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La “contienda atronadora” es más ruido que parálisis: cinco acuerdos entre PSOE y PP en la España de 2024

Buzón de Voz

La verdadera línea roja

Andan hablando desde el minuto uno de “líneas rojas”. Mal camino. Cada cual tiene las suyas, más o menos subjetivas, inspiradas o no por intereses propios o ajenos. Nos ocurre a todos en cada circunstancia de la vida. Y elegimos. Acierto o error. La democracia consiste (también) en eso. El problema surge cuando uno percibe que la decisión no sólo es subjetiva sino que está (o pretende estar) manipulada. Ahí radica la diferencia entre libertad y dominación. No han pasado tres semanas desde las elecciones generales y ya procede gritar: ¡Un respeto! Porque escuchamos muchos más mensajes destinados a blindar las opciones propias de cara a unas (probables) elecciones anticipadas que argumentos elaborados con la intención de gestionar los intereses de la mayoría.

Damos por descontadas (o nos venden como tales) demasiadas cosas que en absoluto están claras.

– Se da por hecho que la “estabilidad” sólo se garantiza por la vía de una gran coalición PP-PSOE o PP-PSOE-Ciudadanos. La primera trampa siempre está en el lenguaje. ¿Qué entiende usted por estabilidad? No hay nada más estable que un cementerio, al que sólo cabe añadir cadáveres que no se moverán. Cuando política y mediáticamente se alude a la “estabilidad” lo que se transmite es una supuesta garantía de “felicidad”, que en estos tiempos exige crecimiento económico y empleo. Bastaría repasar (sin gafas sectarias) los datos conocidos este mismo lunes sobre paro registrado (por no mencionar el retroceso en desigualdad o el crecimiento de la pobreza) para poner en entredicho el discurso único sobre la “estabilidad” y plantearse si no caben alternativas más eficaces (y justas) a las medidas practicadas hasta ahora, que se reducen a la devaluación salarial y a la máxima presión fiscal sobre quienes no tienen escapatoria: los que (aún) conservan una nómina pública o privada. ¿Hablamos de una gran coalición para acabar con la desigualdad y el fraude fiscal y mejorar los salarios de las clases medias y bajas o de la “estabilidad” que ha supuesto hasta ahora la crisis para las rentas muy altas? (Por cierto, poco parece importar lo que prefieren los ciudadanos. Como recordaba aquí Ignacio Sánchez-Cuenca, sólo un 0,1% de los españoles aprobaría, según el CIS, esa coalición PP-PSOE-Ciudadanos que tanto le gusta a Rajoy).

– Se da por hecho que cualquier gobierno sustentado por una mayoría de votos de izquierda sólo puede dar lugar al pánico de los mercados y a la inestabilidad económica. Citemos a alguien poco sospechoso de bolchevique ni perroflauta. Adam Posen, director del Instituto Peterson para la Economía Internacional, contaba hace cuatro días en un medio nada sospechoso de bolchevique (El Mundo): “No hay razón para que las carteras se ajusten y España vuelva a tener problemas (…) El BCE ha comprendido que su política estaba causando pánicos inesperados (…) La situación de España no debe generar tensión en los mercados”. Dicho de otra forma: no queda experto sin carné político que no reconozca que lo que ha variado el rumbo suicida de la economía española (y de la periferia del euro) ha sido el cambio de estrategia del BCE, sus inyecciones de liquidez y su anuncio de que las mantendrá el tiempo que sea necesario para evitar nuevos ataques al euro o que se disparen las primas de riesgo. Si no el pánico, la preocupación (y la autocrítica) debería estar en el núcleo duro de la UE, en la Comisión Europea, en Berlín o en Francfort, donde se deberían examinar los daños provocados por un discurso único neoliberal que ha llevado ya a la formación de gobiernos de izquierda (o progresistas al menos) en Grecia, Italia, Portugal, Francia y quizás en España si hubiera pactos de izquierda y nacionalistas.

– Se da por hecho que hacer cambios en los liderazgos de PP y PSOE en estas circunstancias contribuiría aún más a la inestabilidad política. Así lo sostienen editorialmente los grandes altavoces de la prensa tradicional, que dan por natural algo inimaginable en otras democracias: que no hayan dimitido aún Mariano Rajoy (tras la pérdida de 3,6 millones de votos y 63 escaños) ni Pedro Sánchez (tras la pérdida de 1,5 millones de votos y 20 escaños). Al contrario. Aquí ambos anunciaron al día siguiente del 20-D que seguirán al frente de sus partidos y como candidatos a la presidencia si se repiten elecciones.

– Se ha dado por hecho desde el PP que la hoja de ruta soberanista en Cataluña sería un argumento definitivo para que el PSOE cediera a alguna forma de acuerdo (aunque fuera para una legislatura corta) que acelerara la formación de un Gobierno capaz de “responder al reto independentista”. La CUP liquidó este domingo la utilización (actual) de ese argumento al vetar definitivamente a Artur Mas y provocar la convocatoria de nuevas elecciones en Cataluña. Y Mas ha dado por hecho este mismo martes que todavía alguien puede creer que la principal responsabilidad de su fracaso la tiene la CUP (o la mitad de sus miembros) por confirmar su compromiso electoral de no apoyarle.

– Se ha dado por hecho desde Podemos que trazar como línea roja (o exigencia "irrenunciable") para cualquier acuerdo postelectoral la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña no sólo responde al programa pactado con sus aliados en Cataluña, Galicia y la Comunidad Valenciana sino que además identifica al PSOE con el PP sobre el modelo de Estado y ensancha el espacio electoral que el partido de Pablo Iglesias ha arañado ya a los socialistas.

– Se ha dado por hecho desde el PSOE que la única respuesta posible al planteamiento de Podemos era exigirle que retirara esa “línea roja”, en lugar de tomar la iniciativa de sentarse a debatir primero las 23 importantes coincidencias de programa entre PSOE y Podemos en políticas económicas y de urgencia social. O en discutir a fondo el modelo de Estado federal y la relación entre Cataluña y España que se podría proponer en un referéndum que más pronto que tarde todo el mundo sabe que habrá que celebrar. O en comprometer la decisión final sobre ese asunto (como Podemos hace con tantos otros temas) a la votación de los pactos por parte de la militancia socialista (como ha propuesto el diputado Odón Elorza).

– Se da por hecho, especialmente desde el grupo Prisa en los últimos días, que la tensión interna en el PSOE puede llevar al liderazgo a Susana Díaz y que lo primero que haría la presidenta andaluza es dar su apoyo a Rajoy para una legislatura corta. El PSOE andaluz lo desmiente. Que las mismas voces que alientan acuerdos o “miniacuerdos de Estado” hagan ahora una defensa numantina de Pedro Sánchez sólo induce a pensar que confían en que Sánchez no logre un acuerdo por la izquierda y pueda decir, en un par de meses, que ha hecho todo lo posible y que repetir elecciones sería un desastre para España y para el PSOE. Es decir, que finalmente sea Sánchez quien cumpla (con más docilidad que la que apodan como sultana andaluza)sultana andaluza el deseo que no disimulan ilustres ‘ex’ del PSOE ni representantes de los principales poderes económicos y financieros. (Ya sea con Rajoy o con otro dirigente del PP o incluso con un tecnócrata en la Moncloa).

– Se da por hecho en amplios círculos del PSOE que Susana Díaz conseguiría fuera de Andalucía frenar la sangría de votos que viene sufriendo su partido, de modo muy contundente en los grandes núcleos urbanos y entre las generaciones más jóvenes y dispuestas a protagonizar el cambio. No hay constancia (que sepamos) de carácter demoscópico sobre ese dibujo de futuro, aunque distintos barones socialistas sostienen que no se trata ya de recuperar voto sino de “salvar el partido”.

– Se da por hecho (y sin vuelta de hoja) que el presidente del Congreso de los Diputados debe ser alguien del PP o del PSOE. En la primera opción porque es el partido que más votos obtuvo, y en la segunda porque la fragmentación parlamentaria recomienda que no coincida la presidencia del Congreso con la militancia en el partido gobernante. Esta es una democracia parlamentaria, no presidencialista, y ese puesto (importante aunque no siempre lo parezca) se elige antes que el posible Ejecutivo, así que lo coherente sería que no perteneciera a ninguno de los partidos que pueden gobernar. Por complejo que sea el puzle, los únicos partidos que pueden intentar formar gobierno son PP y PSOE, de modo que ambos podrían haberse mostrado dispuestos a apoyar para la moderación parlamentaria a alguien que no milite en ninguna de las dos formaciones mayoritarias. Este martes, el diputado encargado de negociar en nombre de Ciudadanos, Miguel Gutiérrez, reclamó para el partido de Rivera la presidencia provisional del Congreso "hasta que se decida" quién va a ostentar el gobierno.

En definitiva, se dan por descontadas muchas cosas apenas tres semanas después de unas elecciones que han reflejado en el Congreso una pluralidad de la sociedad española que obliga también a nuevos modos de gestionar la gobernación. La mayor parte de los mensajes políticos se pronuncian (y se escuchan) en clave electoralista. Lo único que aparentemente no se da por descontado es precisamente el riesgo que puede encerrar la verdadera línea roja: que se dispare la irritación (y/o la abstención) ciudadana si se ven decepcionadas (y muy pronto) sus expectativas.      

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