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El saber de la risa

Está claro que reírse es una cosa muy seria y que el saber de la risa sirve para iluminar los sentidos de una cultura. El humor tiene un sentido que suele cargar de significado el sentido del humor. Esto siempre ha sido así desde que sonó en el mundo la primera carcajada.

La risa tuvo en el cristianismo medieval una clara vocación carnavalesca. La sociedad necesitaba reírse en la entrada de la cuaresma para recordar la existencia de la tentación, la carne y el demonio. El mundo sacralizado une de forma inseparable el alma y el cuerpo, la risa y la oración, dios y el demonio. El Arcipreste de Hita buscó la risa en lo más sagrado porque consideraba un acto de hipocresía negar el mal, la convivencia del ser humano con las imperfecciones terrenales. Cara y cruz, al derecho o al revés, la oración y la risa formaron parte de un mismo mundo.

Luego llegó el mundo moderno del humanismo y aprendió muy pronto a reírse según su propia lógica. Con buen humor contó el Lazarillo de Tormes las desgracias de su vida para convencernos de que la ética de cada individuo responde a su propia experiencia. Y con buena risa dibujó Cervantes las locuras de un hidalgo ingenioso que se había empeñado a destiempo en vivir bajo códigos y libros medievales cuando la realidad del mundo había cambiado de sentido.

La ilustración, como horizonte de la modernidad madura, necesitó pronto de su propio sentido del humor para no convertir los valores de la razón en una fe religiosa. Porque una razón convencida de su poder universal y absoluto podía negar con facilidad la condición humana de las personas que no viviesen bajo el diseño de su mundo. El relativismo y la capacidad de reírse hasta del orgullo de un conocimiento científico tienen sus incomodidades, a veces obligan a convivir con las sombras. Pero es mucho más sombría la carencia de humor que acaba en el dogma de la modernidad como coartada para sostener discursos totalitarios, campos de concentración o bombas atómicas.

El significado de la revista Charlie Hebdo ha sido triple en lo que se refiere al humor y al periodismo desde que se fundó en 1992. Quizás por eso muchos de los líderes y de los medios de comunicación que hoy se duelen justamente de la masacre intentaron denigrarla de forma injusta definiéndola como una publicación de extrema izquierda. Las democracias degradadas suelen calificar la defensa de la raíz democrática como un ejercicio de extremismo y radicalidad.

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Charlie Hebdo supo reírse de los fanatismos irracionales de la religión y puso una carcajada en el interior de las mezquitas, las sinagogas y las iglesias. Eso es importante. Charlie Hebdo supo reírse de los que propagan el miedo al fanatismo como una forma racista de negar las diferencias de civilización para convertir la cultura ilustrada en una fe dogmática. Y eso también es importante. Charlie Hebdo supo ponerse en riesgo con su risa enfrentándose a las amenazas de muerte y asumiendo que la opinión libre es un acto cívico de carácter irrenunciable. Y eso es un ejemplo en un panorama triste en el que la libertad de prensa suele ser una quimera por culpa de los poderes económicos que imponen sus líneas editoriales y de los poderes políticos que no respetan la independencia de la información pública.

La cultura europea necesita ser consciente de aquello a lo que no debe renunciar. Eso es más importante que precipitarse en elegir cosas a imponer. La risa tiene su sabiduría y su significado. El síntoma más claro del estado de la prensa oficial en España, y de su crédito, es el prestigio que el humor ha alcanzado como fuente informativa. Humoristas como Joaquín Reyes con sus parodias y programas como El Intermedio tienen éxito por su talento. Reyes, Wyoming y Miguel Sánchez- Romero, creador de El Intermedio, tienen mucho talento, desde luego. Pero su importancia social y su popularidad se debe a algo más que al talento: es un indicio del descrédito de la prensa oficial y de la necesidad de convertir la risa en un informativo para combatir unos informativos de risa. Charlie Hebdo tuvo mucho de eso.

Lo que pide con melancolía la risa es que el periodismo serio recupere su dignidad.

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