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Nostalgia de ETA

El Gran Wyoming

Los terroristas, con sus actos, pretenden inocular su existencia en la vida de los ciudadanos sembrando el terror para conseguir sus objetivos. Para implantar esa presencia, para que se haga consustancial a nuestras vidas, es imprescindible la labor de propaganda, de imposición de sus acciones en los medios de comunicación, para lo cual se valen de acciones execrables que no puedan escapar al ámbito de la noticia.

Es evidente que nada les importa que su protagonismo sea posible sólo desde la repulsa, desde el rechazo unánime y la condena de sus crímenes sin paliativos. Es visibilidad lo que persiguen, no aceptación.

La apología del terrorismo está castigada por la ley, pero hay otras formas de ponerlo encima de la mesa, de llevarlo al primer término en lo mediático, de publicitarlo, de darle aliento, alas, de evitar su desaparición, que quedan impunes a pesar de ser más efectivas que celebrar su nombre, y de eso, como estrategia política, se encarga esta autoridad competente. La derrota del terrorismo no es otra que su invisibilidad, su ausencia de nuestras vidas.

Hoy el terrorismo de ETA, que era una de las principales preocupaciones de los españoles, ha desaparecido según los estudios que lleva a cabo el CIS. La corrupción, el tema del que más se habla y que copa el protagonismo de los medios de comunicación ocupa un 39,2 sobre cien en esas preocupaciones. El paro, sin embargo, contra la lógica a la que nos llevaría el bombardeo mediático, pero a favor de la que depende de la inteligencia, sigue siendo la principal preocupación con un 77,9.

El terrorismo internacional (Al Qaeda, 11-S, 11-M, etcétera ) pasó de un 0,8 en noviembre de 2015, a un 9,3 tras los atentados de París. En diciembre de ese mismo año se situó en un 5,7. Sube y baja en función de su proximidad.

El terrorismo de ETA sale valorado entre las preocupaciones de los ciudadanos con un 0,1. En noviembre de 2015 llegó a 0,0. Desapareció. Dejó de existir. Se le venció. En diciembre, tras los mencionados atentados de Francia, subió a un 0,1. Se puede dar por extinguido.

Esa derrota del terrorismo de ETA buscada, perseguida, supuestamente, desde hace tantos años, ya es una realidad. Ese sueño que tantos periodistas han proclamado como realización en lo profesional, que consiste en dar la noticia de la desaparición del grupo terrorista que tanto daño ha causado, ya es una realidad, aunque extraoficial, ante la evidencia de los hechos. ETA no existe en el ideario colectivo.

A no ser que volviera a cometer un atentado, o que sigan empeñándose en su existencia como maniobra política, podemos afirmar que pertenece al pasado, un pasado al que nadie quisiera volver.

Si a los españoles nos les amedrenta el terror de ETA y afirman que no condiciona ni altera sus vidas, hemos de entender que aquellos que elegimos y pagamos para que nos representen deberían obedecer ese mandato y dejar de imponer un terror al que ya han renunciado sus principales actores, los terroristas.

El derecho a vivir sin la amenaza del terror, y el respeto al dolor de las víctimas causado por las muertes y mutilaciones sufridas, es una exigencia que no debe ser quebrantada por intereses políticos de agentes miserables que pretenden retener sus privilegios, mantener sus cuotas de poder, ejerciendo una tutela, una vigilancia, que nadie les demanda, pero que exige la resurrección de ETA.

Protagonistas de nuestra vida política, con el ministro de Interior a la cabeza, con sus descalificaciones y exabruptos referidas a sus rivales, y recogidos puntualmente en los medios de comunicación, suplen la función de propaganda que antes se conseguía con las bombas.

El que se beneficia de la guerra no quiere su fin, no sólo porque sus réditos menguan, sino porque en la paz se encuentra frente a frente con la carga de su insoportable realidad, con la corrosiva acción de una crueldad no sublimada, reprimida, que se vuelve contra él para contarle quién es. Solo en la lucha contra el enemigo segrega la adrenalina que le ausenta de la abyecta condición de su ser.

Se siembra el terror para crear una ficticia necesidad de defensa que sólo el legítimo centinela autoelegido como azote del terrorismo puede llevar a cabo. De paso que se pretende el consuelo y la defensa de las víctimas, sin el menor respeto, se les mete el dedo en la herida para que no suture, y en una maniobra deleznable se las utiliza para imponer su discurso.

La Asociación de Víctimas del Terrorismo AVT ha interpuesto una demanda contra Manuela Carmena, Celia Mayer y los titiriteros. La nota que aparece en su página web justifica su demanda por: “Una clara ofensa grave a la memoria de las víctimas del terrorismo, un acto de humillación y menosprecio en el que se trivializa el uso de la violencia, así como una loa y reconocimiento de organizaciones terroristas que tanto dolor y sufrimiento han generado en nuestra sociedad”.

Tendrían razón si algo de esto hubiera ocurrido. Estoy seguro de que son incapaces de imaginar que el ministro de Interior de nuestro país, así como los portavoces del Partido Popular y determinados diarios, han inventado toda esa basura para sacar rendimiento político.

Nada de eso pasó aquella tarde, ni siquiera el origen del escándalo, que se trataba de títeres programados para menores, tiene sentido, ya que se avisó antes de comenzar el espectáculo de que se representarían escenas inapropiadas para los niños.

Ahora que se sabe lo que ocurrió, harían bien en retirar la demanda, y exigir a los miembros del Gobierno, desde su asociación, que dejen de utilizar el dolor de las víctimas del terrorismo, y de los ciudadanos que sufrimos con ellas, para obtener aquello que les niegan las urnas. Pídanles, como asociación, que dejen de manipular a estas víctimas, que no jueguen más con ellas. Que dejen de utilizarlas como ariete para arremeter contra sus rivales políticos. En su día fue Zapatero, hoy un sector de la sociedad que consideran enemigo, mañana cualquiera que se interponga en su ascenso al poder. Ponen siempre su asociación en primera línea como coartada para imponer su discurso político, pretendiendo enfrentarles a una sociedad que quiere superar un tiempo tan cruel y doloroso.

Estos señores del Gobierno sacan a ETA a la calle como si fuera un paso de Semana Santa cada vez que les conviene. Ahora, para tumbar el Ayuntamiento de Madrid, que está revisando los contratos del anterior, donde tenía mayoría absoluta su partido, y está saliendo a la luz mucha basura, tanta como la que ha poblado las calles gracias a sus contratos con empresas de limpieza, también cuestionables, y que llena la sede de su partido en la calle Génova. Se ha frenado, de momento, eso que llaman la Operación Chamartín, donde había muchos millones de euros a repartir. Han saltado todas las alarmas: la señora Carmena va en serio. Se han quedado con los maletines de billetes apilados en las sedes de las empresas adjudicatarias.

Se celebró el juicio de las niñas muertas en Madrid, en la fiesta del Madrid Arena, en la que, como se ha visto, hay una impresentable gestión de los responsables municipales. Las portadas se las llevaron los titiriteros que, además, demostraron que el contenido de su función les daba la razón al ser encarcelados sin fianza por un juez de la Audiencia Nacional, que se comportó como en los viejos tiempos, cuando no había garantías, ni Constitución, ni posibilidad de defensa contra el discurso de la autoridad competente. Señores de la AVT, estos titiriteros, con esa pancarta que portaba un muñeco, querían denunciar, precisamente, la utilización del terrorismo con fines espurios. Pueden estar de acuerdo con ellos o no, pero no son sus enemigos. No hacen apología del terrorismo. Es mentira.

Sacan al fascismo del armario

La extensión del terror como estrategia para vencer es utilizada de antiguo por lo efectiva que se muestra en este mundo donde mecen nuestras cunas con la amenaza del lobo, y crecemos en la impuesta doctrina de la condenación eterna.

Señores del Gobierno, si quieren ocultar su miseria, arrojen bombas de humo, pero no de sangre. Dejen de resucitar el terrorismo y utilizar a sus víctimas como un comodín para ganar la partida.

Hasta lo miserable tiene un límite que parecen desconocer.

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