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El recuerdo vivo de García Lorca

Federico García Lorca fue ejecutado hace 80 años por un ejército golpista en los barrancos que hay entre Víznar y Alfacar. Hace 100 años el joven Federico García Lorca visitó Baeza en un viaje de estudios y allí conoció a Antonio Machado, profesor de francés en el Instituto. Con 18 años recién cumplidos el joven Lorca era un aspirante a músico, un pianista aficionado a Falla y a las composiciones de carácter andaluz. La figura de Machado, junto a otras lecturas decisivas, le hizo buscar en las palabras un modo más adecuado para negociar con su identidad, sus conflictos y sus sueños.

Recordar la muerte de García Lorca es necesario en un país que confundió el diálogo democrático con la pérdida de la memoria. En los barrancos de Víznar hay más de 2.000 ejecutados por la crueldad sobrecogedora de los golpistas. Y la crueldad siguió después de su victoria, día por día, durante 40 años de dictadura atroz que nos dejó al irse la heredad del silencio. Todavía no ha sido capaz en Parlamento español de hacer una declaración de condena contra el levantamiento de unos militares doblemente traidores. No sólo rompieron la legalidad vigente, sino que una vez fracasada su intentona golpista, no dudaron en vender España a Hitler y Mussolini para provocar una guerra en la que tenían todas las ventajas para imponerse. España, campo de pruebas del nazismo para la Segunda Guerra Mundial. García Lorca fue una más de las víctimas, españoles que murieron en 1936, 1963 o 1975, entre ellos muchos militares leales.

El silencio duele en la memoria (cunetas, desaparecidos, víctimas sin amparo) y en el presente. La democracia española –sin verdad, justicia y reparación– tiene los pies de barro. La impunidad es la gran aliada de la mentira, la corrupción y la desvergüenza, las tres palabras que caracterizan la política española de hoy. No se puede entender de otra manera la actitud de Mariano Rajoy, un presidente que ha registrado este verano como propiedades particulares el Parlamento y la Constitución española.

Pero por mucho que duela el silencio, conviene recordar también el rumor de la vida, las palabras, el sonido del piano, la voz de Antonio Machado leyendo en Baeza poemas dedicados a Francisco Giner de los Ríos y Rubén Darío, dos amigos y maestros que acababan de morir. La tarea de reinventarse no corresponde sólo a las épocas de aventura. Las situaciones de inmovilidad, los días de rutina, también merecen ser vividos como una tarea de renovación cotidiana. Hay quietudes que pudren por dentro y por fuera, como saben muy bien los partidarios del silencio o de la parálisis.

Por eso me gusta recordar al García Lorca de 1916, ese muchacho que estaba a punto de empezar a escribir con una vocación decidida y buscaba los libros que podían ayudarle a comprender el mundo y a comprenderse a sí mismo. Es el García Lorca que denunciaba los patriotismos de la Primera Guerra Mundial; el que se negaba a que los héroes de las lecciones escolares fuesen aquellos que más habían matado con sus espadas y sus hogueras, los perseguidores de los judíos, los moros, los gitanos, los homosexuales y los poetas.

Soy en el buen sentido de la palabra bueno, escribió Antonio Machado. Sed buenos, volvió a insistir en su poema dedicado a Giner de los Ríos, sabiendo que en el espectáculo social suele confundirse la bondad con la falta de inteligencia, esa que teje en los despachos su conjura contra los valores, la palabra de honor y las conciencias. Para no endemoniarme por dentro con las declaraciones de Rajoy y de su corte mediática, busco la poesía de Lorca, recuerdo que debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de marinero, recuerdo al camarada que pondría en mi pecho un pequeño dolor de ignorante leopardo, recuerdo las palomas oscuras, recuerdo la libertad de Mariana Pineda y recuerdo la aurora de Nueva York y los niños que hablan todas las tardes con el agua en las fuentes de Granada.

Sed buenos, es un consejo político en los tiempos de parálisis que invitan a la degradación o a la pérdida de sentido. García Lorca fue bueno, en el buen sentido de la palabra bueno, cuando leyó el manifiesto de los intelectuales que apoyaron al Frente Popular en las elecciones de 1936. Creía que la unión del trabajo y la cultura era el mejor modo de consolidar el futuro democrático de un país. Y creía también en la unidad de la izquierda.

Todavía hay quien mantiene que García Lorca no fue asesinado por motivos políticos. Es una teoría propia de los que, interesados por su muerte, se han olvidado de su vida.

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