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Luis Pastor: "El PP está creando a gente orgullosa de ser franquista"

El cantautor Luis Pastor.

Quizás usted haya visto, en algún rincón de Internet, un vídeo en el que Luis Pastor (Berzocana, Cáceres, 1952) —el pelo cano y la voz más honda, pero la misma fuerza— recita: "¿Qué fue de los cantautores?',/ preguntan con aire extraño/ cada cuatro o cinco años/ despistados periodistas/ que nos perdieron la pista/ y enterraron nuestra voz". No solo siguieron insistiendo los juntaletras, sino que aquellas estrofas se hicieron virales y acabaron por pedírselas. Ahora el músico recupera el título de aquel cantar de gesta para publicar (con Capitán Swing) sus memorias en verso. ¿Qué fue de los cantautores? aclara, más bien, cómo es que aquel vallecano de adopción acabó agarrando la guitarra. 

"Es un autohomenaje", confiesa Pastor, que ahora ha vuelto a la barba como a la juventud. En 2016 se cumplían 40 años de la publicación de su disco Vallecas y, tras la edición del poemario De un tiempo de cerezas y el proyecto de una antología de sus letras, el músico soñaba con una biografía. Estaba en ello con Antonio Gómez, periodista y colaborador del sello Gong, uno de los centros del rock y el folk protesta de los setenta, junto a Gonzalo García Pelayo. Pero aquello se paró: "Somos muy vagos". Así que, llevado por el verso y en un par de meses, Pastor se sacó cincuenta estrofas de la manga: "Vengo cantando en el tiempo/ desde que tengo memoria...". Acabarían siendo 426. Pero el proyecto no acaba en el libro: el 12 de diciembre recita en el Centro Cultural Lope de Vega, en el barrio madrileño de Vallecas que le acogió, le educó y le dio una identidad, y que además se ha convertido en coprotagonista de su libro. 

Pregunta. ¿Por qué tiene ese peso simbólico tan fuerte Vallecas en su obra?

Respuesta. Porque, más allá de la etapa campesina de Extremadura, este libro habla de Vallecas, del movimiento obrero y ciudadano de un barrio que supo transformar la vida de muchos de nosotros siendo adolescentes, dándonos dignidad, conciencia de clase, orgullo. Y ejemplo, ejemplo de solidaridad y movilización. Creo que marcamos en aquellos años de la dictadura a muchos otros barrios.

P. La parte que dedica a Orcasitas, donde se instalan al llegar a Madrid, resulta bastante sombría, así como la mención, casi de pasada, a su retirada en 1979. ¿Hay partes de la memoria que le haya sido difícil visitar?

R. No, porque son lugares familiares para mí. Primero, por mi edad. Es más, hay letras de canciones, como “Soy” o “De un tiempo de cerezas” que es esa niñez, la fotografía en blanco y negro de tres generaciones que nacimos y nos criamos en el franquismo, con todo ese peso como algo castrante. Contarme a mí mismo no es hacerlo desde el lado del triunfador, sino del perdedor, pero un perdedor que se siente orgulloso de lo que es. Y porque, en el fondo, como hombre de izquierdas, reconozco que he perdido. Algo que no ha hecho la izquierda en España ni en el mundo. Ha ganado el pensamiento más reaccionario y el capitalismo más salvaje. Y no hay alternativa. Dentro de eso, yo he vivido como he querido y he hecho lo que me apasiona, y un niño que estaba condenado a ser un mero trabajador burocrático ha sido capaz de crear, de hablar, de transformarse.

 

P. Pero no se presenta como una excepción. 

R. No, porque ese proceso mío es el de muchos adolescentes de mi generación, sin cultura, sin estudios, que fuimos capaces de crecer y abrir ventanas. Hablo de una toma de conciencia, de un sentimiento arraigado de pertenecer a la clase pobre. Ese orgullo no hay que olvidarlo en la desmemoria de estos años de bonanza, cuando gente que éramos así hemos criminalizado a los nuevos inmigrantes que venían como vinimos nosotros. Esta no es mi biografía, es la historia de millones de españoles. Una historia que seguramente no se ha contado en estos 40 años a las generaciones de jóvenes.

P. ¿Qué es lo que cree que queda por contar?

R. No se ha contado, por ejemplo, cómo éramos tratados los niños en las escuelas, y no se cuenta lo suficiente cómo te perseguían por reunirte, por leer, cómo estaba todo criminalizado. Hay una desmemoria imbuida desde los poderes que ha hecho que no se valore lo que es una democracia y una dictadura. Cuando en estas frases de bar se dice que lo mismo da uno que otro, o que ojalá volvieran los tiempos de no sé qué, piensas que están jugando con el futuro de nuestros hijos y mañana van a ser utilizados y manejados, como está pasando hoy en Cataluña con el sentimiento de una lengua y una bandera.

P. Le he leído muy afectado por este tema. 

R. Es que hemos defendido Cataluña los que somos de izquierdas pero no catalanes. Hemos defendido su Autonomía y defendido su cultura, y nos meten a todos en el mismo saco solo por el hecho diferencial de no compartir su escalada suicida hacia un enfrentamiento de administraciones. Cuando sabes que ahí en medio no hay nada auténtico que tenga que ver con los valores de la clase obrera, cuando es una revolución de señoritos, de casta política. Y se juega con los sentimientos de familias que llevan tres generaciones viviendo y creando Cataluña, sean catalanes o extremeños o andaluces, que viven ahí y están enfrentados nietos con abuelos. Cuando no hay conciencia ni memoria ni se conoce la historia, somos carne de cañón. 

Mira cómo cambian las cosas. Yo canto “Soy” en catalán, porque la grabó Joan Isaac. Al final de los conciertos digo que yo, como Aznar, hablo catalán en la intimidad, y todo el mundo se ríe y escucha. El otro día estaba en un pueblo de Extremadura, al aire libre, en una fiesta. Cuando digo esto, un grupo de cinco o seis personas empiezan a pitarme y a gritar. Fíjate cómo utilizan a la gente. “¿De qué vais? ¿Pero no queréis que Cataluña pertenezca a España?”, les dije. Yo en los años setenta cantaba más en Cataluña que en España, y recuerdo el cinturón industrial como un espacio de fuerza y de arraigo. La mayoría era emigrante. Pocos catalanes, pocos en esos barrios, muy poquitos… Uno se siente excluido de un sitio que debería ser acogedor y al que hemos defendido toda la vida. Como Serrat, como muchos otros.

P. También reivindica su espacio en esa historia. 

R. No solo el mío. Hay muchos españoles que dieron sus horas, su vida, en tiempo, en cárcel, en renunciar a momentos de afectividad o de compartir por luchar contra la dictadura, por cambiar el mundo, por todos los sueños o utopías que eran realizables a final del siglo pasado. Aquí mismo, cuando se habla de libertad y democracia se lo apropian cuatro nombres, el rey y los políticos de turno, y al pueblo, que luchó, que estuvo en la calle, gente que se comprometía desde todos los frentes, ¿a ellos qué?

P. Escribe, sobre la Transición política: "Llegarían las renuncias/ en largas negociaciones,/ bajada de pantalones/ y pacto para el olvido/ de tanto hueso perdido,/ de inocentes españoles". ¿Por qué la izquierda no ha conseguido saldar la deuda con esos que "gritan a cuerpo desnudo/ sepultura y dignidad"?

R. Porque el franquismo está vivo. A las fuerzas reales de la dictadura no se les pidió cuentas, hubo borrón y cuenta nueva. Y en eso, ellos se sienten todavía —hubo años que no, porque tras el golpe de Tejero les dio vergüenza y se escondieron—, desde Aznar para acá, orgullosos de ser franquistas. Sacan sus banderas con esa eñe de España que les llena la boca. El PP está creando de nuevo a gente orgullosa de ser franquista, de una España única e indivisible. A mí no me gusta la utilización que se está haciendo de los trapos. Ni de la bandera catalana ni, menos, de la de aquí.

P. Recuerda también las librerías de segunda mano de la Cuesta de Moyano, donde se encuentra con la literatura, y con la literatura clandestina. ¿Qué lecturas fueron esas?

R. Yo iba buscando poesía, iba buscando a Miguel Hernández, que se editaba en Losada en Argentina e iba llegando poco a poco. Pero de pronto encontrabas libros marxistas. Nosotros leíamos cualquier cosa, de Rosa Luxemburgo a lo que fuera. Las lagunas, que eran todas en el campo de la cultura, teníamos un ansia por llenarlas. Nosotros vivíamos en dos habitaciones y éramos cinco hermanos. Recuerdo con 16 años, cuando salía a las tres de trabajar, que había un hueco detrás de la puerta en el que fabriqué una estantería con una puerta que se bajaba y se convertía en mesa. Ahí pasaba tardes enteras de lectura y escritura. Estábamos con los ojos como cámaras. En Barcelona, a los 20 años, me deslumbraban sobre todo los escaparates de las librerías y de las tiendas de discos.

P. Y cuenta también las charlas de formación en Vallecas. ¿Cómo eran?

R. Había un obrero comunista, trabajador de la Renfe que vivía en Aluche. Un día a la semana iba a la parroquia de mi barrio, y a diez chavalitos de 16 o 17 años nos hablaba, medio a oscurillas, de la República, de la Guerra Civil, de la lucha campesina, del movimiento obrero… Todo esto eran retales con los que parecía ir construyéndose una personalidad, otro ser dentro de ti. Y eso que a nosotros nos parecía tan bonito, queríamos compartirlo con otros. Éramos altavoces y nos preocupábamos también de la vida de los demás, si la familia estaba bien, si ellos estaban acompañados… Si pienso tanto en esos años es porque creo que, bajo la dictadura que existía, nosotros vivimos el socialismo. En nuestro altruismo, en nuestra generosidad, en el ir a partes iguales con los músicos… y en vivir ese camino hacia las utopías. Si tú has sentido eso como una energía en tus conciertos, en las manifestaciones…

P. ¿Nostalgia?

R. No, no lo miro con nostalgia, pero todo eso que nosotros defendíamos, en estos años se ha hecho que no tenga valor. Desde la propia cultura. Han vaciado todo de contenido, nos han metido en el eje de lo material y del acumular, y no del ser. Este es un mundo nuevo y diferente, un mundo cambiante y posiblemente entusiasmante, pero ¿qué hemos dejado en el camino? ¿A qué hemos renunciado?

P. ¿De qué tendríamos que haber tomado nota?R

Ni "Transición ejemplar", ni "Régimen del 78"

Ni "Transición ejemplar", ni "Régimen del 78"

. De que cuando nos unimos transversalmente y cuando nos convertimos en sujetos, podemos ser la punta de lanza de los cambios sociales. Empezando por lo más cercano, por tu barrio, por tu ciudad. Todo eso se diluyó después. En los años ochenta, los propios socialistas desmovilizaron aquello que no controlaban en sus estructuras de partido. En Vallecas, hasta el año 81 u 82, no necesitábamos venir a Madrid para nada. La vida en nuestro barrio era tan rica, desde la cultura hasta la acción, que no necesitábamos a Madrid ni para el ocio… Cuando desaparecen esas estructuras, tú encuentras refugio en los bares de Madrid. Parecían los felices años 20, que desde lo banal y lo estético se hacía una fiesta y un mundo lúdico. Eso se ha agrandado cuando se ha escrito la historia. Parece que la Movida lo fue todo y los cantautores y la lucha política no fueron nada. El año pasado murió Bibiano, que cantaba en gallego y decía aquello de “Abaixo a dentadura”. Nadie lo recordaba. O a Voces Ceibes, que ya venían a cantarnos a los obreros de Vallecas en el año 72.

P. ¿Siente que hay herederos de esa tradición?

R. Sí, en la gente joven que llena los bares de poesía. Gente joven que en este siglo XXI, habiendo sido adolescentes cuando empezó la crisis, se enfrenta a nueva situación social. La crisis genera conciencia. Reinventarse. Y en este siglo tienen que nacer generaciones jóvenes que sean los motores del cambio. Yo me reconozco en mucha gente, en muchos raperos, que no participan del pensamiento único y del concepto de vida neoliberal. Aquellos que buscan alternativas colectivas en los campos. Gente que se hace vegetariana. Gente que sigue ayudando en ONG. Hay que poner en valor esas cosas diariamente, y eso existe y sigue existiendo más allá de partidos políticos y de ideologías. Esto es lo que nos salva de la crisis, no los Estados. Está todo por hacer y por inventar. Parece que vuelvo a tener 16 años. 

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