VERSO LIBRE
¿Es el enemigo? Que se ponga
Miguel Gila sale al escenario, se cala la boina, guiña un ojo y descuelga el teléfono. Consigue conectar con el enemigo. Está interesado en preguntarle cuándo va a atacar. "¿Tan temprano?" "Nos van a pillar a todos acostados". "¿Y cuantos van a ser? ¡Tantos!" "No sé yo si va a haber balas para todos".
David Torres acaba de publicar Todos los buenos soldados (Planeta), una novela que sitúa su argumento en la guerra de Sidi Ifni.
Todos los buenos soldados Se trata de una guerra con batallas reales que nunca llegaron a existir, porque la prensa franquista manipuló las noticias hasta convertir el conflicto en una algarada de frontera. Miguel Gila es uno de los protagonistas. Contratado junto a Carmen Sevilla para divertir a los soldados, se ve envuelto en la atmósfera cuartelaria de la Legión, acentuada por una trama de excesos, corrupciones y venganzas. De humorista pasa a ser sospechoso de un crimen.
La sospecha fue inseparable de la personalidad de Miguel Gila en la España franquista de la primera posguerra. Había combatido en el bando equivocado y salvó la vida gracias a un golpe de suerte, cuando ninguna de las balas de su pelotón de fusilamiento le rozó el uniforme. Todas se marcharon en busca de sus compañeros. Se marcharon también los ejecutores chapuzas, sin tomarse en este caso la molestia de repartir tiros de gracia. Cosas que pasan aquí, un ciudadano español puede ser fusilado varias veces a lo largo de su vida.
"¿Es la fábrica de armas? ¿Está el señor Emilio, el ingeniero? Que se ponga. De parte del ejército. Le llamo por un asunto de reclamaciones. Que de los seis cañones que mandaron ayer, vienen dos sin agujero. Los estamos disparando con la bala por fuera. O sea, al mismo tiempo que uno aprieta el gatillo, otro corre con la bala. Claro, pero se cansa y la suelta. No sabemos dónde porque nunca vuelven"...
Las carcajadas de la tropa no suponen una simple celebración del disparate, sino el reconocimiento del mundo en el que viven. Bajo un calor de justicia que dificulta todas las digestiones, los soldados acaban de recibir un envío de turrón y mantecados pasadas ya las Navidades. Se juegan la vida en una guerra absurda, para defender una posición que admite poca defensa y con un armamento viejo. Combaten contra un enemigo que ellos mismos han adiestrado en sus academias y sus ejercicios de campaña. Los gritos patrióticos y el militarismo bravucón son la máscara de un país ineficiente, hueco, desmantelado.
El tejido narrativo de Todos los buenos soldados, a través de los episodios, los diálogos y la voz literaria, revela que los excesos no son aquí un escape de la vitalidad reprimida, sino la escenificación de la mentira, la gran corteza de cartón piedra que recubre las injusticias y los códigos heredados de la victoria franquista. Bajo el águila del Imperio, los himnos, los gritos de rigor y las grandes homilías, no hay nada, si no es la degradación ética y unos espías vestidos de lagarterana, unos paracaídas rotos y unos cañones sin agujero. Por concretar más, puede decirse que el agujero de los cañones no servía para el enemigo exterior, porque estaba hecho a la medida de los españoles desafectos al Régimen.
El recuerdo de la mentira como el lugar rutinario de la existencia salta ahora del pasado al presente. Los procedimientos degradados de la democracia española actual cumplen un papel semejante a la bravuconería del militarismo franquista que describe la novela de David Torres. No se deben confundir las situaciones, porque eso sería hacerle un favor innecesario a una de las dictaduras más crueles del siglo XX, pero sí tomar conciencia de la gran corteza de mentiras que se ha adueñado de la democracia española. La mentira en forma de ruedas de prensa y de silencios, de medios de comunicación controlados, de multinacionales y bancos que subvencionan a los partidos para privatizar la política. Bajo los debates y las reuniones de Gobierno, no hay nada, si no es la degradación de la gran puerta giratoria en una economía especulativa.
Hoy sale Miguel Gila al escenario, nos guiña un ojo, saca su móvil y llama a unos amigos que pueden llamarse Emilio Botín o Isidre Fainé. Que se pongan. "Oiga, es que hemos recibido a un pasmado que dice que va a ser el próximo presidente. Sí, el que viene envuelto en papel de Gas Natural. No, el de Endesa no, ese dice que va para ministro. Bueno, vale, ¿y cómo hablará? Es que me lo han mandado ustedes sin boca. Ah, claro, que en otro envío mandan ustedes las palabras"...