Maleta de libros
'De la fortuna de la amistad', de Wilhelm Schmid
Portada de 'De la fortuna de la amistad', de Wilhelm Schmid, con ilustración de Paula Bonet.
El alemán Wilhelm Schmid dedica su vida a hablar de felicidad, envejecimiento y de "el arte de vivir". Pero sus obras estás bien lejos de los libros de autoayuda; lo que Schmid hace, defiende, es "filosofía de la vida". En este caso, el autor de Sosiego. El arte de envejecer (Kairós, 2015) El arte de vivir ecológico (Pre-Textos, 2011) y La felicidad: todo lo que debe saber al respecto y por qué no es lo más importante en la vida, se ocupa ahora de la amistad como campo de prueba de las relaciones sociales y elemento necesario para el propio bienestar. El título viene acompañado, además, de las ilustraciones de Paula Bonet, y conmemora el 40º aniversario de la editorial Pre-Textos.
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Prólogo
¡La amistad tiene cada día más amigos! Lo que es motivo de satisfacción, pero ¿es que no los había tenido siempre? Sí, aunque no siempre por las mismas razones. En el mundo rural premoderno casi no podía evitarse ser más o menos amigo de todos. Por el contrario, en el mundo urbano moderno se buscan amigos como quien busca plantas raras: como para cualquier otro acto desesperado puede recurrirse también al internet. Si la amistad fue una vez una relación para toda la vida –mientras nada malo se interpusiera– a lo largo de la modernidad se ha convertido, como el amor, en una relación para un período vital que durará exactamente hasta que nos volvamos a perder de vista.
Aun así la amistad es valiosa porque sirve de contrapeso a las relaciones funcionales que hacen de la vida y del trabajo en el mundo moderno algo, en parte, más fácil y, en parte, más difícil: más fácil, porque ese mundo funciona bien incluso si los individuos no se conocen personalmente. Más difícil, porque, aunque vivan y trabajen unos junto a otros, éstos no se reconocen necesariamente como individuos: cero relaciones, cero contactos.
Sin embargo, muchos experimentan como una carga insoportable para su ser el vacío emocional que en ellos deja el perfecto funcionamiento de una sociedad de agentes al servicio de los intereses comunes.
Con toda seguridad éste es uno de los motivos por los que se ha redescubierto la amistad online y offline. Se ha vuelto mucho más visible a causa del aislamiento social que nos amenaza. Qué alegría cuando, entre los muchos rostros con los que diariamente nos cruzamos, emerge uno del anonimato: un conocido, un amigo. La libertad que tanto aman los individuos modernos ya no es solamente la siempre posible forma negativa de la liberación mutua. Hay que ir descubriendo cada vez más la forma positiva no sólo de acercarse a los demás por decisión propia sino también de mantenerse unidos para juntos poder sobrellevar la vida. La amistad es la relación elegida en libertad por antonomasia; mediante ella es posible aprender y poner en práctica la manera en que pueden modelarse –y modelarse bien– las relaciones entre los individuos. Aunque también pone de manifiesto lo difícil que puede ser y cómo, no obstante, pueden encontrarse formas de vida en las que todo egoísmo desmedido se relativiza a sí mismo.
En los tiempos modernos, también el amor es una relación libre a pesar de que los amantes tengan a menudo que aceptar una considerable pérdida de libertad ligada a la pulsión de sus deseos, a los hábitos de la íntima convivencia en la vida cotidiana o al carácter excluyente de una relación que no acepta, sin más, otras variantes. Por el contrario, el vínculo libre de la amistad admite relaciones de todo tipo y en todos los sentidos e, incluso,
puede vivirse en amplios círculos de amigos. Mientras que el amor las padece, la amistad da cuenta de mejor manera de las modernas exigencias de libertad. En la misma medida en que el amor se vuelve más difícil, la amistad se vuelve más interesante. ¿Se logrará alguna vez amalgamar estos dos tipos de relación?
Cultivar la amistad se convierte, en todo caso, en un elemento del arte de la vida siempre que el individuo sea consciente de lo imprescindible de esta relación para que la vida sea bella y merezca la pena decirle que sí. Una vida plena necesita de relaciones estrechas con los demás, de su cercanía, de su contacto y afecto puesto que, de esa manera, se experimentará la incomparable riqueza del yo y del mundo. Los amigos pueden vivir en común su intimidad de tal manera que podría decirse que, sin amigos, el yo se empobrece y se queda desesperadamente solo. Incluso una gran parte del sentido de la vida puede experimentarse en la amistad: los amigos pueden
en común darle sentido a la vida aunque todo el sentido no depende nunca del éxito de una sola relación. Por eso cada vez más individuos dedican, en su vida, una atención renovada al esfuerzo de hacer amigos y cultivar la amistad.
La amistad es sin duda una retirada a la esfera de la privacidad. Que la amistad lo haga posible es precisamente lo bello de ella. Además sus efectos sobrepasan espontáneamente lo privado y repercuten en la configuración de la sociedad en su totalidad. La condición y el modo en que la sociedad se realiza dependen de si los individuos son sociales y en qué modo lo son. Fijar la atención en este hecho no significa proponerse que toda la sociedad consista sólo en relaciones de amistad: lo que no será nunca el caso. Teniendo, sobre todo, en cuenta el dominio de las relaciones funcionales, se trata de saber si la sociedad moderna podría ser un poco más amable en el caso de que algunos individuos dieran en su vida más importancia a la amistad.
¿Se entiende por amigo siempre lo mismo? Por propia experiencia sabemos todos que hay diferentes tipos de amistad. Ya en el siglo IV a. C. Aristóteles (Ética a Nicómaco) llegó a conclusiones en este sentido que todavía son de gran ayuda y que retomaremos en este libro: un tipo de amistad está orientada especialmente a la diversión en común. Otro tipo, tiene como meta el beneficio. Pero todo el mundo sueña con la auténtica amistad, alejada de todo cálculo, en la que el otro nos llega al alma y en la que, a la inversa, llegamos al alma del otro. Lo nuevo del siglo XXI es la amistad virtual que, cultivada mediante instrumentos electrónicos, aporta sus propias peculiaridades a las que también nos referiremos.
La fortuna de la amistad es evidente: los amigos, las amigas pueden alegrarse de la mutua cercanía y de poder compartir magníficas e innumerables experiencias. Dan sentido a la vida en todos los niveles: en el sensorial, en el espiritual, en el intelectual; pueden consultarse todo e, incluso, decirse con franqueza lo que cada uno tiene por verdad. Con todo, no se cantará aquí una loa a la amistad, sino que también nos referiremos a los problemas y a las propuestas para una posible solución. A los amigos les puede irritar una falta de atención mutua, la crítica recíproca, las crecientes diferencias y desigualdades entre ellos, una sobretensión de la amistad, las exigencias mutuas o los intentos inapropiados de influir uno en el otro.
Por último se hablará de otra forma de amistad que es la base de muchas cosas de la vida: la amistad consigo mismo. Aristóteles ya indicó que ninguna amistad – más aún, que ninguna relación con los demás– es posible si un individuo no está en armonía consigo mismo: simplemente porque no encontrará las fuerzas para dedicarse a los demás. Entenderse consigo mismo no es una tarea que pueda darse por definitivamente concluida en un momento determinado. La autoclarificación y la autodefinición siempre en proceso conllevan poder estar para los demás sin tener que renunciar a uno mismo. Sólo si el individuo se presta atención a sí mismo, será capaz de prestar atención a los demás. El esfuerzo que supone la dedicación a uno mismo no resulta tan grande si se tiene en cuenta la satisfacción que se experimenta, sobre todo, en ese tipo de sorprendente relación que lleva por nombre amistad.
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De la fortuna de la amistad
‘El club del crimen’, de Weldon Kees
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Wilhelm SchmidTraducción de Ela Fernández-PalaciosIlustraciones de Paula BonetPre-TextosSeptiembre de 201615 euros
La editorial
Pre-Textos es tan madura como nuestra democracia. Nació en Valencia en 1976, parida por tres amigos que siguen manejando el sello desde entonces: Manuel Borrás, Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba. La editorial, en manos de unos por entonces jóvenes universitarios, se propuso recuperar la memoria del exilio español republicano. El interés por la otra orilla, la que había acogido a los escritores expulsados por el franquismo, fue inevitable. Aunque continúa siendo un proyecto independiente, su expansión paulatina les ha llevado a lanzar líneas desde la narrativa a la filosofía. Su catálogo, que abarca desde Elias Canetti (que les permitió despegar al coincidir la concesión del Nobel con la publicación de Las voces de Marrakech)a Andrés Trapiello pasando por Ramón Gaya, César Simón o Rosa Chacel, es hoy uno de los más apreciados de la edición española.