De la libertad al discurso de odio
“La justicia social debe igualar de hecho a todos los hombres en lo tocante a los derechos de la humanidad” (Luigi Taparelli, Ensayo teórico del derecho natural apoyado en los hechos, 1843).
¿Quién fue este Luigi Taparelli?¿Quizás un precursor del anarquismo que terminaría confluyendo con comunistas, socialistas y sindicalistas en la I Internacional Obrera?¿O tal vez un independentista argentino que osó levantarse contra la Madre Patria España unas décadas antes? Ni una ni otra. El tal Taparelli fue un jesuita italiano al que se le atribuye la invención de este término y al que se le considera como uno de los fundadores de la Doctrina Social de la Iglesia.
Sirva esta anécdota histórica para ejemplificar la inconmensurable incultura, el infinito desconocimiento del que hacen gala, un día sí y otro también, determinados políticos (aunque en este caso la estulticia tiene nombre propio). ¿Quién es la historia para desmentir un pensamiento? ¿Acaso no se puede retorcer al gusto del orador, con tal de que una frase quede bien?
La aludida (y no nombrada) dejó pasar una oportunidad de oro cuando viajó allá por el otoño del 2021 a Nueva York, y sentando sus reales en la ONU, les reprochara el enorme error de haber reconocido, en Asamblea General del 2007, al día 20 de febrero de cada año como Día Mundial de la Justicia Social.
Toda ocurrencia es buena si con ello se consigue, no ya vencer al contrincante, sino exterminar al enemigo al que la Honorable Presidenta identifica con dos palabras: comunismo y Sanchismo.
Lo verdaderamente deprimente es que toda esta patochada se valore. Y que un brazo que impide el paso de un ministro, convertido en himno por obra y gracia de Mecano, tenga más escaños que la blanca protesta médica que recorre las calles madrileñas
Unos eslóganes cuya veracidad nadie cuestiona, y que, por la propia simplicidad mental que destilan, le reportará un buen puñado de votos. Porque, no nos engañemos, a la gente le tienen sin cuidado los logros y avances sociales que emanan de las más de doscientas normas que el Gobierno de coalición ha aprobado en esta legislatura, y da una mayor valoración, que tristemente se expresará en las urnas, a una caña de cerveza sentados en una achicharrante terraza madrileña, jaleando el soniquete de “o comunismo o libertad”.
Inciso: ¿también tienen derecho a esa caña los vecinos de San Fernando de Henares que intentaron (en vano) hacer llegar sus protestas hasta la Puerta del Sol? A mi juicio, más derecho tienen a sentarse en cualquier terraza, puesto que ni casa tienen en la que poder beber un vaso de agua.
Sigamos con el razonamiento: si lo de la Justicia social es un invento, volvamos a lo anterior. Aquí nos encontraremos con el paraíso libertario... de unos cuantos. ¡Cómo iban a gozar los nobles y altos cargos eclesiales con su libertad para calcular los diezmos a los que estarían obligados sus súbditos! Y ya puestos, también podrían elegir libremente a las mozas que deberían someterse a su derecho de pernada. Eso sí. Ellas podrían alegar su feminismo acicalándose adecuadamente para la ocasión.
Como se puede colegir fácilmente, libertad para todos, pero no para todos la misma libertad.
Y entre tanto, se va colando en esos Discursos de la Libertad la negación de la propia existencia de otros pensamientos. Aquí ya no se trata de ganar unas elecciones para desarrollar un proyecto político. Aquí se trata de desterrar de la faz de la tierra (de la cristiana, leal y muy patriótica tierra española) a otros españoles, unificados bajo el término de Sanchismo, igual que hasta hace poco tiempo (en términos históricos), se unificaba a los enemigos de España con el de “rojos”.
Lo triste no es que esto pase. Lo verdaderamente deprimente es que toda esta patochada se valore. Y que un brazo que impide el paso de un ministro, convertido en himno por obra y gracia de Mecano, tenga más escaños que la blanca protesta médica que recorre las calles madrileñas.
Y mientras esto sucede, el moderado Feijóo, con la pupila dilatada, parlamentará con el altísimo para que haga llegar agua a los pozos ilegales de Doñana.
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Javier C. Fernández Niño es socio de infoLibre.