Lola López Mondéjar: "Nos hemos convertido en fuentes gratuitas de datos para las empresas digitales"

Lola López Mondéjar acaba de ganar el Premio Anagrama de ensayo 2024.

Lola López Mondéjar acaba de ganar el Premio Anagrama de ensayo 2024 con un libro titulado Sin relato, que lleva como subtítulo Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad. En él disecciona cómo altera nuestras incautas mentes humanas toda la digitalización de la sociedad, cómo nos embrutece de un modo peculiar. No es que antes no haya habido alienación mental, es que la de ahora tiene unas características que la escritora se encarga de mostrarnos. Hay que agradecer a la editorial Anagrama que se haya fijado en él, por la capacidad de plantear problemas, por hacer pensar y repensar. Es de esos libros que hay que leer despacio, volver a él e incluso disentir, como me ha ocurrido en algunos momentos, pero encantada por la “fricción” que puede generar en mí o en otros lectores, y por ayudarme a profundizar. Lola López Mondéjar, aparte de ser escritora es, además, psicoanalista, con lo que aúna la calidad literaria con las teorías que sustentan su tesis en este libro.

El libro consta de 25 capítulos, entre los cuales yo destacaría el que trata sobre El deseo mimético, el de la Pasión por la ignorancia, El mundo digital, El psicoanálisis como narrativa, Sin relatos globales, o el de Hombres y mujeres huecos. También son interesantes los últimos capítulos. No significa esto que sean los mejores, sino los que más me han impactado o donde la autora se expresa como la gran narradora que es.

Es tal la cantidad de temas que propone y sugiere que daría para realizar un seminario, más que una entrevista o una reseña. Por las páginas aparecen los nativos digitales y las consecuencias en la formación de todos los jóvenes adictos a las redes sociales, a los móviles, a los TikTok, Instagram, YouTube, etc. También analiza los cambios que empiezan a notarse en la sociedad: el acceso a demasiada información, que no formación, el cambio en las estructuras familiares, en el aprendizaje, en la percepción de los problemas. Aunque algunos los percibo de otra manera, creo que es necesaria una reflexión profunda sobre todos ellos, para que nos ayude a estructurar nuestro cerebro frente a los nuevos retos y desafíos, frente a la rapidez con que los hechos pasan y ocurren, frente a los nuevos retos tecnológicos que surgen constantemente y que cuesta asimilar. De ello depende nuestro futuro como especie.

Según la autora, hay toda una serie de condiciones y facultades de lo humano que están en riesgo:

  1. El aprendizaje social en un entorno humano (el lenguaje para comunicarnos y crear nuestra propia narración). 
  2. La adquisición y desarrollo de la imaginación creativa.
  3. Nuestra capacidad de proyectarnos hacia el futuro.
  4. La empatía y la compasión, la facultad de ponernos en el lugar del otro y conmovernos con su dolor).
  5. La capacidad de actuar individual y colectivamente.

Como los temas son muy complejos y una es una lega en materia de psicoanálisis y psicoterapias, he preferido preguntarle a la autora para que sea ella quien aclare algunas de las preguntas que la lectura del libro me ha suscitado.

Para comenzar, ¿qué relación hay entre el título, Sin relato, y la ilustración de su portada, ese loro que despliega un ala amarilla a la que le falta una pluma?

Desde la industrialización, la humanidad ha sufrido un proceso de aceleración que ha producido efectos profundos en nuestro psiquismo. Efectos que se han multiplicado con la universalización de la digitalización del mundo en los inicios del siglo XXI. Desbordados por la información, que nos lleva de un contenido al otro, poco a poco se produce una disminución progresiva de nuestra capacidad de atención y, con ella, un vaciamiento de nuestro mundo interno, despoblado de experiencias que marquen la memoria (que necesita de representación y de tiempo para establecerse). La atrofia de nuestra capacidad narrativa, la dificultad de establecer un relato con sentido sobre nosotros mismos, es un efecto de estos procesos. Nos convertimos así en loros estocásticos que emiten un bla, bla, bla imitativo, sin saber realmente lo que dicen. Se trata de una producción de subjetividad que no es inocente, sino procurada abiertamente por las grandes plataformas digitales, el capitalismo digital, que pretenden convertirnos en ciudadanos acríticos y sumisos, meros consumidores, lo que supone un auténtico peligro para nuestras democracias.

Los efectos sobre la salud mental de este sistema son enormes, pues nos convertimos en hombres y mujeres irreflexivos, actuadores, que sufren un malestar que solo pueden  expresar en síntomas, sin saber cómo relacionarlo con su biografía. Nos convertimos en ciudadanos fácilmente manipulables.

En el libro habla unas veces de capitalismo digital, otras veces de capitalismo de vigilancia. ¿Qué diferencia ve con el capitalismo neoliberal o el capitalismo financiero? ¿Cree que hay un salto en el capitalismo, en su forma de explotación? ¿O es un salto en el terreno cultural?

El capitalismo digital y el capitalismo de la vigilancia son conceptos que dan cuenta de las transformaciones del capitalismo neoliberal y financiero, posfordista, y que nos ayudan a comprender las transformaciones sociales y culturales de la digitalización. Ambos ponen el acento en cómo nos hemos convertido en gratuitas fuentes de datos para las empresas digitales. Nuestra atención es la materia prima que extraen las grandes plataformas (GAFAMI: Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft e IBM) para su beneficio. El concepto de capitalismo de la vigilancia le permite a Soshana Zuboff insistir en las transformaciones individuales que trae consigo nuestra aceptación sin resistencia a la exposición de nuestra intimidad a cambio de los beneficios que nos proporcionan las redes, que acaban modificando nuestras decisiones individuales y colectivas.

Nos convertimos así en loros estocásticos que emiten un bla, bla, bla imitativo, sin saber realmente lo que dicen

Hemos pasado del mundo de la vigilancia opresiva a la exposición voluntaria de nuestra vida. Los lectores de más edad recordarán todavía la oposición de la izquierda a la instalación de cámaras de vigilancia en las calles, algo que hoy no levanta las protestas de casi nadie.

Respondiendo a si se trata de un salto del capitalismo en su forma de explotación diría que sí, que el carácter camaleónico del capitalismo ha adoptado formas nuevas de opresión y de incitación al consumo, ampliando su campo extraccionista a nuestro mundo interior. No solo se trata de un salto cultural, sino una extensión de la explotación capitalista a la atención, y una consecuente colonización de la mente de los ciudadanos, tomados como materia prima.

Háblenos de la identidad narrativa y su relación con la flexibilización del mercado laboral. ¿Cree que este fenómeno es nuevo? 

La identidad narrativa es el origen de la creación dinámica de la subjetividad. Un objetivo que recorre los ideales del ser humano desde el oráculo de Delfos, Conócete a ti mismo, hasta la Ilustración, y el precepto kantiano de atrévete a pensar. Se trata de interrogar la identidad mimética, lo dado por la familia y el entorno, para construir una identidad siempre en proceso, que integre pasado, presente y futuro en busca de un sentido para nuestra vida.

Cada sistema económico fomenta e inhibe determinados tipos de individualidad. La flexibilización del mercado laboral, como ha demostrado Richard Sennett, impide la concepción de un sí mismo integrado. Por una parte, porque la energía ingente que ha de destinarse a la supervivencia resta fuerzas para la construcción de una interioridad dinámica, dado que nuestra energía es limitada; por otra, porque la flexibilidad del mercado laboral dificulta enormemente la construcción de una vida trascendente, es decir, que pueda proyectarse en un futuro. Los jóvenes precarizados no pueden pensar en tener una casa, en hijos, y esta incertidumbre les afecta en lo más íntimo. 

El proceso empieza con la industrialización y crece a medida que el sistema se hace más cruel y deshumanizado, como sucede hoy con empresas de reparto como Uber o Glovo, que infligen los derechos conquistados por los trabajadores desde hace décadas. Pero también contribuye a esta fragmentación de la identidad el abuso de los contratos temporales que sufren los trabajadores sanitarios, o las injustas condiciones de trabajo de la hostelería, o las condiciones de vida de los jornaleros del campo, por citar solo algunos ejemplos. Condiciones que podríamos identificar como formas modernas de esclavitud laboral, en muchos casos.

¿Hay una nueva masculinidad tóxica o es que ahora aflora debido también a los avances del feminismo?

La masculinidad hegemónica, profundamente patriarcal, siempre ha sido tóxica porque las características de la virilidad son sinónimo de violencia real y simbólica, pues comporta un uso de la mujer como objeto que satisface los deseos y necesidades del hombre. El avance del feminismo ha producido en muchos hombres, despojados simbólicamente de sus privilegios y derechos, un retroceso hacia los valores tradicionales, movidos por la incertidumbre que el colapso de los beneficios de que gozaban ha supuesto; teóricamente al menos, como ideal social hegemónico, hoy las sociedades occidentales defienden la igualdad entre los sexos, y muchos varones no saben cuál es su lugar en este contexto, por lo que su identidad de género se ha desestabilizado. Algunos han iniciado un proceso de desidentificación de los valores tradicionales para explorar formas nuevas, pero la gran mayoría ha regresado a las viejas costumbres, a una masculinidad reactiva a los avances del feminismo que pretende mantener la dominación sobre la mujer.

El proceso empieza con la industrialización y crece a medida que el sistema se hace más cruel y deshumanizado que infligen los derechos conquistados por los trabajadores desde hace décadas

Me ha gustado mucho lo de la justicia restaurativa como reivindicación de la agenda feminista, ¿puede hablar sobre esto?

Nuestra justicia está basada en un sistema punitivo de castigo al delincuente, al agresor, un sistema que el feminismo de la segunda ola interrogó poniendo el foco no solo en la reparación del daño de la víctima, sino en transformar las condiciones estructurales que dan lugar a la violencia, de manera que se apunta a la prevención de nuevos delitos. La justicia restaurativa devuelve el conflicto a la comunidad e intenta que sea esta quien lo gestione, mientras que la justicia punitiva lo pone en manos de la institución de justicia, y cree que la víctima está reparada con el castigo al agresor. 

La justicia restaurativa se ocupa de la víctima y del perdón y la transformación del agresor. En España hay algunos ejemplos de este nuevo paradigma que, sin embargo, no cuenta con el apoyo de todo el feminismo, que entiende que aplicarla a los delitos sexuales vuelve a poner a las mujeres en un lugar subordinado.

El problema, a mi entender, es que el punitivismo ha calado en las redes de formas múltiples, redes sociales que polarizan, radicalizan y dificultan pensar. Lo vemos en la cultura de la cancelación, o en el linchamiento al que se somete rápida y reactivamente a quienes son acusados de comportamientos sexuales que no sabemos a priori si son delictivos. Sin juicios, vulnerando la presunción de inocencia, confundiendo lo reprobable, que lo es por machista, por torpe, por desconsiderado, con lo condenable.

Las reacciones punitivistas polarizan la sociedad simplistamente en víctimas y agresores, infantiliza a la víctima y la descarga de responsabilidad. Hay un concepto freudiano, retomado luego por Lacan, “la rectificación subjetiva” que se basa en una pregunta fundamental también para la construcción de una subjetividad propia: “¿Cómo participa usted en aquello de lo que se queja?”, que contribuye a crear una subjetividad responsable.

El problema es que el punitivismo ha calado en las redes. Lo vemos en la cultura de la cancelación o en el linchamiento al que se somete rápida y reactivamente a quienes son acusados de comportamientos sexuales que no sabemos a priori si son delictivos

Creo que sería muy útil aplicar la rectificación subjetiva en una sociedad que simplifica los conflictos e identifica con prisa determinados chivos expiatorios donde proyectar todo el mal que nos aflige, eliminando nuestra responsabilidad en él.

¿Cómo y por qué pone el capitalismo digital en peligro las democracias? 

El capitalismo digital está enfocado a la supresión de la subjetividad de los ciudadanos, disminuye nuestra reflexividad al capturar la atención que es imprescindible para pensar en profundidad y construir un pensamiento crítico. El capitalismo digital nos hace iguales, consumidores guiados desde fuera, vaciados de intimidad. Se basa en incrementar la tendencia de nuestro cerebro a huir de la complejidad hacia caminos más sencillos, lo que nos lleva a la polarización. Los algoritmos de la tecnología digital nos aíslan en comunidades que se nutren a sí mismas, sesgo de confirmación, cámaras de eco, propensas a soluciones reactivas, como sucedió con el asalto al Capitolio o al Congreso de Brasil, como sucede con las respuestas de odio que incendian las redes rápidamente, auténticas cazas de brujas que van en contra de los pilares de nuestro Estado de derecho. 

¿Puede hablarnos algo de la Función Autor?

La Función Autor es un concepto que desarrollé en mi trilogía sobre los procesos creativos, que apunta hacia esa construcción de la subjetividad a la que hemos aludido antes. El autor se autoriza, de autoritas, a crear su propia subjetividad y su propia obra, tomando en cuenta lo dado, la tradición literaria, pero dialogando críticamente con ella. Sería lo opuesto a la identidad mimética de la que hablo en Sin relato. Una identidad que copia los eslóganes sociales y se deja llevar por ellos sin resistencia alguna. En el libro pongo como ejemplo, siguiendo a René Girard, a Don Quijote y su revelación final: ya no quiere ser caballero andante como Amadís de Gaula, nos dice, sino que entiende que él es Alonso Quijano.

Los mediadores de nuestro deseo ya no son los caballeros andantes, sino los y las 'youtubers' o 'tiktokers', que canalizan nuestro deseo hacia el consumo y el dinero

Hoy se estimula este tipo de identidad mimética, que tiene que ver con el fetichismo de la identidad de Zygmund Baumann, de consumidores acríticos y sumisos, guiados desde el exterior, fácilmente manipulables e influenciables, y no la construcción de una Función Autor, una identidad narrativa y autorreflexiva, más dueña de su atención, capaz de pensar críticamente. Los mediadores de nuestro deseo ya no son los caballeros andantes, sino los y las youtubers o tiktokers, que canalizan nuestro deseo hacia el consumo y el dinero.

¿Explica esto el auge de la autoficción o la autobiografía en la literatura? 

Mi hipótesis sería que, así como en el siglo XVI surgió la novela y el autorretrato al retirar la mirada hacia dios, que guiaba a los hombres hasta la edad media, y ponerla en el hombre, el incremento de la autoficción, de la literatura del yo y la autobiografía podrían ser la reacción de algunos autores a una sociedad donde predomina un yo que se jibariza, se homogeniza y se disuelve. Volver a un yo narrativo para contar lo que somos singularmente, en un esfuerzo para no perdernos en la homogenización, estaría, de forma consciente o inconsciente, en el origen de esta tendencia.

¿Cree que puede haber una reparación a través de la escritura?

Sí, creo que la escritura es reparadora tanto si se emplea como simple expresión como si se practica con ambición literaria. En ambos casos sostiene un esfuerzo por construir una subjetividad en proceso y pone palabras a las emociones, impidiendo el pasaje al acto y ampliando el mundo interior. La escritura edifica una isla interna, que nos ordena y protege de las inclemencias del mundo, poniéndonos al abrigo.

Hay un momento en el que plantea que los únicos relatos globales que mantienen su vigencia son el feminismo y el ecologismo. ¿Cree que el psicoanálisis, como el resto de la sociedad, necesita repensarse desde esas otras dos perspectivas?

El feminismo ha ganado en Occidente la batalla de los ideales, y el diagnóstico del ecologismo sobre la crisis medioambiental es una evidencia que se presenta cada día ante nuestros ojos con más rotundidad, a pesar de los intentos de los negacionistas que pretenden que el mundo es el mismo que era antes de la era industrial, y niegan el origen antropogénico de la crisis, es decir, que ha sido causada por el ser humano.

Ningún partido está dispuesto a asumir un programa que limite el consumo porque saben que no sería votado

Frente al peligroso, letal, deterioro medioambiental la “heurística del temor” desarrollada por Hans Jonas habría de ser un principio irrenunciable. En su libro clave, El principio de responsabilidad, Jonas defiende que “hay que dar mayor crédito a las profecías catastróficas que a las optimistas”, puesto que en los grandes asuntos que ponen en riesgo la humanidad hay que correr pocos riesgos, y en los que ponen en juego la vida de todos nosotros no podemos permitirnos ningún error. Esta heurística del temor debería haberse aplicado, por ejemplo, en la reciente Dana que ha asolado parte de la comunidad valenciana, un principio de prudencia necesario, aplicable a escala universal. Pero no se hizo, y no se hace normalmente. La crisis medioambiental estaba anunciada desde hace décadas, los científicos sufrieron y sufren el síndrome de Casandra, anunciaban la verdad venidera pero nadie les creía. Aún no les creen. En fin. Son relatos globales que tienen dificultad para implantarse, a pesar de su verdad. Como ideales, son mayoritarios, pero esto no se traduce en los cambios personales y colectivos que serían necesarios.

No es fácil en este mundo que nos tiene encadenados al consumo cambiar la vida y asumir un necesario trauma benéfico del límite, como propongo en el libro. Ningún partido está dispuesto a asumir un programa que limite el consumo porque saben que no sería votado.

¿Afectaría eso a sus conclusiones?

El psicoanálisis más contemporáneo incorpora los debates feministas y ecologistas, entiende al sujeto como producto de un medio social determinado, y elabora teorías para dar cuenta de él. Lo hacen así analistas de todo el mundo. El psicoanálisis que se conoce y difunde se ha vulgarizado y esclerotizado, reduciéndose a algunos conceptos freudianos que están cuestionados para la mayoría de los psicoanalistas, como la envidia de pene, que no se entiende hoy como envidia del órgano masculino, sino de las prerrogativas de las que ha gozado siempre la masculinidad. El complejo de Edipo también se ha ampliado con otras dinámicas que dan cuenta de las transformaciones de la paternidad misma, y su lugar central se ha desplazado para dar espacio a otras motivaciones humanas, como el apego. 

Aceptando el peligro que tiene el uso de las redes sociales y de las tecnologías digitales, con sus consecuencias en la merma de las capacidades cognitivas, ¿no crees que es aún demasiado pronto para poder estudiar en realidad los efectos y consecuencias, tanto positivas como negativas? 

No lo creo, no, mi libro recoge una extensa bibliografía que da cuenta de los efectos de la digitalización. Estamos ante una mutación antropológica de grandes proporciones, y no sabemos qué seres humanos surgirán de estas nuevas condiciones de socialización. He llamado cyborgs psíquicos a esta nueva especie, si se me permite la exageración literaria, que pasa más tiempo de su vida delante de las pantallas que en interacciones humanas. Si en el siglo pasado la mayoría de nuestras interacciones eran presenciales, en el año 2024 el 60% de nuestro tiempo libre lo pasamos online, con los efectos psíquicos que trato de explicar en mi ensayo.

¿Cómo podría revertirse esta situación?

Los últimos capítulos del libro intentan responder a esta difícil pregunta. Desde luego hay que establecer dietas digitales, como ya están promoviendo asociaciones de profesores y padres en Cataluña, por ejemplo, propuesta que se extiende por otros lugares del Estado.

Estamos ante una mutación antropológica de grandes proporciones, y no sabemos qué seres humanos surgirán de estas nuevas condiciones de socialización

Volver a la presencialidad y a la fricción (un concepto que expongo en el libro siguiendo a Anne L. Tsing), a las relaciones personales nunca ausentes de conflicto. A gestionar esos conflictos en base a una diplomacia de las interdependencias, de la que nos habla Baptiste Morizot; a colocar lo humano y lo no humano, el mundo de lo vivo, en el centro de las políticas, no el dinero y el beneficio. Hay que promover una humanización de las relaciones mercantilizadas que no han cesado de deshumanizarnos.

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El problema es que todo eso ya nos parece una utopía, porque no vamos por ese camino, y que los acontecimientos de los últimos años, guerra de Ucrania, genocidio en Gaza, el reciente triunfo de Trump en EEUU, no ayudan al optimismo.

(Sin relato, de Lola López Mondéjar, se presenta el jueves 14 de noviembre en la Central de Callao, a las 19 horas. La entrada es libre. Si alguien no puede acudir, que compre el libro igualmente, lo lea, reflexione y profundice en los males de nuestro tiempo. Viene muy bien pensar, más en los tiempos que corren. Más con Trump en el poder).

* Carmen Peire es escritora. Su último libro es 'Mapas de asfalto(Menoscuarto).

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