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La “contienda atronadora” es más ruido que parálisis: cinco acuerdos entre PSOE y PP en la España de 2024

Buzón de Voz

Lo pagaremos (casi) todos

“Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen". (Albert Camus)

En vísperas de una nueva investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno, cunde la sensación en el espacio progresista de que ya es demasiado tarde para casi todo, o que fue demasiado pronto para algunas cosas. Lo cierto es que el camino de autodestrucción en el que anda empecinado el PSOE no se inició hace un mes sino hace cinco años. Y no afecta sólo ni principalmente a la militancia socialista. Se engaña quien crea que la continuidad en el Gobierno de un partido contaminado hasta el cuello por la corrupción es un "mal menor" respecto a la frustración que habrían provocado unas terceras elecciones. Del mismo modo que se engañan (y engañan) quienes siguen leyendo el significado y las consecuencias del 15-M con las gafas de sus propios intereses crematísticos, personales o de grupo político, económico o mediático.

Entramos en una nueva fase política que arranca como es costumbre en un país tan aficionado a los garrotazos y a los sectarismos: con un aluvión de medias verdades, falsedades completas y malentendidos. Un compendio que viene a confirmar que la ciudadanía sigue siendo tratada como menor de edad.

 No es cierto que no hubiera otro remedio que la abstención del PSOE. En ningún momento intentó el PP, siendo la lista más votada, lograr un acuerdo más allá de Ciudadanos. No llegó a sentarse siquiera con el PNV, cuyo apoyo le habría dejado a un solo escaño de la mayoría absoluta.

 Ha sido el propio PSOE quien se ha autoubicado como único responsable de la gobernabilidad de España. Si Pedro Sánchez hubiera intentado en serio una alternativa de gobierno tras su “no es no”, o si el PSOE hubiera exigido desde el primer minuto unas condiciones duras y respaldadas por su propia militancia para facilitar un gobierno del PP, a estas alturas habría ganado credibilidad tanto para seguir en la oposición como para acudir a unas terceras elecciones sin traicionar los compromisos que adquirió ante los electores.

 Eso de que “los votantes han colocado al PSOE en la oposición” es una solemne majadería. Los ciudadanos tienen por costumbre votar a quien consideran que debe gobernar de acuerdo con sus propios intereses o los de la comunidad (o ambos), y como mucho pueden conscientemente votar a una formación que saben que no ganará pero confían en que representará sus intereses desde la oposición parlamentaria. Lo que no tiene precedentes ni demostración sociológica es que alguien vote a un partido para que apoye el gobierno de su principal adversario.

 No es verdad que la abstención del PSOE para que gobierne el PP sea comparable a los acuerdos existentes en algunos países de Europa entre socialdemócratas y la derecha. En primer lugar porque aquí (hasta donde sabemos) no hay ningún acuerdo de gobierno, sino simplemente una decisión autónoma del Comité Federal socialista para permitir gobernar a la derecha. Ni hay cesiones por parte de esta ni ese apoyo ha sido sometido a las bases (como hizo el SPD alemán, por ejemplo). Y en segundo lugar porque ninguno de los partidos conservadores europeos en el poder con apoyo o permiso de formaciones progresistas está implicado de hoz y coz en cinco causas de corrupción como lo están el PP y varias decenas de exdirigentes. Eso sí que es una “anomalía democrática”, mucho más evidente que la de repetir elecciones tres veces en un año.

 Decir que la debilidad del Gobierno de Rajoy permitirá de facto una especie de “gobierno parlamentario” es mucho decir. El diseño constitucional fue dibujado precisamente para facilitar gobiernos estables, de modo que otorga al Ejecutivo la capacidad de veto motivado en el gasto que supongan iniciativas parlamentarias que le disgusten (como ya se ha demostrado). La mayoría absoluta del PP en el Senado le sirve además para dilatar las decisiones del Congreso tanto como a Rajoy le interese. Y es precisamente Rajoy quien tendrá en su mano el principal instrumento frente al Congreso: la posibilidad de disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones a partir del próximo mes de mayo. ¿Alguien duda que seguirá culpando al PSOE, a Podemos o a los independentistas (o a todos) de la supuesta “ingobernabilidad”?

 Hace más de dos años (en mayo de 2014), desde estas mismas páginas, advertimos que intereses financieros, políticos y mediáticos (muy bien representados por Felipe González y Juan Luis Cebrián) estaban alentando la formación de una Gran Coalición PP-PSOE tras percatarse de que todaslas encuestas pronosticaban el fin del bipartidismo. La reacción de las propias bases socialistas y el rechazo que reflejaban los sondeos posteriores entre el electorado progresista llevaron a sus incansables promotores a idear fórmulas diferentes para producir el mismo resultado. Un seguimiento de los editoriales de El País (y de los de toda la prensa conservadora) pone en evidencia el empeño del establishment en evitar a toda costa que fructificara cualquier intento de sumar a la izquierda del PSOEestablishment, menos aún si se precisaba no sólo el apoyo de Podemos sino también el consentimiento de formaciones nacionalistas.

 Desde entonces han llovido la abdicación de Juan Carlos I, la dimisión de Rubalcaba, la designación de Pedro Sánchez, unas elecciones municipales, varias autonómicas, dos generales… Y la confirmación de que PP y PSOE conservan el grueso de su debilitado voto entre los mayores de 45 años y en las zonas rurales, mientras Podemos y Ciudadanos han seducido a los sectores sociales y generacionales más dinámicos. Esa realidad sociológica puede o no asentarse, pero seguir despreciándola desde púlpitos empresariales o mediáticos es pura ceguera o simple imposición de intereses particulares cortoplacistas.

 La voladura interna provocada en el PSOE por la prioridad de Sánchez en mantener su sillón otros cuatro años y por la reacción autoritaria de los cuadros dirigentes para frenar su ambición ha situado a los socialistas exactamente donde los querían esos poderes no elegidos. Que algunos estén dispuestos a ir incluso más lejos, expulsando del grupo parlamentario a los diputados díscolos o rompiendo con el PSC, puede garantizar una posterior victoria en la batalla interna emprendida, pero también vaticina la firme probabilidad de que el PSOE termine limitando su implantación e influencia a Andalucía, Extremadura y las Castillas. Como mucho.

La profundidad del agujero excavado por el PSOE dependerá en parte de lo que haga (o no haga) Podemos para aprovecharlo. El debate interno, personalizado en Iglesias y Errejón pero que refleja diferencias muy serias de discurso, estrategia y estilo, tendrá que despejarse en su próximo ‘Vistalegre’. La táctica de combinar el papel institucional y las movilizaciones en la calle busca despertar de nuevo la fuerza del 15-M que dio origen al movimiento populista, pero también supone el riesgo de situarse en el rol de la protesta y frustrar las esperanzas de cambio real en el sistema. De momento, su apoyo a la manifestación convocada rodeando el Congreso el mismo día de la investidura ha permitido ya colocar los focos mediáticos en la calle (por muy pacífica que sea la concentración) en lugar del hemiciclo, donde se va a producir la “anomalía democrática” de que el presidente de los sobres, de los SMS y de los tesoreros en el banquillo continúe en el cargo gracias a la abstención del PSOE.

No. Esta nueva investidura no desgasta sólo ni principalmente al PSOE por haber decidido facilitarla. Si asomamos por encima del acto parlamentario que el sábado pondrá fin al bloqueo político del último año, podremos visualizar un riesgo mayor: blanquear políticamente la gestión del PP sobre la corrupción conduce a una mayor polarización y a una menor calidad de la democracia. Mientras PSOE (o lo que quede de él) y Podemos (en lo que termine convirtiéndose) no sean capaces de romper la absoluta desconfianza mutua, este país seguirá por mucho tiempo gobernado por las mismas fuerzas que han provocado con su gestión la mayor brecha de desigualdad de la OCDE.

P.D. La célebre cita que precede a este comentario figura en el libro Albert Camus, periodista, de la profesora María Santos Sáinz, que este miércoles se presenta en Madrid. No podría explicarse lo ocurrido en la política española, y aún menos en el PSOE de los últimos años, sin el papel jugado por cabeceras periodísticas y grupos de comunicación más volcados en la defensa del interés de los poderosos (“quienes hacen la historia”) que al servicio de los ciudadanos (“quienes la padecen”). Camus y la necesidad de un periodismo independiente y crítico siguen absolutamente vigentes.

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