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Raúl Rodríguez se enchufa a la raíz

El músico y antropólogo Raúl Rodríguez.

Para volver a casa, el músico Raúl Rodríguez (Sevilla, 1974) tuvo que viajar a Haití. Le llevó hasta allí Jackson Browne, icono del folk estadounidense con el que ya había construido un espectáculo de intercambio entre los sonidos norteamericanos y los hispánicos. Aquella primera noche el también antropólogo escuchó tocar "Voodoo child", de Jimi Hendrix, la primera canción que trasteó con la guitarra eléctrica a los 14 años, en la misma tierra del vudú, por el hijo de uno de sus líderes musicales y espirituales. De algún lugar de la memoria regresaron las grabaciones de Veneno, la voz de Maribel Quiñones, Martirio, su madre. "Es lo más parecido que he visto yo a ese ambiente que viví de pequeño, y me resultó alucinante", cuenta. Algo hizo clic. 

De aquello salió La raíz eléctrica (Fol Música), el disco de "afroflamenco eléctrico" —a falta de un nombre más corto— que acaba de publicar y que presenta el 23 de noviembre en Madrid. Es, en realidad, la segunda parte de un proyecto interminable, AntropoMúsica creativa de los cantes de ida y vuelta, que inició con Razón de son (2014), su primer disco en solitario. La propuesta: unir sus dos profesiones para estudiar y divulgar los caminos de la música raíz española, siempre a través de una música nueva que alargue la tradición. Aquí se asoma a los ritmos africanos que encontraron refugio en Haití, pero el viaje viene de lejos: en su lista de colaboraciones están figuras de Manuel Molina a Chavela Vargas, de Compay Segundo a Mayte Martín. En su guitarra flamenca, en su tres, y en el híbrido de los dos que inventó, han sonado fados, tangos, son cubano. Ahora ha tocado dejar descansar el acústico para enchufar la guitarra y el tres eléctrico. "Los instrumentos acústicos, si me apuras, llegan al corazón de la gente, porque hay muchos puntos de la memoria que están asociados a ellos, pero en la electricidad hay una libertad incontrolable", cuenta a infoLibre. Una libertad que él ya conocía, que había visto de crío en esos locos que en los años setenta y ochenta se atrevieron a electrificar el flamenco, desde Pata Negra y Veneno a La leyenda del tiempo de Camarón, o los mucho menos populares Smash o el rockero Silvio. Aquello, dice, se cortó. "Lo que pasó es que no triunfó económicamente. Si hubiera sido un éxito, los flamencos hubieran aprendido a tocar el bajo, la batería, los teclados, las guitarras eléctricas y hubiéramos tenido una música del alcance de reggae en Jamaica o de Estados Unidos cuando se electrifica el blues", asegura. Y no solo murió la posibilidad de una música nueva a la que Camarón quiso darle "un altavoz legitimador dentro del flamenco", sino también "aquel mensaje de libertad, que era también un proyecto de país": "Se quedó a medio camino y se perdió una vertiente más comercial ligada a la rumba latina. Perdimos la oportunidad de haber hecho una música más valiente". Por eso no duda en decir que el suyo es un disco político, aunque la reivindicación sea más que sutil. En este trabajo, el músico ve la continuación de una tradición que no fue lo suficientemente explorada y que él mismo tuvo que descubrir del otro lado del mundo. "El resultado es un disco enérgico poblado por una extraña familiaridad. Hay bulería, hay sonidos de Bamako y Puerto Príncipe, hay zambras y redondillas, hay funk y blues en estos 12 temas que no tienen prisa por acabarse y que no se rinden a la dictadura del estribillo. La raíz eléctrica se cierra con la canción del mismo nombre, que el músico describe como "voudoulería" en una referencia clara a la blueslería que inventóPata Negra. La historia del tema es casi mágica: el último día de grabación, Rodríguez medio improvisó un tema para el que ni siquiera tenía letra y que se le ocurrió montar a distancia con Theodore Lòlò Beaubrun, referente de la música haitiana y mito en la defensa de la cultura de la isla, y su hijo Paul Beaubrun, aquel tocador por Jimi Hendrix. "Quería hablar de la esclavitud, del fin de la esclavitud y de la esclavitud moderna, y ver la música como una tierra de libertad", recuerda. Y cuando recibió las pistas de los Beaubrun, deslumbramiento: aquel cajón y los coros de Puerto Príncipe encajaban como si hubieran tocado en el mismo estudio. La clave: el compás de 12, "esa venganza dulce de los ritmos esclavos que hoy nos liberan a todos". Allí donde hubo afrodescendientes comprados y vendidos, cuenta Rodríguez, ha quedado el ritmo de 12 pulsos que se ve en la música del ritual vudú, en el blues, en la bulería y en tantas otras músicas raíz. El origen —y aquí habla el antropólogo capaz de improvisar una charla en tres minutos igual que hace su madre con la copla— está en la zarabanda. "Es el primer ritmo llegado con los esclavos africanos simultáneamente a la península ibérica y América, que se hace tan popular que llega a ser el pop del XVI. Tanto es así que se prohibió. El nombre se perdió, pero el ritmo se mantuvo". Y eso le tiene estudiando para su próximo trabajo, sobre la influencia de la música africana en el flamenco. "En el siglo XVI,en el Arzobispado de Sevilla la población negra era superior al 20%, y en lugares como Sanlúcar de Barrameda llegó a alcanzar el 50%", cuenta, recordando el origen afro del zapateado o del fandango. Raúl Rodríguez une sin miedo su conocimiento escrupuloso de la tradición y la voluntad de crear algo nuevo. "La música raíz tiene una conciencia de conservación que entiendo", señala, "pero parece que cada género se alimenta de sí mismo y pierde la capacidad de dialogar con los demás". Eso se suma a una cultura que "premia el tributo, el disco de homenaje, el cover" y teme a la canción nueva. Pero él lo tiene claro. Ni el flamenco ni ninguna música tradicional "es pura y está terminada". En el origen mismo de todas ellas, defiende, hubo mestizaje. Así que volverlas a mezclar no es talar la raíz, sino "retroceder hasta el futuro". Ahí está, dice, el tapiz imbricado y horizontal, el "rizoma" del que hablaba el filósofo Gilles Deleuze y del que él forma parte: "Esto lo hago para saber que mis padres no estaban locos, que yo no lo estoy. Igual lo que hacían ellos no era fusión, sino casi un precepto ético, la continuación de una tradición. Yo soy una pieza que busca su sitio".  de los cantes de ida y vueltaRazón de son de Manuel Molina a Chavela Vargas, de Compay Segundo a Mayte Martín

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