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Turismo lento y ‘Slow Food’

José Javier González

España impulsó la industria del turismo durante el régimen franquista con la promoción “sol y playa”, relegando a un segundo plano el turismo de interior. No es hasta la democracia y la entrada de España en la Unión Europea que el turismo de interior comienza a coger fuerza y adquiere relevancia. Hay muchos territorios con ingredientes para convertirse en lugares de turismo lento, tomemos como ejemplo el área vinícola de Rioja, que es un territorio pequeño y cuenta con poca población, lo que fomenta la cercanía y la concentración de experiencias turísticas. Pero hay muchos otros territorios para visitar lentamente, como Jaén (la provincia que tiene más castillos de Europa, Baena, Úbeda, Cazorla …), Castellón y sus contrastes, etc.

Reconstrucción del turismo y reinvención de nuevos destinos. Siguiendo con el ejemplo, y con el enoturismo como fenómeno atractivo para el viajero, en el área delimitada por la Denominación de Origen Calificada (DOCa) del vino de Rioja (Rioja a secas en adelante) podemos tener otra visión del turismo, la de la lentitud. Este es el eje sobre el que gira la mayoría del turismo en Rioja como región vinícola, y se relaciona socioculturalmente con los propios territorios que la componen, los de Álava, La Rioja (Comunidad Autónoma) y Navarra.

Viñedos, bodegas y maridajes se ponen a disposición del turista, lo que supone un carácter diferenciador para los visitantes, acompañados de hoteles refinados que transmiten una sensación idealizada del campo, exquisito, y muestran lo cultural como reclamo para atraer visualmente al turista, aunque, a la vez que conjugan la identidad del territorio, lo revalorizan y ejercen de ancla para la población. El turismo enogastronómico no puede faltar en este encuentro de experiencias turísticas que se apoyan en la DOCa, restaurantes, bares y txokos en Álava, y pone de relieve los productos locales, en concordancia con el vino, adaptándose a la demanda de los turistas. Las fiestas, la gastronomía y su elaboración dicen mucho de una cultura, y en este tipo de turismo no solo contamos con alimentarnos, sino que el gusto y el comer como forma de ocio, más el turismo de naturaleza, aumentan la reputación de Rioja.

Un territorio lento. Aspirando a la sostenibilidad, por la condición de territorio pequeño con todo próximo entre sí, el turista que se resiste a ser partícipe del turismo de masas desea transformarse en protagonista activo de su propia experiencia. El turismo lento es una experiencia en la que se redescubre la dimensión espiritual y cultural de los viajes, debido a las nuevas exigencias en cuanto a variedad, calidad y experiencia emocional. Para ello, la lentitud se ha vuelto una forma positiva de realizar turismo, que fomenta y defiende el territorio, el bienestar, la calidad de vida, la experiencia y el consumo decreciente para la sostenibilidad, mediante la toma de conciencia de que uno mismo y los demás deben convertir la relación huésped, anfitrión y lugares visitados en el aspecto más importante.

En definitiva, el turismo lento no es un producto turístico impuesto por el marketing o una moda. Se trata de un comportamiento crítico consumista atribuible a un turismo ético que, fomentando la responsabilidad, contribuya a una forma de vida lenta

Los territorios como Rioja desde el punto de vista del turismo son territorios menores, pero luchan por fortalecer los intereses e identidades colectivas, en los que la cohesión social representa un valor añadido capaz de diferenciarse en la calidad. De hecho, la vecindad con la zona más famosa y turística del País Vasco (Bilbao, San Sebastián) convierte a Rioja, sobre todo la parte alavesa, en su patio trasero (hay más en España), y oferta a los turistas extender las visitas a su territorio y optar a excursiones de uno o más días a Rioja con objeto de disfrutar también del enoturismo.

Estos lugares lentos se caracterizan porque en ellos se presta más atención al entorno ambiental y al paisaje, a una alta calidad de vida y a un mayor conocimiento de la historia. En el caso de Rioja existe una arquitectura de alto nivel concebida para la restauración de las principales bodegas. Se contrataron arquitectos de fama mundial (Frank Gehry, Zaha Hadid, Alvar Aalto, Calatrava o Rafael Moneo) para fomentar el desarrollo económico de la hostelería y los transportes. El problema es que añaden al señuelo cultural sus actividades y provocan su mercantilización sin más: “Rioja se va a beneficiar de la tendencia de crecimiento del turismo gastronómico y de experiencias” (política/industria).

Los territorios lentos no están atrasados, simplemente pretenden funcionar de una forma en la que la lentitud constituye el factor diferenciador de un desarrollo centrado en la humanización de la demanda y la oferta turística, en compartir prácticas en el territorio visitado, ver cómo se hacen las cosas allí, quiénes y dónde las hacen. Pero el territorio también debe responder con la activación de políticas de abajo hacia arriba, para que la población local y la pequeña industria sean capaces de reconocerse y detectar la recompensa que para ellos también supone este tipo de turismo, una sociedad, lenta a su vez, que contraste con los efectos negativos del turismo de masas, ese que deja de lado el medio ambiente y lo social. El turista lento, si compra en local o desde su lugar de origen por internet o email, puede contribuir a la supervivencia y puesta en valor de estos procesos y de la ética en el consumo. Esta visión de desarrollo implica el abandono de un modelo de turismo y una reducción de la demanda personal de viajes a favor de destinos locales, disminuyendo el consumo energético y el daño medioambiental asociado a los largos desplazamientos.

Slow Food. El modelo Slow Food (comida lenta), propuesto por Carlo Petrini, defiende a los pequeños productores y lo bueno, limpio y justo, básicamente el producto de temporada, lo que marca la naturaleza en cada época del año. Es uno de los primeros ejemplos de decrecimiento aplicado a la realidad y limitado a sectores concretos, como el consumo de productos km.0. Tiene en consideración la cultura gastronómica de las comunidades, y en nuestro ejemplo de Rioja valora unas entidades únicas en el mundo que extendemos también al País Vasco, las sociedades gastronómicas, que son comunidades para convivir comiendo por el placer de fortalecer la comunidad. La idea original de Slow Food es que el arte de la cocina sería una mínima parte si no se implica a los campesinos, pescadores, productores de aceite, etc., si no hacemos esto no hay gastronomía. Son necesarias las comunidades y la unión de los productores de cercanía con los ciudadanos, que no “consumidores”, entendido éste como un término que conlleva industria y destrucción. Por la urgente necesidad de respetar los ritmos de la naturaleza y la calidad de los productos en relación con la agricultura, el turismo lento y la Slow Food contribuyen a lentificar el territorio, al defender los procesos tradicionales de producción y a los pequeños productores de las consecuencias de la estandarización alimentaria.

El bienestar, la calidad de vida. Imagina una visita al casco amurallado de Laguardia y al pórtico de piedra policromado en la Iglesia de Santa María de los Reyes, cerrando con una comida casera en un restaurante con mesas corridas, con vino fresco del año, y rematado con un café o té en la casa del mielero en la muralla. En un territorio pequeño, con pueblos muy cercanos entre sí que son referentes mundiales, estimular y dar soporte al turismo lento conlleva la mejora del bienestar de las personas, y la importancia dada al factor tiempo beneficia las relaciones basadas en el respeto de uno mismo y los demás. A todo ello se añaden otras iniciativas, como la de Vitoria (Smart City), que persigue objetivos sobre la cercanía, la calidad y el carácter local de su oferta, en la línea de Slow Shopping & Leisure (Compras y Ocio lentos).

En definitiva, el turismo lento no es un producto turístico impuesto por el marketing o una moda. Se trata de un comportamiento crítico consumista atribuible a un turismo ético que, fomentando la responsabilidad, contribuya a una forma de vida lenta y, sí, también al consumo turístico, pero animando a la participación política y social. La responsabilidad individual y la sostenibilidad de la comunidad deben buscar un nuevo equilibrio productor/consumidor y territorio/turista, que contribuya a frenar la despoblación del medio rural y su deterioro, y a evolucionar la actividad turística hacia una economía circular que mejore la calidad de vida de todos los ciudadanos.

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José Javier González es antropólogo y analista de la Fundación Alternativas. 

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