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'Between fences': los 50.000 refugiados que Israel no quiere

Escena de 'Between fences', un documental de Avi Mograbi.

Hay en Israel más problemas sociales que el conflicto con Palestina. Y seguramente el cineasta Avi Mograbi (Tel Aviv, Israel, 1956) haya trabajado sobre gran parte de ellos. Hubo un tema, sin embargo, que sorprendió a este cineasta especializado en el documental, fundador del colectivo Breaking the silence —en el que soldados israelíes se atreven a hablar negativamente de la ocupación— y uno de los creadores más críticos con su Estado. En el verano de 2012, 21 demandantes de asilo eritreos se vieron apresados entre la frontera de Egipto, que lograron cruzar, y la valla de la de Israel, que los militares les impidieron saltar. Permanecieron ocho días bajo el calor del desierto, hasta que ambos gobiernos llegaron a un trato: Israel dejaba entrar a las dos mujeres y el adolescente del grupo y rechazaba a los 18 hombres. "Estaban exhaustos y gritaban: 'Matadnos de una vez", testificó el chico

Mograbi leía en la prensa sobre el incidente y se llevaba las manos a la cabeza: "En la escuela nos enseñaban cómo los judíos iban desde Francia y Alemania hasta Suiza, y allí no les dejaban entrar y les mandaban de vuelta a… ya sabes a qué. Y los profesores nos repetían: ‘¡Nunca más!". Sin embargo, desde 2007 al menos 50.000 demandantes de asilo, provenientes sobre todo de Eritrea y Sudán, se han encontrado con la oposición del Gobierno a concederles refugio. Era todo lo que necesitaba para poner en marcha Between fences (2016), su nuevo documental, que se proyecta el domingo en el Museo Reina Sofía dentro del ciclo Sin refugio —está también disponible en la web del director— tras pasar por la Berlinale. La película, su noveno documental, retrata la vida de un grupo de refugiados africanos en el campo de detención de Holot. Pero la propuesta tiene también los tintes irónicos, desenfadados y metaficcionales del cine de Mograbi, al grabar al grupo durante su participación en un taller de teatro del oprimido. 

Aunque esa no era su primera idea. Al comienzo, pensó que los ciudadanos israelíes estarían más abiertos a escuchar la historia de estos migrantes si se hacía evidente la conexión entre ambos éxodos. "Podríamos representar el exilio judío, pero que los actores fueran demandantes de asilo", se dijo. Y entró en contacto con Chen Alon, un director de escena especializado en teatro del oprimido, una rama teatral puesta en marcha por el pedagogo y dramaturgo brasileño Augusto Boal en los sesenta. Mediante distintas dinámicas, esta tendencia pretende estudiar con las clases oprimidas las relaciones  de poder para que pueden oponerse a ellas. Así que Alon le paró los pies: "Trabajaremos con quien esté allí, y la historia saldrá de ellos". El proceso de composición del grupo de teatro en medio del desierto, cuyos miembros llevan meses en una situación crítica, es lo que se refleja en la película. 

Como telón de fondo, Holot, un centro de detención de migrantes a seis kilómetros de la frontera. El Gobierno israelí lo abrió en 2013 bajo la ley de Prevención de Infiltraciones —infiltrados, así llaman a los sin papeles—, aunque la Convención de la ONU sobre el Estatuto de los refugiados de 1951 establece que "los Estados Contratantes no aplicarán a [los refugiados que se encuentren en el país de forma irregular] otras restricciones de circulación que las necesarias". Las autoridades aseguran que Holot no es una cárcel, ya que sus habitantes pueden moverse libremente por el territorio. Pero el centro está en medio del desierto, los demandantes deben permanecer en su interior entre las diez de la noche y las seis de la mañana y no se les conceden permisos para desplazarse a las ciudades cercanas, Tel Aviv (a 170 kilómetros) y Beerseba (70 kilómetros). Como teóricamente no se trata de una prisión, no tienen tutela judicial ni pueden ser liberados definitivamente de ella. Amnistía Internacional ya ha denunciado la existencia del centro

"Nos enteramos de que allí había 2.300 hombres, y pensamos que era un buen sitio, porque necesitan algo que hacer", dice Mograbi. En el sur de Tel-Aviv, donde está asentada gran parte de las poblaciones eritreas y sudanesa, la vida es dura: es difícil ganar siquiera el salario mínimo y no hay tiempo para nada que no sea trabajar. En Holot encontraron un sorprendente hangar abandonado "con una acústica perfecta", y organizaron sesiones allí una vez a la semana. No fue sencillo. El grupo osciló entre 13 personas... y cero. Algunos de ellos fueron incluso detenidos después de realizar una marcha hasta la frontera con Egipto. Aquellos solicitantes de asilo que violan los códigos de Holot —lo que incluye desde no presentarse al conteo hasta introducir su propia comida en el centro— pueden ser enviados a la cercana prisión de Saharonim, abierta en 2007.

"Su prioridad es salir de allí lo antes posible, entiendo que el teatro les pareciera una pérdida de tiempo", admite. Los demandantes de asilo, la mayoría sin apenas educación, están condenados a un ejercicio continuo de burocracia. "Israel se niega a evaluar siquiera sus solicitudes", denuncia Mograbi. Los que han entrado de manera irregular deben renovar un visado cada dos meses, a riesgo de ser enviados a Saharonim, y no tienen posibilidad alguna de obtener protección indefinida, ni la ciudadanía, reservada solo a los judíos. "Israel fue fundado como un Estado judío e intenta ser demográficamente homogéneo. Por supuesto, el 20% de la población es palestina, pero el Gobierno está tratando de limitarla. Muchos israelíes no entienden cuán racista es esto, y lo inadmisible que les parecería si les ocurriera a ellos en otro país", critica el director. 

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En el filme, los refugiados/actores representan de manera natural todas estas situaciones. Los enfrentamientos con los oficiales de inmigración. La separación de sus familias. El contexto político de sus países que les hicieron huir. La situación de indefensión en la que se encuentran, cuando su llamada de auxilio solo escucha un "no puedo hacer nada por ti". Las escenas que se construyen poco a poco a partir de sus propias historias. Las discusiones artísticas. La historia tiene un final feliz : la obra de teatro que nació de la experiencia se sigue representando en Israel, así como los conciertos a partir de la banda sonora del filme, que se proyecta también en el extranjero. Parte de sus protagonistas han formado sus propios talleres en Holot, alguno ha podido continuar con su vida en Israel (o incluso con su formación). Todos están libres. 

Pero el final también es dramático, directamente sacado de los periódicos. En 2015, el Gobierno comenzó a ofrecer a los demandantes de asilo un cuestionable trato: 3.500 dólares en efectivo y un billete de ida a un país africano sin especificar. Si no lo aceptaban, iban a Saharonim. Los activistas han criticado asimismo las mismas "devoluciones en caliente" que en España denuncian instituciones como la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. La convención de 1951 establece que "ningún Estado Contratante podrá, por expulsión o devolución, poner en modo alguno a un refugiado en las fronteras de los territorios donde su vida o su libertad peligre". Se limita la estancia en Holot hasta los 12 meses, pero su capacidad aumenta hasta los 3.360 detenidos

 

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