida por Daniel Tinayre, uno de los fundadores del cine argentino moderno, con la actriz Mirtha Legrand como la profesora. Fue un encargo del productor Axel Kuschevatzky (El clan, Relatos salvajes), que Mitre cambió sustancialmente. Eran pocas las ataduras con Tinayre: el joven director no había visto la película antes de que le llegara el proyecto, y solo la revisó una vez durante todo el proceso. El cambio es sustancial, ya en el fondo: en la original, Paulina rechaza el aborto que le sugiere su padre por convicciones religiosas; en la nueva, la idea de Dios se sustituye por la de justicia. 

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Pero no la justicia del sistema, cercana a la Ley del Talión, sino una justicia a través de la verdad, solamente alcanzada por la exploración de los distintos puntos de vista. Mitre lo evidencia saltando en el tiempo dos veces a lo largo de la narración: si la violación es presentada primero desde el punto de vista de la víctima, a continuación se refleja las horas previas a la agresión desde los ojos de los criminales. Si uno espera, puede acabar entrando en la visión de Paulina: los jóvenes que la violan no son los únicos responsables del crimen, sino el producto de un sistema que funciona reproduciendo miseria y violencia entre los más desfavorecidos.

Pero no es solo una herramienta ideológica: los juegos temporales y la dura y enigmática mirada de Paulina van creando cierto suspense, utilizado voluntariamente por el director como "herramienta cinematográfica". La inquietud, explica, viene de cierta decepción: "Parece una película de venganza hacia los violadores, y uno está esperando la resolución: lo va a hacer el padre, lo va a hacer el novio… Pero justamente la película va sobre alguien que no quiere vengarse. Y eso, aparentemente, es muy perturbador para el espectador". ¿Por qué Paulina se niega a denunciar a sus agresores, sabiendo que son alumnos de su clase? ¿Por qué quiere tener un hijo fruto de una agresión? La respuesta de Paulina, que guarda silencio durante gran parte del filme, llegan en el epílogo. "Quiero ponerle cuerpo", dice, utilizando una expresión sinónima de "comprometerse" que cobra en este caso un significado más profundo: Paulina pone literalmente el cuerpo para cortar el círculo de la violencia. 

No va a tenerlo fácil. Los agresores sospechan de ella. Otras víctimas de violación no comprenden su ausencia de rabia contra los criminales. Su novio "siente que la violación fue a él, se siente humillado y es incapaz de ver que la violación le pasó a ella", describe indignado el director. Y su padre, su particular Creonte, actúa como símbolo del poder: "Tiene un control amoroso, pero control, a la hija. No le permite como mujer autónoma y solo le apoya en lo que coincide con él", explica Mitre. Paulina camina sola. Y quizás ni siquiera el espectador esté a su lado. 

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