Cine español
Jonás Trueba regresa a la adolescencia
Jonás Trueba (Madrid, 1981) acaba de volver del festival de San Sebastián. Lo ha pisado por primera vez dentro de la Sección Oficial —aun sin premio— con La reconquista, su cuarto largometraje. "En la proyección lo pasé mal. Una película tan íntima compartida por tanta gente a la vez… parece casi impúdico. En ese momentos se te hace eterna, te odias, quieres huir", cuenta ya de vuelta a Madrid, fuera de eso que describe como la "burbuja" de los festivales y a unos días de que el filme llegue a las salas, por lo general pequeñas, que han sido hasta ahora su hábitat.
Seguramente, el adolescente que fue —aunque estuviera mucho más familiarizado con la alfombra roja que cualquier hijo de vecino gracias a su padre, Fernando Trueba— no imaginaba esa vida. Quizás no imaginara ninguna en concreto. Pero Trueba piensa mucho en él. En La reconquista, Manuela y Olmo, que ocupan el uno en la vida del otro ese papel único del primer amor, se reencuentran después de años sin verse. El filme retrata esa noche en la que el tiempo se suspende para dejar espacio a lo que pudo haber sido. Y también ese amor de adolescencia que se creía eterno y al que acabó asfixiando el futuro.
No es raro que en uno de los tráileres los protagonistas —interpretados por Francesco Carril e Itsaso Arana— digan que esta es una película "sobre el pasado", "sobre el futuro", "sobre el tiempo", "en busca del tiempo", "sobre el tiempo perdido", "sobre el tiempo recuperado". Más allá de la nada velada referencia a la obra de Proust, habría que decir que el filme es también debido a el paso del tiempo. "Si no la he hecho antes, es por algo que tiene que ver con un crecimiento personal", explica, "Pasas los 30 años y claro que estás en otra época de tu vida. No sé si es un momento de madurez o de pánico hacia la madurez". No en vano, François Truffaut —uno de los ídolos cinematográficos de Trueba, aunque también una referencia impuesta por la crítica— rondaba los 30 cuando comenzó a rodar ese ensayo sobre el paso del tiempo y el amor que es la saga de Antoine Doinel.
En 2015 ya le dio por asomarse a la cuestión, aunque desde el lado opuesto: el de los amores efímeros. Los exiliados románticos, su anterior filme, se rodó de manera tan fugaz como las relaciones que retrataba: en 10 días, 4.000 kilómetros, cinco idiomas y sin guion. "Como si fuera el último sueño de juventud", decían. Quizás por eso buscaba ser ingrávida y acercarse a esos besos robados que, aparentemente, no pesan casi nada en una biografía. Ahora ha tocado un rodaje más pausado y grave, en el Madrid que conoce y que retrató también en Todas las canciones hablan de mí (Goya a mejor dirección novel) y Los ilusos. La reconquista, dice, es "el reverso" de Los exiliados románticos: se trataba de fijarse en el primer amor y preguntarse si pesa tanto como dicen.
Detrás de los interrogantes sobre si el amor entre Manuela y Olmo puede haber sobrevivido o no, hay otra pregunta: ¿Quién es ese que era yo? "Siento que él es bastante fiel a sí mismo. Ella no, y es bonito también. Evolucionar tiene que ver muchas veces con la traición, la traición a uno mismo", reflexiona. Y para Trueba la fidelidad no es una palabra vacía. Ha rodado los tres últimos largometrajes con el mismo equipo, las mismas pequeñas productora y distribuidora, el mismo actor protagonista. Le pasa con esos referentes eternos, esos rosas y azules de Godard, esos diálogos de Rohmer, ese papel central de la música en sus películas —esta vez incluye tres canciones completas de Rafael Berrio, cantante de Amor a traición, banda donostiarra de principios de los noventa—.
"Me impresiona cuando alguien que te ha hablado con mucha pasión de un cineasta, e incluso te la ha contagiado, luego te dice 'Bah, es una mierda'. Yo hay gente a la que voy a guardar fidelidad por lo que me hizo sentir en un momento dado", asegura. Por la misma razón, afirma, sería feliz haciendo películas durante toda la vida con la misma gente. Pero, dice casi con tristeza, eso tampoco significa que estén "casados". Dice que es es por su "lentitud". Cuenta, por ejemplo, que ee adolescente no estaba preocupado por la moda y el grunge pasó por él sin generarle excesivo entusiasmo. Pero ahora, dice, le gusta incluso más que entonces: "Quizás es esto lo que me pasa. Que lo hago todo despacio y no agoto las cosas, no se me gastan".
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¿Y aquello sobre el tiempo? ¿A qué conclusiones ha llegado? "No creas que tengo muchas respuestas", admite. La reconquista, para empezar, nació de "una intuición". Antes que nada, la de la estructura: primero, mostrar el encuentro de ellos, ya adultos. Después, volver al amor adolescente. Los treintañeros miran al pasado buscando reconocerse en esos recuerdos cada vez más deslabazados. sus versiones 20 años más jóvenes comienzan a mirar al futuro con cierta angustia, tratando de sber qué será de ellos. "Estamos siempre en un tiempo que no es este. El presente es una tensión entre el pasado y el futuro", lanza trueba con aire de gurú. Pero no se toma tan en serio como parece: ya decía durante la producción de La reconquista que estaba preparando "un coñazo"...
Volvamos a las intuiciones. La joven Manuela piensa que lo que les espera acabará separándoles: "Presiento que van a pasar muchas cosas, cosas buenas y malas, cosas que no vamos a poder controlar y a veces no vamos a poder estar preparados". Pero Olmo, optimista, tiene una respuesta: "Nosotros mismos sabemos algo que los mayores no pueden saber, ni siquiera nosotros mismos de mayores". Sería estúpido pretender que Trueba nos responda qué es lo que saben. Lo que sí dice es que la presencia de los niños en la película —y le queda por contar otra historia de adolescentes que ya llegará—no pretende "provocar nostalgia": "Están ahí para conectarnos con el adolescente que fuimos, porque no hay que perderlo nunca".
Él lo conserva trabajando con jóvenes, en talleres de cine para pequeños directores en ciernes. "Cuando estás en contacto con chavales y miras desde su perspectiva, ves que pasan cosas por primera vez con una intensidad, de dolor, de placer... Se mueve algo dentro de ti que te hace terminar de construirte", dice. La cosa es qué se está construyendo exactamente, y cuánto dura. Quizás el que tenga la respuesta es Rafael Berrio. Porque canta "Somos siempre principiantes y el amor no acaba" en la canción principal de la banda sonora. Pero también canta algo más oscuro: "Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro. Como si yo tuviera el don de vivir por mí dos veces". Quizás La reconquista no sea la del amor, sino la del tiempo.