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Y sin embargo se mueve

Cosmética que fomenta la incultura científica

América Valenzuela

Con células madre, ADN vegetal, probióticos, activadores de los genes clock, recuperadores de la velocidad de las enzimas... En los últimos años los anuncios de cosmética se han llenado de términos científicos que impresionan a algunos consumidores. En su inmensa mayoría transmiten mensajes absurdos, confunden y fomentan la incultura científica.

La industria cosmética tiene todo en su mano para el éxito. Vende belleza, placer, evasión, ilusión, cuidado personal y mental. Son productos que se venden solos. Para qué meterse en sinsentidos científicos. Sin embargo, los creativos han descubierto un mundo lleno de tecnicismos de laboratorio que quieren explotar hasta el paroxismo.

Personalmente, disfruto mucho de productos de belleza y aseo. Me encanta parar el mundo un rato al día y relajarme disfrutando de los aromas, texturas y efectos sobre mi piel y cabello. Para elegir productos esquivo las paparruchadas científicas, me fijo en el espíritu de la línea, pruebo las muestras y leo los ingredientes. Porque encontrar información honesta sobre el producto en su envase es misión imposible.

Muy elocuente fue el toque de atención de la FDA (la Agencia que regula los fármacos y alimentos en Estados Unidos) a Lancôme (de L'Oreal). La marca aseguraba que sus productos activaban los genes y estimulaban la producción de proteínas de la juventud. La agencia instó a la compañía a dejar de publicitar esos productos para el cuidado de la piel utilizando un lenguaje médico. O en el caso de que quisieran mantener sus afirmaciones se le exigía las mismas evidencias que a un medicamento.

Aquí en Europa, la Autoridad Italiana de Competencia multó por motivos parecidos a Clinique (de Estée Lauder). No parece haber servido de mucho.

En el otro extremo está "lo natural". El término también ha sido pervertido por la industria. Sin químicos, sin conservantes, 100% natural, aceites naturales de salud, biohidratante casera, con plantas adaptogénicas o con raíces milenarias, son algunos de los reclamos que se pueden leer en este tipo de productos. Para lograr que el consumidor crea que está comprando artículos fabricados en comunión con un concepto de naturaleza cándido, visten sus productos con esos mensajes que también contribuyen a la incultura científica. Pero la realidad es que la naturaleza no es amable, sino despiadada y ajena a sentimentalismos. Y la química o lo sintético no es sinónimo de veneno.

Otra práctica que confunde al consumidor (y que está prohibida) es resaltar que los productos están libres de algún componente, dando a entender que es dañino, o que los productos que sí lo tienen son peores. Por ejemplo, los aceites minerales, siliconas (ambos típicos de las cremas hidratantes) o los parabenos (conservantes que mantienen los cosméticos libres de hongos y otros microbios). En este último caso, es necesario saber que hay muchas clases de parabenos; los que se usan en cosmética y en las proporciones permitidas son seguros. Sin embargo, el consumidor empezó a rechazar todos confundido por los mensajes alarmistas que recorren la red y aseguran que todos son cancerígenos. La industria aprovechó esta nueva tendencia para hacer caja lanzando nuevos productos sin parabenos, aunque no sean malos, y los ha sustituido por otros conservantes, que no son necesariamente mejores.

Algunos afirman que los anuncios de cremas nos dicen lo que queremos oír. Yo no quiero oír mentiras.

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