Verso Libre

Una capital grotesca

El poeta Charles Baudelaire se despachó bien con Bélgica. La vida de Bruselas le invitó a trazar un dibujo literario de todos los males del mundo. Bastan los títulos barajados en su proyecto de libro para explicar el ánimo con el que vivió en la ciudad que hoy es capital política de Europa: la Bélgica grotesca, Bélgica al desnudo, una capital de risa, una capital de simios, una capital de monos imitadores…

Desde luego no le tembló la mano en sus apuntes. Bruselas es una ciudad insulsa, llena de jorobados, en la que domina la tristeza y la hipocresía. Dominan también la torpeza, la brutalidad, el aturdimiento y las palabras sin ton ni son. Las bocas parecen cloacas, letrinas con imbecilidad. Las caras son tan rígidas que no conocen la sonrisa. No importa que los belgas vayan sucios y feos, porque hasta limpios serían repelentes.

La mirada sañuda de Baudelaire reparte adjetivos sin importar la edad y el género. Aunque no hay hombres y mujeres, sino hembras y machos, el escritor francés no renuncia al retrato. Los niños, de horrorosa presencia, son piojosos, mugrientos e inmundos. Los machos no saben andar y miran de un modo arisco, sombrío y receloso. Las hembras se caracterizan por su hedor y por una tipología semejante al borrego. Nada se salva, la vileza se extiende por los alimentos, las tabernas, las costumbres y, por supuesto, las almas.

La editorial Valparaíso acaba de publicar Pobre Bélgica en edición de Pablo M. López Martínez y Marie-Ange Sanchez, el libro inacabado y último de Baudelaire. La editorial Valparaíso ha conseguido en pocos meses abrirse un espacio ya imprescindible en el panorama de la poesía española e hispanoamericana. Como hizo antes con los poemas de amor de Edgar Allan Poe, incluye ahora en su catálogo este libro póstumo, un regalo para curiosos y lectores. Encontramos al por mayor y de golpe los característicos disparates, excesos, injusticias y rabietas que solía poner en movimiento el autor de Las flores del mal.

Baudelaire mezcla en su mirada la gracia para ver y los rencores que ciegan. Había llegado a Bélgica en abril de 1864 con la ilusión de ordenar su economía, publicar sus obras completas y vengarse de una Francia que censuraba sus poemas y sus comportamientos. Pero tardó muy poco en comprender que, fuese donde fuese, llevaría siempre a su patria en la suela de los zapatos. Sus conferencias no gustaron, los proyectos editoriales acabaron en desastre, la estrechez económica volvió a agobiarle y la enfermedad le persiguió como un veneno tenaz. El desastre se apoderó de sus ojos para convertir a Bruselas en la radicalización de todos los males franceses: “Francia parece muy bárbara vista de cerca. Pero vayan ustedes a Bélgica y se volverán menos severos con su país”.

Un país manicomio

El libro de Baudelaire es un ejemplo claro de los efectos perversos de la desilusión. Los fracasos pueden hacernos mejores, pero el empecinamiento del desencanto suele empujar al abismo de una indignación totalitaria. El dolor enseña, el rencor desorienta y degrada.

La configuración de una Europa mercantilista y sin verdaderas instituciones democráticas ha generalizado en la política actual el odio de Baudelaire a Bruselas. Se esperaba mucho de una Europa ilustrada y capaz de defender el estado del bienestar, pero la realidad ha impuesto una perversión del sueño que desata rencores, malentendidos, odios por rebote y llamadas a una identidad autodefensiva. No todo es lo mismo, claro está, pero la humillación del sueño político europeo ante los intereses capitaneados por la banca alemana late bajo reacciones tan dispares como el auge social de la extrema derecha en Francia, los movimientos independentistas en Cataluña y Escocia, el nacionalismo centralista español y los deseos de regeneración electoral protagonizados en España por Podemos. Nosotros contra la casta.

Se trata de maneras distintas de responder, unas democráticas, otras amenazantes, al asalto contra el Estado que puso en marcha el capitalismo posmoderno. Tengo muy poco que hablar y discutir con las respuestas de extrema derecha. Más que el diálogo, sólo parece pertinente la denuncia. Pero con las respuestas democráticas, sí se necesita hablar, matizar, llegar al entendimiento. Después de leer a Baudelaire, empiezo por pedirme, por pedirnos a todos prudencia. Al menos, en el mismo grado que tiene hoy la audacia.

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