Juan José Millás: "El nuevo papa nos dará unas horas de mucha teatralidad, luego volveremos a lo de siempre"

Juan José Millás publica 'Ese imbécil va a escribir una novela'

El oficio de escribir, el paso del tiempo, la fragilidad de la memoria, los espejismos de la identidad. Con un sentido del humor melancólicamente divertido reflexiona Juan José Millás (Valencia, 1946) también sobre los vaivenes de la amistad mientras trata de dar con el reportaje perfecto que sirva como cierre a toda una carrera periodística en Ese imbécil va a escribir una novela (Alfaguara, 2025), el nuevo título con el que llega este mismo jueves a las librerías con su sempiterna lucidez de novelista, columnista y diseccionador de la realidad. "Hay un momento en el que, efectivamente, te ves en el espejo y, aunque no seas viejo, ya adivinas el tipo de viejo que vas a ser. Y me temo que hay otro momento en el que te miras al espejo y ya ves el tipo de muerto que vas a ser", apunta a infoLibre parapetado tras sus negras gafas de sol y una sonrisa permanente de quien comprendió algo de cierta verdad revelada en todo esto. Aunque no quiera él llegar a admitir tanto.

¿Qué es Ese imbécil va a escribir una novela?

Es una novela que cuenta la historia de un fracaso. La historia de alguien que ya es una persona mayor, que ha sido reportero además de novelista, y quiere cerrar su vida profesional con un gran reportaje con el que no consigue dar.

Esa es la letanía durante toda la novela: "¿Habrá material en toda esta mierda para un reportaje?" Menuda losa llevamos a cuestas los periodistas.

Claro, porque estás buscando toda la vida. Y hay tanta gente buscando material para reportajes, ¿verdad? Es más la gente buscando material para reportajes que materiales para reportajes. Lo que pasa es que a veces los mejores reportajes están en las cosas pequeñas a las que no prestamos ninguna atención, pero estamos fascinados con ese gran reportaje que implica un gran viaje, hoteles y demás. Eso es un error, pues puede haber reportajes magníficos de cosas minúsculas.

Al protagonista de esta novela le pasan cosas aparentemente minúsculas, pero cuando se ponen todas juntas ya parecen tener más entidad.

Expuestas sucintamente son minúsculas, pero cuando empiezas a desarrollarlas te das cuenta de que son brutales. Pongo como ejemplo el del Ratoncito Pérez, que creo que es un reportaje magnífico, pero vete a tu redacción a proponer un reportaje sobre eso a ver qué te dicen y me cuentas (risas). La historia del Ratoncito Pérez es brutal, es mucho más inquietante que la de los Reyes Magos, porque da miedo que vaya un ratoncito a tu cama y, al mismo tiempo, provoca interés porque significa que te haces mayor. Me parece un mito interesantísimo.

Todos hemos imaginado que nuestros padres no son nuestros padres, sino que somos hijos de unos príncipes suecos que en algún momento van a venir a rescatarnos de la condición en la que hemos caído

Al protagonista de esta novela le va pasando de todo y comparte con el lector multitud de reflexiones sobre distintos temas. Como ese supuesto verdadero padre que dirige una sucursal del Banco Hispano Americano. ¿A qué responde eso? ¿Acaso es que nunca tenemos el padre que deseamos y desde que somos niños fantaseamos con otros?

Tampoco sé a qué responde cada cosa que escribo. Pero esto tiene interés porque el personaje en cierto modo sería un hijo bastardo de este hombre, y hay por ahí una teoría muy interesante cuyo origen está en un artículo de Freud en el que asegura que todos hemos imaginado que nuestros padres no son nuestros padres, sino que somos hijos de unos príncipes suecos que en algún momento van a venir a rescatarnos de la condición en la que hemos caído. Eso dio origen a un ensayo muy interesante de una escritura francesa que se llama Marthe Robert, según el cual solamente habría dos tipos de literatura: la de un bastardo y la de un legítimo. Es decir, la literatura escrita por aquel que se sabe bastardo y la de quien se sabe legítimo. ¿De esas dos literaturas cuál sería interesante? La del bastardo, evidentemente, la del legítimo no tiene ningún interés, porque el bastardo es el que pone todo en cuestión, el que se pregunta si esos señores serán sus padres. Esa relación con ese personaje al que aludías tiene que ver con que esta sería una novela bastarda también, ya que seria hija de esa relación. En esa medida sería una novela del lado bueno de las novelas, porque ya me dirás qué clase de novela interesante va a escribir un hijo legítimo.

¿Hay una edad a partir de la cual ya no se debe leer novelas y hay que centrarse en los ensayos?

Esa es una frase que yo atribuyo a Juan Benet, aunque no estoy muy seguro de si la dijo él, pero la podría haber dicho (risas). Hubo un momento en el que, efectivamente, se hablaba de que era un signo de inmadurez leer novelas a partir de los cuarenta años o, por lo menos, leer determinado tipo de novela. Si leyeras novelas ensayísticas, experimentales... bueno, se te perdonaría. Pero leer novelas de argumento, por entendernos, sería un signo de inmadurez, y eso tiene que ver con otra afirmación que se lleva haciendo desde que yo empecé a escribir: que la novela era un género que había muerto. He leído hace poco un libro de una escritora colombiana, Piedad Bonnett, que se titula Lo que no tiene nombre, sobre el suicidio de su hijo. En él ella cuenta que el hijo de matricula en Bellas Artes porque quiere ser pintor, y vuelve a casa todo el rato diciendo que su profesor dice que la pintura ha muerto. Debe haber como una idea general de que todas las artes han muerto, y que estamos cultivando géneros muertos a la espera de que surja algo que viniera de aquello pero que esté vivo. Así que por aquí se junta que esta es una novela bastarda y que entra dentro de este período histórico en el que según algunos la novela ha muerto.

Una novela es casi un lugar físico en el que tú te escondes unas horas al día y no te molesta nadie

¿Las novelas con argumento son la versión literaria de los pisos de tres habitaciones y dos baños en las urbanizaciones de la periferia? Las que ganan el Planeta son esas, dice el protagonista.

Eso es lo que piensa el alter ego del personaje principal (risas). Y sí, porque ese alter ego pertenece a esa categoría intelectual superior que piensa que la novela ha muerto, que la novela no rabiosamente experimental no vale para nada, y que valora el ensayo por encima.

Hay también espacio en estas páginas para reflexiones sobre la identidad. ¿No tenemos nunca el 'yo' que queremos?

Bueno, hay gente que sí. Trump tiene el 'yo' que quiere, sin duda. Pero hay gente que no lo tiene porque tiene conflictos con su 'yo', y esta novela está escrita también desde ese conflicto. 

"Un yo equivocado había sido mi dueño", escribe. ¿Cómo se da cuenta uno de eso?

Cuando uno repasa su vida al llegar a cierta edad, se da cuenta de que cosas que creía que habían sido decisiones suyas en realidad habían sido del entorno, de la suerte, de la casualidad, y que uno había intervenido muy poco porque, en definitiva, la identidad es algo muy frágil. Esto de lo que tanto presumimos y decimos con tanto énfasis, 'yo', 'desde mi punto de vista', 'yo pienso'... eso vale tan poco como que hemos estado en manos de un 'yo' que no era nuestro.

En cierta manera, uno puede llegar a pensar que se ha saboteado a sí mismo. Para evitar eso, ¿tendríamos que tener todos una segunda cabeza invisible o un escritor intruso que se mete por las noches en nuestro ordenador para dar más enjundia a nuestros textos?

Todos tenemos un alter ego imaginario, más o menos explícito. En algunos niños se revela como el famoso amigo invisible, al que la educación obliga a desaparecer, aunque en realidad te acompaña toda la vida. Todos tenemos un alter ego, todos tenemos una tensión con otro 'yo' que nos está advirtiendo, nos dice 'esto no me gusta', 'esto me avergüenza', 'no hagas esto' o 'siéntete orgulloso'. Hay muy pocas personas que estén hechas de una sola pieza, creo que el alter ego es inherente a cualquier ser humano mínimamente complejo. Por eso no creo que lo tenga Trump, porque no es complejo, está hecho de una pieza, es un monolito.

Los chinos saben perfectamente lo que un occidental va a necesitar un domingo a las 12 de la mañana

Al mismo tiempo, ¿todos llevamos dentro un chino que sabe más de nosotros que nosotros mismos?

Sí (risas). Pero es que si tu vas un domingo a las 12 de la mañana a un chino, a una tienda de estas de barrio que son generalmente pequeñas, te darás cuenta de que estos orientales saben mejor tú lo que un occidental va a necesitar en ese momento (risas). La selección es brutal, porque están las palomitas y el café, pero también el matamoscas o el enchufe para el móvil... los chinos saben perfectamente lo que un occidental va a necesitar un domingo a las 12 de la mañana.

Transistores para un apagón, eso también.

Y se hincharon a vender transistores. Y velas. Saben incluso lo que un occidental va a necesitar en un apagón (risas).

Hay también en Ese imbécil va a escribir una novela muchas reflexiones sobre la vejez y el paso del tiempo. ¿Llega un momento en el que ves en el espejo al viejo que serás y llega un momento en el que ves al muerto que verás?

Cuando uno es niño se pregunta qué tipo de adulto será, cuando es adulto se pregunta qué tipo de viejo será. Y va mirando por la calle, o está en la playa y se dice 'ah pues me gustaría ese modelo de viejo', que generalmente es un modelo físico al que ya le atribuyes directamente unas cualidades morales. Es verdad que uno va buscando modelos toda la vida. Modelos de juventud, de madurez, de vejez. Entonces hay un momento en el que, efectivamente, te ves en el espejo y, aunque no seas viejo, ya adivinas el tipo de viejo que vas a ser. Y me temo que hay otro momento en el que te miras al espejo y ya ves el tipo de muerto que vas a ser.

Se ha conseguido alargar la vida pero no la calidad de vida. Ves en algunas residencias escenas tremendas que, en fin, para mí no tendría sentido. Bendita eutanasia

"Cuando uno se jubila empieza a observarse a sí mismo y todo va a peor". Vaya punto de inflexión el de la jubilación.

Sobre todo los hombres, porque en ellos el trabajo ha tenido más importancia que en las mujeres, ya que ellas han tenido otras actividades. Las mujeres solucionan mejor la jubilación porque son más sociables. Mira por ejemplo los clubes de lectura, que están todos formados por mujeres. O vas al gimnasio y ves que hay un grupo que hacen gimnasia juntas. Socializan mejor porque su identidad no estaba tan asociada al trabajo, mientras que en cambio en los hombres, según el personaje del psiquiatra de esta novela, la identidad está muy asociada al trabajo, de manera que cuando este se acaba hay una pérdida de identidad fortísima. Por eso se empiezan a preguntar quienes son para sí mismos, para sus hijos, para todos, y ese es un momento peligrosísimo en el que muchos ocupan el sofá, ponen Telecinco y empiezan a morirse porque no han sido capaces de ocupar el lugar que ocupaba el trabajo en su identidad con otra actividad.

Bien claro lo dice: "Bendita eutanasia".

Bendita eutanasia, sí. Yo soy socio de Derecho a Morir Dignamente (DMD), porque creo que hace una labor estupenda de asesoramiento. En estos tiempos en los que se ha conseguido alargar la vida pero no la calidad de vida, ves en algunas residencias escenas tremendas de vidas que, en fin, para mí no tendría sentido. Yo creo que cuando la vida deja de tener sentido lo mejor es quitarse del medio.

Está también presente en esta novela la religión en variopintas maneras que no vamos a desvelar. Pero en la parte final lanza una reflexión que pretenda quizás concluir algo: "¿Será la literatura, esa práctica tan antigua como la humanidad, una variante religiosa cuyo uso garantiza la salvación en el sentido más cristiano del término?"

Me lo pregunto con frecuencia, porque para quien ha creído, como yo, y ha imaginado lo que era la salvación, es algo brutal. Por eso, muchas veces me pregunto si la literatura es una religión que ha intentado sustituir a otra, y si me ha salvado. Pero claro, salvarme del modo cristiano es imposible, porque la salvación cristiana es total, es la fusión con dios, que es imposible de alcanzar.

Estamos de cónclave, por cierto. ¿En qué va a cambiar el mundo en función de que el nuevo papa sea este o aquel?

En nada. El papa será una cosa que va a dar mucha teatralidad a nuestras vidas durante las próximas 48 o 72 horas y ya está. Se instalará el nuevo papa y volveremos a las cosas de siempre.

Pero mientras tanto, la puesta en escena es incomparable. Tan atrayente visualmente.

Ya... tanto para ocultar un vacío.

¿Escribir le lleva a alguna conclusión en su relación con ese 'yo' del que hablábamos antes?

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Me calma los nervios y, sobre todo, mientras escribes estás como protegido del exterior, de todo lo que sucede a tu alrededor. Una novela es casi un lugar físico en el que tú te escondes unas horas al día y no te molesta nadie. De hecho, cuando acabas la novela te quedas a la intemperie hasta que empiezas otra, expuesto a todo el oleaje externo. Es decir, yo no escribo las novelas con un fin. Escribo aquello que me pide la cabeza y no pretendo llegar a ninguna conclusión. Sin embargo, puntualizaré que la 'novela de tesis' está muy mal vista, goza de muy poco prestigio, porque se supone que cuando escribes una novela intentando demostrar algo lo pones todo al servicio de esa tesis porque tu idea es llevar razón en la exposición. Pero yo creo que toda novela buena, lo quiera o no, es una 'novela de tesis'. Quiero decir que yo no tengo ningún interés, pero seguramente hay lectores que leyendo esta novela extraigan conclusiones.

¿Qué le gustaría que sintiera el lector justo en el preciso instante en el que termina de leer esta novela y cierra la tapa? 

Que le haya gustado, que le haya servido para reflexionar. Y que le haya parecido corta.

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