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Diario de un indeciso

Electoralismo o incompetencia

Primero anunció Mariano Rajoy el viernes por la tarde que el atentado en Kabul “no era contra nosotros” sino contra “algunas casas de huéspedes próximas a la embajada española”. Lo repitió cuatro veces en su declaración: “no contra España”, “así lo han indicado los talibanes”. Y añadió que un policía había resultado “herido leve” y que el resto del personal de la sede había sido “liberado” y estaba “fuera de peligro”. Minutos después, Rajoy comunicó que Isidro Gabino San Martín, agente de seguridad destinado en la delegación diplomática, había muerto por impacto de la metralla tras la explosión de un coche bomba. Horas más tarde, ya de madrugada, se informó del fallecimiento del subinspector Jorge García Tudela, víctima de los disparos de talibanes que entraron en el edificio. En la mañana del sábado hemos sabido que en la embajada española y sus aledaños se vivió un infierno de explosiones y tiroteos durante varias horas. El Gobierno ha emitido finalmente un comunicado en el que admite que el ataque fue “contra España” y anuncia la convocatoria de una reunión urgente del llamado Pacto Antiyihadista para la misma tarde del sábado.

La investigación abierta por el Ejecutivo, pero sobre todo la que corresponde a la Audiencia Nacional, quizás sirva para aclarar los detalles de lo ocurrido tras una confusión considerable. Aún no sabemos en qué momento se logró evacuar la embajada, por ejemplo, pese a que las autoridades mantenían "hilo directo y permanente” con Kabul. Los principales partidos han solicitado al Gobierno “información veraz” y todos insisten en el compromiso de “no utilizar esto electoralmente”.

Del 11-M al 20-D

Ha sido evidente, una vez más, que Mariano Rajoy y sus asesores actúan condicionados por la memoria de la indecente utilización política que José María Aznar desde la Moncloa y el propio Rajoy desde el PP encabezaron tras los atentados del 11-M en Madrid en vísperas de las elecciones de 2004. Se demostró hace un mes con los ataques terroristas en París y se ha vuelto a demostrar este fin de semana. Lo primero que hizo Rajoy fue llamar por teléfono a Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias para informarles. (Curiosamente, el candidato del PP se niega a debatir con los dos últimos por no tener aún representación parlamentaria, pero sí les otorga esa autoridad para hablar con ellos de “asuntos de Estado”).

Pero Rajoy, ya sea por incompetencia y mala información o por un afán de precipitar el mensaje de que “España está segura”, ha vuelto a patinar. La mayoría de los medios de comunicación volvimos a demostrar respeto a la presidencia del Gobierno y a quien la ejerce. Los primeros teletipos de agencias internacionales afirmaban con toda lógica que se trataba de un atentado con coche bomba “contra la embajada española en Kabul”. Si un presidente proclama que no es así, que el objetivo eran unos edificios vecinos y que todo el personal de la embajada está a salvo, cabe confiar en que sabe lo que dice y dice lo que tiene comprobado. No era así. Con intención (electoralista) o por falta de conocimiento (peor aún).

Como es obvio, estar en mitad de una campaña electoral no resta un ápice de sinceridad a la reacción de todos los actores políticos (y del resto de los humanos) en solidaridad con las familias de Isidro San Martín y Jorge García, y con las de todas las demás víctimas del terrorismo. Lo cual no debe aparcar, especialmente en plena campaña electoral, el necesario debate sobre la forma idónea de responder a los distintos y complejos terrorismos yihadistas.

Los 'firmes' y los 'buenistas'

Uno de los mitos de carácter político más consolidados en las últimas décadas consiste en que la derecha neoliberal gestiona con mucho más rigor la economía y los asuntos de seguridad que las formaciones progresistas, a las que el imaginario colectivo adjudica una mejor capacidad para redistribuir equitativamente los recursos. Para expresarlo en el lenguaje de la “nueva política”, los think tanks de “los de arriba” y sus potentes altavoces mediáticos han logrado un éxito indiscutible en el reparto de etiquetas, de modo que en todo Occidente (también en las democracias emergentes) los partidos conservadores representan supuestamente el rigor, la seriedad, la eficacia, la solvencia y la firmeza ante cualquier amenaza, mientras los de izquierda son utópicos, soñadores y 'buenistas'. Ese 'marco' (en el sentido que define George Lakoff) se impone (y resulta muy fructífero para los sectores más reaccionarios) cuando se discute sobre política económica y cuando se trata de la respuesta al yihadismo.

Los talibanes no son el Daesh, ni Afganistán es Francia ni España. Pero hay un elemento común: hay gente dispuesta a inmolarse con explosivos o dentro de un coche bomba, fanáticos decididos a entrar en una discoteca en París o en una embajada en Kabul pegando tiros o lanzando granadas. Por cierto, sólo unos días antes del ataque a nuestra sede diplomática, otra acción de los talibanes en el aeropuerto de Kandahar se saldó con más de cincuenta muertos.

Afirmar que la estrategia aplicada hasta ahora por los “sabios”, “firmes” y “rigurosos” tocados con la verdad absoluta ha sido un fracaso contra el terrorismo yihadista no es una opinión, es simplemente un dato. Si utilizáramos el mismo 'marco' que impone el pensamiento único, cabría tachar de “tontos útiles” del yihadismo a quienes hasta el momento han conseguido seguir engordando al monstruo al tiempo que descalifican como “buenismo” cualquier planteamiento que pase por declarar menos guerras e incrementar mucho más los recursos de la inteligencia, la información, la cooperación, la diplomacia y la justicia.

Una campaña electoral no frena los terrorismos. Tampoco un atentado debería aparcar el necesario debate sobre la respuesta a una amenaza tan compleja. Ni la exigencia al Gobierno de aclarar la confusión transmitida sobre lo ocurrido y sobre las medidas de seguridad con las que trabajan los españoles que aún quedan en Kabul.

A siete días de la cita con las urnas, procede aclarar la distinción entre rigor, buenismo e incompetencia.

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