Muros sin Fronteras
Mujeres, Olimpiadas y periodismo
Arrancamos con dos heroínas: Rafaela Silva e Irom Sharmila. La primera es brasileña, acaba de ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, su ciudad. No solo es la primera que logra el país anfitrión, sino que es casi seguro el mayor éxito de una habitante de la favela La Ciudad de Dios, una de las más violentas de Río y que fue el escenario de la extraordinaria película Cidade de Deus, cuyo vídeo encabeza este texto.
El judo la salvó de las drogas, las bandas y, probablemente, de una muerte segura . La casa de su familia, que aún vive en la favela, está a unos diez kilómetros de la pasarela en la que Brasil se exhibe ante el mundo.
Biografías de superación como la de Silva, personas que caen en un entorno que condiciona cualquier salida, son edificantes: rompen las estadísticas del pesimismo a base de coraje. Deberían tener el premio especial de la visibilidad sostenida para que sus logros lleguen hasta la última favela, la última banlieue o el último pueblo castigado por la pobreza extrema. A veces, se puede.
Irom Sharmila debe su sobrenombre, la dama de hierro de Manipur, a su resistencia en la lucha. Acaba de poner fin a una huelga de hambre de 16 años. Se encontraba recluida en el hospital Jawaharlal Nehru, en el que era alimentada contra su voluntad a través de una sonda nasal, siempre bajo control y vigilancia policial. El motivo de su protesta: la Armed Forces Special Powers Act de 1958, una ley que permite a las fuerzas de seguridad practicar detenciones sin orden judicial alguna y hacer uso de sus armas sin dar demasiadas explicaciones. Esa ley es fuente de numerosos abusos y violaciones de los derechos humanos.
El Tribunal Supremo de la India ha iniciado una investigación en Manipur, su Estado, de 1.528 casos que podrían tratarse de ejecuciones extrajudiciales entre 1979 y 2012. Sharmila tiene 44 años y ganas de pelea. Llevaba encerrada desde los 16 años, cuando inició su primera huelga de hambre, acusada de intento de suicidio.
Víctor M. Olazábal cuenta en El Mundo que la huelga de hambre es un delito en un país que logró su independencia del Reino Unido gracias a la lucha de Mahatma Gandhi, apóstol de la no violencia y que utilizó sus huelgas de hambre como un instrumento de lucha y movilización.
Una de las frases de Sharmila nada más abandonar la huelga de hambre es para enmarcar: "Don't make me a goddess. I am an ordinary woman with ordinary desires" ("No me convirtáis en una diosa. Soy una mujer normal con deseos normales"). Su lucha continúa, pero será a través de la política.
La egipcia Doaa El Ghobashy no ha hecho en apariencia nada extraordinario. No procede de una infancia de lucha y resistencia en un barrio consumido por las drogas y las armas, que sepamos, ni se ha enfrentado a las leyes abusivas de su país, que empieza a acumular unas cuantas mientras la UE solo mira a Turquía.
Ella solo se ha vestido conforme marca su conciencia para disputar un partido de vóley playa en los Juegos. Es la primera mujer que, además de ir cubierta hasta los tobillos, llevaba un hiyab sobre la cabeza. Su gesto ha abierto un debate en el que han primado los prejuicios sobre las ideas.
Su partido contra las jugadoras alemanas, en escueto bikini, como la mayoría de las practicantes de este deporte, ha provocado todo tipo de comentarios y titulares, alguno desafortunados como los del The Times de Londres, que habló de "choque cultural", o el Daily Mail, que hizo honor a su amarillismo estructural para ir algo más lejos: "Masiva división cultural". En este link tienen todo el debate. Me gusta el tuit de Bill Weir, periodista de la CNN, que se pregunta por qué no miramos el asunto de una forma más positiva: la capacidad del deporte para unir culturas y construir puentes.
Mucho de lo dicho en el caso de Doaa El Ghobashy tiene lecciones para el debate general. Es simbólico que el partido fuese entre dos egipcias musulmanas y dos alemanas, el país europeo que ha recibido más refugiados procedentes de Siria, y que se encuentra inmerso en un debate político interno sobre los límites del asilo. La canciller federal Angela Merkel se juega su puesto en las elecciones previstas en 2017. Los sondeos no dibujan un panorama muy optimista para su partido con el crecimiento de fuerzas xenófobas como Alternativa para Alemania.
Estamos entre el bikini y el burkini, cuya fiesta en un parque acuático acaba de ser prohibida en Francia por temor a desórdenes públicos, eso dicen, cuando deberían ser dos expresiones de la misma libertad.
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Es un debate complejo de resolver sobre todo cuando es campo de batalla entre las posiciones más extremas, sean imanes o fascistas. Sería positivo que como sociedad fuésemos capaces de generar un debate menos dogmático, sea religioso o político. Europa tiene que ser un espacio de encuentro y convivencia, no de exclusión. Si algo hemos aprendido en el último año de la llamada crisis de los refugiados es que nos queda mucho por aprender, y mucho trabajo ciudadano. Entre el buenismo y malismo deberían estar los principios y la eficacia policial. Canadá ha sido capaz de identificar y aprobar 20.000 solicitudes en solo cuatro meses.
Después está el sexismo en Río: los comentarios, los titulares, las crónicas. En el fondo no hemos avanzado tanto: seguimos con un Benny Hill entre las piernas.
Para terminar, una acertadísima intervención de John Oliver en su programa Last Week Tonight sobre la crisis del periodismo. Obligatoria.