Plaza Pública

Los buenos políticos van al infierno

Una mujer judía de mediana edad es perseguida por un grupo de nazis. Un hombre bueno, un respetable y famoso profesor de Medicina ve, desde su ventana, esconderse a la mujer en el edificio de enfrente. Al rato, un joven nazi llama a la casa del profesor y le pregunta: ¿ha visto usted ocultarse en algún edificio cercano a una mujer a la que estamos persiguiendo? Ahora le pregunto a la amable lectora, o lector, de estas líneas: ¿qué respondería usted? ¿Le mentiría o le diría la verdad al nazi?

En el invierno revolucionario de 1919, Max Weber dio una conferencia, ante una asociación estudiantil, que sería el embrión de su famoso libro El político y el científico. En ese texto, Weber hizo su no menos famosa distinción entre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad”. La ética de la responsabilidad, “ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción”. Quienes actúan según la ética de la convicción no se preocupan por los resultados de sus acciones. “Cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios”.

El fin de semana del 7 al 9 de octubre, La Sexta y El Confidencial publicaron sendas encuestas de los institutos de demoscopia Invymark y DYM. En ambas se anunciaban parecidos resultados en unas hipotéticas terceras elecciones: subida del PP y Ciudadanos (C's), y caída del PSOE, sobrepasado por Unidos Podemos (UP), que pasaría a ser segunda fuerza política. Como soy sociólogo tiendo a no sacralizar las encuestas electorales, pero tampoco me parece bien ignorarlas por completo, así que veamos algunas enseñanzas que podemos sacar de ellas.

Por ejemplo, en la encuesta de La Sexta se preguntaba a los entrevistados si preferían “abstenerse y facilitar el gobierno de Rajoy” o “seguir votando en contra de Rajoy, aunque provoque unas terceras elecciones”. La población en general es ligeramente favorable a facilitar el gobierno de Rajoy, un 48%, antes que ir a unas terceras elecciones, un 46%. Sin embargo, los votantes de izquierda prefieren ir a terceras elecciones antes de facilitar un gobierno de Rajoy, un 71% en el caso de los socialistas y un 88% en el caso de los votantes de UP.

Los votantes del PP y de C's, por el contrario, manifiestan una clara preferencia por una abstención que evitara ir a terceras elecciones. Es un resultado interesante, porque en esas terceras elecciones, según las encuestas que vamos conociendo, el PP mejoraría sus probabilidades de sumar, con Ciudadanos, una mayoría absoluta. De modo que los electores del PP y C's prefieren el pájaro en mano de un gobierno que necesitaría negociar con el PSOE para sacar muchas leyes adelante, antes que ir a unas elecciones que muy probablemente le darían al PP la posibilidad de sacar esas leyes, u otras más duras, sólo con el apoyo de C's.

En todo caso, la principal lección que sacamos de la encuesta de La Sexta es que la izquierda quiere ir a nuevas elecciones. La siguiente lección la sacamos de la encuesta de El Confidencial. A la cuestión: “¿Cree que la celebración de unas terceras elecciones solucionaría la actual situación de bloqueo político que vive el país?”, el 73% de los votantes socialistas y el 70% de los votantes de UP responden que no. Es obligatorio hacernos la siguiente pregunta: ¿qué lleva a los votantes de izquierdas a querer unas terceras elecciones sabiendo que no servirán para desbloquear la situación política de nuestro país? Incluso con la posibilidad de que esas elecciones pudieran darle a la derecha una ventaja mayor, y decisiva, de la que ya tiene.

Antes de abordar este asunto, veamos las respuestas a otra pregunta de la misma encuesta. La pregunta dice: “¿Estaría a favor de una solución en la que el PSOE se abstuviese a cambio de que el PP presentase a un candidato diferente a Mariano Rajoy?”. Se trata de un asunto muy importante, porque en este caso se separa la aceptación de un gobierno del PP de la aceptación de un gobierno de Rajoy. En el caso de que se retirara Rajoy, la mayoría de los votantes socialistas, un 58%, sería favorable a una abstención que permitiera gobernar al PP. Sin embargo, sólo el 27% de lo votantes de Unidos Podemos aceptaría ese trato.

Conviene añadir, además, que un 80% de los votantes de Ciudadanos y hasta un 51% de los votantes del PP se manifestaban de acuerdo con quitar a Rajoy para desbloquear la situación política. Sin entrar en este interesante resultado entre los votantes de la derecha, concentrémonos en la diferencia de opinión entre los votantes socialistas y los votantes de UP. ¿Por qué los electores socialistas como los podemitas comparten el rechazo a Rajoy y, sin embargo, discrepan respecto a la aceptabilidad de un gobierno del PP sin Rajoy? ¿Por qué una mayoría clara de votantes socialistas estaría dispuesta a abstenerse a cambio de quitar a Rajoy, en tanto que la mayoría de los votantes de UP prefiere ir a unas terceras elecciones antes que aceptar un gobierno del PP sin Rajoy?

Aunque creo que los dos electorados de izquierdas tienen distintos intereses de clase, que influyen en sus preferencias, y que merecen un artículo por sí mismos, parece evidente que la ética de la convicción está actuando tanto en los electorados socialista como en el podemita, pero de manera diferente. Las convicciones de una mayoría de electores de UP les impiden negociar con la derecha ninguna salida al bloqueo político, porque su rechazo no es sólo a Rajoy, sino a un sistema político que reconoce al PP como un actor legítimo. No les importa que, finalmente, la derecha gane con holgura si ellos conservan su convicciones en toda su pureza. Dice Max Weber: “Quien actúa según una ética de la convicción, sólo se siente responsable de que no flaquee la llama de la pura convicción, la llama, por ejemplo, de la protesta contra la injusticias del orden social”. Si la derecha gana por mayoría absoluta, los de la ética de la convicción van a tener muchos más motivos para protestar por las injusticias sociales. Los electores socialistas, por su parte, se vencen hacia la ética de la responsabilidad y calculan cómo aminorar los daños, piensan como políticos, eligen entre dos males.

Los socialistas nos comprometimos a no facilitar un gobierno del PP y a no ir a terceras elecciones, lo que sólo nos dejaba la salida de formar un gobierno alternativo si queríamos hacer honor a nuestros compromisos. El apoyo de C's a la investidura de Rajoy, y la persistencia de UP en sus posiciones de la legislatura anterior, además del mutuo veto entre UP y C's, evidenció pronto que tampoco sería posible un gobierno alternativo viable en esta legislatura. A partir de esa constatación, hiciéramos lo que hiciéramos, los socialistas no podríamos cumplir una de nuestras dos promesas: de modo que, o permitíamos un gobierno del PP, o íbamos a terceras elecciones.

El día 2 de septiembre, horas después de la derrota de Rajoy en la segunda votación de su fallida investidura, publiqué un artículo defendiendo una abstención prorrateada entre “las fuerzas del no” a cambio de la retirada de Rajoy. La derrota en la investidura, y el asunto Soria, habían debilitado políticamente a Rajoy, y su salida, además de posible, tenía un doble valor, práctico y simbólico. Por supuesto, era plenamente consciente de que no iba a ser fácil que Rajoy y Unidos Podemos aceptaran hacer su parte de esfuerzo en el desbloqueo, pero me parecía una posición justa y defendible por los socialistas, y por tanto una salida democráticamente aceptable.

Las circunstancias cambiaron pronto. Tres semanas después de la publicación de mi artículo, el 25 de septiembre por la noche, al conocerse los resultados en Galicia y el País Vasco, y ya antes de que ocurrieran los aciagos sucesos de esa semana en el PSOE, era evidente que unas terceras elecciones favorecerían a las derechas y perjudicarían a las izquierdas. Conforme pasa el tiempo hay más personas que recuerdan menos los desmanes de cuatro años de mayoría absoluta del PP y recuerdan más el último año de bloqueo político. En junio los socialistas, y la izquierda en general, sacamos peores resultados que el diciembre pasado, y lo mismo nos ha ocurrido en las elecciones autonómicas a pesar de nuestra estrategia del “no es no”.

El 26 de septiembre, Pedro Sánchez convocó unas elecciones primarias a la secretaría general del PSOE para el 23 de octubre, comprometiéndose, si obtenía el apoyo de los afiliados, a formar un gobierno alternativo en una semana, pues ese es el plazo existente antes de la convocatoria automática de nuevas elecciones. Al día siguiente de esas declaraciones del líder socialista, el señor Iglesias, que debería ser su principal socio de ese gobierno alternativo, afirmó: “¿Alguien cree que a partir del 23 de octubre se puede conseguir el aval del jefe del Estado, abrir una negociación complejísima y que nosotros consultemos a nuestras bases? Eso es ciencia ficción”.

Quienes no quieran creer ni en la declaración de Sánchez, ni en la de Iglesias, están en su derecho, y pueden pensar, si eso les place, que ambos nos estaban mintiendo y en realidad ya habían acordado un gobierno alternativo. Sin embargo, si atendemos a los hechos conocidos y a las declaraciones públicas de los protagonistas, y no a los rumores, resulta evidente que el día 2 de septiembre, después del fracaso de la investidura de Rajoy, la estrategia del secretario general del PSOE era ya ir directamente a terceras elecciones si no conseguía un harto improbable gobierno alternativo. La misma estrategia, por cierto, de Unidos Podemos. De hecho, el instrumento que eligió, unas primarias, era más adecuado para garantizarse el liderazgo del partido de cara a unas nuevas elecciones que para hacer partícipes a las bases de la decisión sobre un acuerdo de formación de un gobierno alternativo. Las primarias no fueron convocadas para compartir una decisión sino para concentrar el poder.

Si todos hubiéramos actuado de otra manera en el pasado, el presente sería distinto. Pero que los demás no nos hicieran caso en el pasado, o que actuaran mal, no nos exime de nuestra responsabilidad en el presente. Ahora nos apremia un doloroso dilema. No queremos a Rajoy, no nos parece digno de ser presidente, no nos parece bueno para España. Si nos abstuviéramos, Rajoy sería presidente, es verdad que con un poder limitado, sobre el que podríamos influir en el Parlamento, cuyas medidas podríamos atemperar, pero en todo caso sería nuestra responsabilidad que Rajoy fuera presidente. Por el contrario, si no nos abstenemos y vamos a terceras elecciones, es muy probable que Rajoy gobierne sin que podamos influir en las medidas que tome, pero entonces nosotros habríamos salvado nuestra conciencia, la responsabilidad de que nos gobierne Rajoy no sería nuestra, sería de quienes lo hubieran votado. El país, y la gente a la que defendemos, con una altísima probabilidad, estarían peor, pero no sería responsabilidad nuestra. ¿O sí?

Cuando, previendo que, o bien no servirán para nada, o bien aumentarán el poder de la derecha, una parte de la izquierda prefiere ir a terceras elecciones antes que permitir un gobierno del PP, está actuando según la ética de la convicción: antes muertos que cometer la indignidad de permitir un gobierno del PP. Esa fue la misma lógica que nos llevó a las segundas elecciones con mejores resultados de la derecha, antes muertos que cometer la indignidad de facilitar un gobierno del PSOE con Ciudadanos. Sin embargo, sorprendentemente, Max Weber nos dirá: “Esta ética es, así, una ética de la indignidad, salvo para los santos”. Para los santos o para quienes pueden pagársela, podríamos añadir, si atendiéramos a una lógica de clase que aquí no hemos tenido espacio para desarrollar.

Cuando se nos dice que tenemos que elegir entre Rajoy y unas terceras elecciones, se nos está ocultando, cínica o ingenuamente, el verdadero dilema. Esa elección no produciría ningún desgarro en el PSOE. El desgarro viene de la conciencia de no poder ocultarnos a nosotros mismos que con una alta probabilidad la verdadera elección sea entre un gobierno de Rajoy con menos poder o un gobierno de Rajoy con más poder. A esto se refiere el famoso dicho de que la política es tener que elegir entre lo muy malo y lo peor. Lo que nos desgarra es tener que sacrificarnos, no para mejorar el mundo, sino para evitar que sea mucho peor.

No mentirás, dice el octavo mandamiento. Si el profesor de nuestro ejemplo hubiera dicho la verdad al nazi, probablemente la mujer estaría muerta, pero él se encontraría en el Paraíso con los líderes de Podemos, el día en que estos, por fin, consigan asaltar los cielos. El profesor no habría mentido, diría a las puertas del Paraíso, y añadiría: la responsabilidad de la muerte de la mujer es exclusivamente de los asesinos nazis. Así se actúa desde la ética de la convicción. Si, en lugar de un santo, era un buen político socialdemócrata o democristiano, le hubiera respondido al nazi que no había visto a la fugitiva. Quizá su mentira no habría salvado a la fugitiva, pero él habría ido de cabeza al infierno por mentiroso.

Los políticos, y los partidos políticos, no pueden desentenderse de las consecuencias de sus actos, para salvarse ética o estéticamente. La contradicción sobre la que escribía Max Weber en 1919 es la que ahora nos desgarra a todos y cada uno de los socialistas españoles, y no sólo a los socialistas. Para resolver esa contradicción, Weber citaba la célebre frase de Maquiavelo en la que dice que el Príncipe debe anteponer la salvación de su patria (añádase trabajadores, personas necesitadas, gente que huye buscando refugio) a la salvación de su alma. Esa es la razón por la que el infierno está lleno de buenos políticos socialistas.

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José Andrés Torres Mora es diputado socialista por Málaga

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