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La izquierda italiana, en ruinas y en obras

El ministro italiano del Interior, Matteo Salvini.

El 10 de noviembre de 2018, una importante multitud, buena parte llegada en autobús desde diferentes puntos de Italia, se agolpaba en torno la fuente de la Plaza de la República de Roma. Más de 100.000 personas se manifestaban en San Juan de Letrán en contra de los decretos de Salvini sobre la inmigración. Dichos decretos, votados por mayoría en el Senado días antes, prevén la limitación del derecho de asilo y de las infraestructura de acogida de inmigrantes. Esta “unión de los indivisibles” se inspira en una manifestación berlinesa con el mismo nombre que tuvo lugar el 13 de octubre y que cuenta con el apoyo de más de 450 asociaciones, principalmente de apoyo y asistencia a los migrantes y a los movimientos antirracistas.

Los organizadores advirtieron de inmediato: “No a la instrumentalización” de la movilización. El único político que ocupó un lugar destacado en la marcha fue el alcalde del municipio calabrés de Riace, Domenico Lucano, quien llegó a ser detenido por su apoyo a los inmigrantes. Y mientras seis de cada diez italianos dicen respaldar al gobierno de Giuseppe Conte, una pregunta persigue al periodista; cuestión que se ha convertido en una constante en la política italiana: ¿Dónde está la izquierda?

En la manifestación de los indivisibles, sin embargo, podían verse muchas banderas rojas, las de los partidos que llamaron a sumarse a la protesta, como el Partido de la Refundación Comunista (PRC), el Poder al Pueblo (Potere al Popolo, PaP) o el movimiento del alcalde de Nápoles, Luigi de Magistris, Democracia y Autonomía (DemA). También había representantes de otros partidos de izquierdas. Pero las fuerzas eran escasas y dispersas. Y nadie en la manifestación quiere reconocer abiertamente que es de izquierdas.

Mario ha viajado desde Cesena, Romaña, para “defender a los migrantes con los que trabaja y que sufren”. Se opone radicalmente al gobierno y no tiene palabras suficientemente duras contra Matteo Salvini, el líder de la Liga y ministro del Interior. Pero considera que el movimiento “no debe perderse en los vericuetos de la política porque se perdería entre disputas” y por eso rechaza cualquier politización de la cuestión.

Paola es de Puglia, votó al M5S el 4 de marzo y dice que está “desesperada” con la política migratoria del Gobierno. Pero no quiere oír de la izquierda. Se deja llevar: “¿La izquierda? ¿Cuál? ¿La de Minniti [exministro del Interior de Matteo Renzi] que perseguía a los inmigrantes? ¿La de los que han apoyado todas las políticas de austeridad durante años?”. La conversación acaba ahí. La movilización antirracista es un éxito. Pero su traducción política es inexistente.

Y, de hecho, después de las elecciones del 4 de marzo, la izquierda italiana está hecha añicos. Los sondeos de opinión le otorgan poco más del 20% en intención de voto. Y se encuentra completamente dividida. La Refundación Comunista (abandonada) y el Poder al Pueblo, aliados desde el 4 de marzo, se han dado la espalda. Libres e Iguales (Liberi e Uguali, LeU) –la formación formada por los rebeldes del Partido Democrático (PD) y otro partido a la izquierda del PD, la Izquierda Ecología y Libertad (Sinistra Ecologia e Libertà, SEL)– está a punto de estallar.

Por su parte, el Partido Demócrata tiene previsto celebrar un congreso a principios de marzo (todavía por confirmar) para determinar la nueva línea de un partido dividido entre la búsqueda de la visión centrista de Matteo Renzi –liderada por Marco Minniti (aunque él lo niega), exministro del Interior, que acaba de publicar Seguridad y Libertad, donde se jacta de haber aumentado el número de expulsiones de inmigrantes– y un ala más “socialdemócrata al viejo estilo” –dirigida por el presidente de la región del Lacio, Nicola Zingaretti–. Pero más allá de estas dos grandes tendencias, asistimos a una “ridícula multiplicación de candidaturas”, como apunta el director de L'Espresso, Marco Damilano. Las divisiones en el seno del PD son tan profundas que no se puede descartar una nueva escisión.

¿Y mientras tanto? Mientras el Gobierno de Conte pone en marcha sus medidas; mientras Matteo Salvini ocupa un lugar creciente en la vida política; mientras la dirección del M5S trata de asegurar el apoyo de su electorado popular... la izquierda política “no dice nada, no hace nada, no tiene nada que proponer y ha desaparecido del debate público”, resume Gianfranco Pasquino, politólogo y profesor emérito de la Universidad de Bolonia. Andrea Mastandrea, periodista del periódico de izquierdas Il Manifesto, reconoce que “la izquierda es la que tiene más dificultades para decir algo al Gobierno”. En el Parlamento, los 18 representantes electos de LeU son relativamente poco escuchados y se encuentran muy divididos, mientras que el PD, el principal partido de la oposición, se limita a transmitir las críticas de Bruselas al déficit presupuestario y sigue discreto con el resto, en particular en asuntos relacionados con la seguridad y la inmigración, que lo dividen profundamente.

Durante la manifestación de los indivisibles, varios carteles recuerdan las divisiones de la izquierda italiana. El Partido Democrático (PD) pide el en el referéndum consultivo local sobre la apertura a la competencia del transporte público romano. Para gran desesperación de los otros partidos de izquierda, que reclaman el no para defender el ya muy deficiente gobierno local de Atac.

¿Cómo se llegó a la descomposición de la izquierda?

Una izquierda dividida y paralizada, frente a una población que prácticamente no quiere saber nada de ella. La situación es apocalíptica. Y resulta paradójico para un país que, entre 1946 y 1992, tuvo uno de los partidos comunistas más poderosos de Europa Occidental y fue un laboratorio de la izquierda radical durante la década de 1970. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo se llegó a esto? Para entenderlo, hay que retroceder en el tiempo. La descomposición de la izquierda italiana es fruto de un doble proceso.

El primero es bien conocido, incluso fuera de Italia, pero en el país está particularmente presente. La crisis de la socialdemocracia golpeó de lleno al sucesor del Partido Comunista Italiano (PCI). Éste último, cuando pasó a ser el PD en 2007, ya se había convertido en gran medida a las teorías blairistas y ocupa, con la absorción de elementos de la ex Democracia Cristiana (DC), con quien está aliado desde los años 90, posiciones muy centristas. Este posicionamiento se ha visto reforzado con el apoyo, en 2011, al austero gobierno de Mario Monti y con la llegada al poder, a finales de 2013, de Matteo Renzi. Lógicamente, las víctimas de las reformas de estas políticas apoyadas o promovidas por el PD, a menudo votantes tradicionales de izquierda, se han alejado de él. En diez años, el PD pasó de obtener el 33,2% de los votos al 18,7%.

Sin embargo, esta crisis no se tradujo en un fortalecimiento de la izquierda radical. Y es el segundo proceso el que explica las dificultades actuales de la izquierda italiana. A principios de la década de 2000, Italia experimentó un fuerte movimiento antiglobalización, que apareció durante los disturbios ocasionados con motivo de la cumbre del G8, en Génova en 2001. En 2006, la izquierda radical representaba entre el 10% y el 13% del electorado, el grueso del cual estaba formado por los dos partidos postcomunistas, la Refundación Comunista y los Comunistas Italianos. En aquel momento, el antiguo PCI también tenía un ala izquierda mucho más fuerte que la actual.

Pero este potencial se vendrá abajo tras la experiencia del último gobierno de Romano Prodi (2006-2008), apoyado por toda la izquierda, también los radicales. Los postcomunistas entraron en el gobierno, el líder de la Refundación Fausto Bertinotti ocupó la presidencia de la Cámara de Diputados. El efecto fue devastador: la izquierda radical apareció como parte del sistema y ayudó a derribar a Prodi y a restituir a Berlusconi en el poder. En la opinión pública queda ampliamente desacreditada. Angelo Mastandrea recuerda el impacto de esta experiencia en la izquierda radical: “Il Manifesto perdió 10.000 ejemplares al día en un año y el discurso de la izquierda dejó de responder a las preocupaciones de los jóvenes y de las víctimas de la austeridad”. En las elecciones de 2008, la izquierda radical se unió y obtuvo el 3,1% de los votos, tres veces menos que en 2006.

Sobre estas ruinas nació el Movimiento Cinco Estrellas (M5S), que prosperó entre 2008 y 2010 gracias a asuntos tradicionales de la izquierda radical: ecología, recuperación de los servicios públicos, precariedad laboral. El vacío dejado por los partidos de izquierda lo llenó este movimiento, que fue percibido como mucho más auténticamente antisistema. De este modo, se convirtió en el primer partido entre los trabajadores, los precarios y los desempleados. “El M5S captó la furia de los votantes que podrían haber ido a la izquierda”, dice Angelo Mastandrea.

A medida que el M5S ampliaba su base electoral y aparecía como alternativa política real, la izquierda radical tradicional, a pesar de las muchas escisiones del PD y de un contexto socioeconómico favorable, se vio aplastada, incapaz de responder a este desafío. “En los últimos años, la izquierda se ha equivocado continuamente, no ha sido capaz de convertirse en una alternativa al sistema”, explica Giacomo Russo Spena, autor y periodista especializado en la izquierda italiana y europea. La ruptura con las clases trabajadoras se ha consumado. La acusación de radical chic, el equivalente italiano al burgués bohemio de izquierdas francés o la izquierda de caviar, se ha convertido en algo habitual. Por tanto, la izquierda radical se ha estancado. El 4 de marzo, LeU y Poder al Pueblo obtuvieron el 4,5% de los votos. Para Salvatore Cannavò, subdirector del diario Il Fatto Quotidiano, se trata de una “derrota histórica” de la que sale “en ruinas” la izquierda italiana.

Cómo reconstruir la izquierda

“¿A quién votar cuándo se es de izquierdas?”, se pregunta Giacomo Russo Spena. Para él, LeU tenía “poca credibilidad”: “¿Podemos esperar seriamente cambiar el sistema con gente como Massimo d'Alema [exdirigente del PCI, elegido diputado en 1987, presidente del Consejo en 1998 y uno de los fundadores de LeU] que lo ha mantenido durante tanto tiempo?”. En cuanto a la izquierda más radical representada por Potere al Popolo parece, según Giacomo Russo Spena, “demasiado cerrada sobre sí misma, en sus luchas militantes y en sus posiciones ideológicas alejadas de los problemas cotidianos de la gente”. “Estamos huérfanos de representación política”, concluye.

No es el único. En los movimientos sindicales, por ejemplo, ahora se hace hincapié en romper cualquier vínculo orgánico entre el gobierno central y la política. En un país donde, con la I República (1946-1992), cada gran partido tenía “su propio sindicato”, Michele de Palma, líder nacional de Fiom-Cgil, una de las principales centrales sindicales del metal del país, insiste en “la independencia del movimiento sindical”. “Tenemos la voluntad de dejar los lugares de trabajo, las empresas, de construir nuestra acción, sin dejar de defender nuestros valores humanistas”, añade, advirtiendo que su sindicato “no participará en la reconstrucción de la izquierda italiana”. Nada sorprendente si tenemos en cuenta que muchos miembros de los sindicatos, particularmente en la industria, apoyan al Ejecutivo actual. Pero también porque, como señala Giacomo Russo Spena, “los sindicatos son parte del sistema y el descrédito de la izquierda, son parte del problema, no de la solución”.

¿Cuál podría ser esta solución? “La pregunta que debemos responder es cómo reconstruir una izquierda popular de gobierno”, dice Arturo Scotto, exdiputado del SEL que se unió a LeU y que ahora considera que hay que volver a invertir la problemática laboral para abordar las preocupaciones de las clases trabajadoras. Para Giacomo Russo Spena, se trata de “definir un asunto político creíble, que surge de una izquierda política que se pasa el tiempo destrozándose con discusiones autorreferenciales”. No está claro que todos puedan encontrar su sitio. En cualquier caso, todo el mundo está de acuerdo en un punto: el proceso será largo, muy largo. Y la tarea, inmensa.

Sin embargo, algunos ven esperanza en una doble oportunidad que podría reabrir un espacio político en la izquierda. La primera sería que el PD se comprometiera claramente con una oposición de izquierdas, rompiendo con la tendencia centrista y renzista en su congreso. Por lo tanto, se podrían alcanzar acuerdos con LeU y otros partidos de izquierda para construir una oposición a la izquierda del actual Gobierno y acabar con la práctica de poder de los gobiernos de Renzi y Gentiloni. “Parte de la izquierda, especialmente LeU, está esperando este giro del PD”, explica Salvatore Cannavò. “El PD debe abandonar las recetas de Renzi, que son sólo las recetas calentadas de una tercera vía aplicadas en los últimos veinte años”, continúa Arturo Scotto, para quien, en este caso, la izquierda del gobierno podrá volver a dirigirse a los que se han unido al M5S.

Y precisamente podría darse la segunda oportunidad: que los votantes más a la izquierda abandonen el M5S. Este éxodo parece haber comenzado ya, puesto que, en los sondeos de opinión, ha bajado de 3 a 5 puntos con respecto al 4 de marzo. Esto no es mucho por el momento y concierne a quienes, como Paola, presente en la manifestación de los indivisibles, rechazan directamente la alianza con un partido xenófobo como la Liga.

Pero Arturo Scotto cree que esto es sólo el principio. “La crisis del M5S es inevitable”, dice, aunque advierte que será progresiva. Si el movimiento continúa su alineación progresiva con la Liga, se mantiene en una alianza cada vez más dominada por Matteo Salvini y los resultados no acompañan, se podría crear un nuevo espacio. Cabe recordar que el 48% del 32,5% de los votantes de M5S se definen como de “izquierdas”. Para Arturo Scotto, el desafío está principalmente en el sur, bastión de los Pentastellati, que se impusieron en dos asuntos: la lucha contra el privilegio y la corrupción y la justicia. Dos temas en los que las decepciones pueden ser grandes.

Pero en el Mezzogiorno tendremos que enfrentarnos a un competidor temible: la Liga. Porque si hasta ahora este partido no ha estado presente en esta región, las cosas están cambiando y por eso las intenciones de voto para el partido casi se han duplicado. “La Liga se está implantando con fuerza en el Sur”, dice Angelo Mastandrea. Para Arturo Scotto, cargo electo, la rebelión en el sur a menudo va seguida de la búsqueda de un hombre providencial que podría beneficiar a Matteo Salvini.

Por lo tanto, nada se da por sentado. Será necesario conseguir –y se puede medir la dificultad de la maniobra– recuperar una imagen antisistema que la izquierda ha perdido y que la Liga ha conseguido mantener a pesar de su larga participación en los gobiernos de Berlusconi.

La esperanza está en Nápoles

Por esta razón, muchos recurren ahora a Luigi de Magistris, el alcalde de Nápoles. El hombre tiene el perfil requerido, a priori. No es un cacique de la izquierda radical. Un antiguo juez que se oponía a la 'Ndrangheta, la mafia calabresa, y desplazado por el Estado. En 2009 resultó brillantemente elegido, en las elecciones europeas, por las listas de los Valores de Italia (IdV), el partido de centro-izquierda del juez anticorrupción Antonio di Pietro. En 2011, conquistó, como independiente, el ayuntamiento de Nápoles por su proximidad a los ciudadanos y por su programa, de cambio profundo y moral en la gestión de la ciudad. Fue reelegido con un 67% en 2016 en una ciudad que votó en un 53% al M5S el 4 de marzo.

De modo que, sobre el papel, Luigi de Magistris, lo tiene todo para tener éxito: un perfil profundamente antisistema, la ausencia de vínculos con partidos de izquierdas y un anclaje en una ciudad que también vota al M5S. Podría probar suerte en las elecciones europeas: ya hizo un llamamiento a principios de noviembre y se da hasta el 1 de diciembre para evaluar si se cumplen las condiciones para impulsar la batalla de las elecciones europeas. Entre estas condiciones, pretende dar cabida a los partidos, a la vez que les prohíbe liderar la campaña. “Es un enfoque similar al de Ada Colau en Barcelona y se trata de su modelo en Nápoles”, dice Giacomo Russo Spena, que está preparando un libro sobre el magistrado y para quien la actitud de Luigi de Magistris es claramente “populista de izquierda”.

El hombre ha levantado su fuerte en Nápoles, por su relación directa con la población. Por ejemplo, este magistrado laico participó (junto con Luigi Di Maio, líder del M5S, que es un hombre muy religioso) en la famosa procesión napolitana del milagro de San Genaro durante la cual la sangre del santo se licua. “Quiere estar donde está la gente”, dice Giacomo Russo Spena. Pero, ¿es el milagro napolitano de aplicación a nivel nacional? No está nada claro. Arturo Scotto lo duda: “No creo que a la izquierda la salve un hombre providencial, hay que empezar desde abajo”, dice. Si el 1 de diciembre decide presentarse a las europeas, podría ser una prueba real de la capacidad del alcalde de Nápoles para ser uno de los potenciales salvadores de la izquierda. A partir del 10%, se podría crear cierta dinámica.

Paradójicamente, uno de los partidarios de la izquierda puede proceder de uno de sus enemigos históricos: la Iglesia católica. En efecto, varios círculos católicos se oponen a las políticas del Gobierno en materia de inmigración y de Europa. El diario episcopal italiano Avvenire se ha convertido en uno de los más virulentos contra el M5S y la Liga y publicó el 5 de noviembre un llamamiento para “concretar una acción política” y dar los criterios para un posible apoyo a los partidos políticos. Es cierto que todavía estamos muy lejos de tener un programa de izquierdas. Ciertamente, esta oposición católica se desarrolla obviamente en el contexto más amplio de la lucha por la influencia que está teniendo lugar en el Vaticano en torno al Papa Francisco. Pero esta resistencia católica podría crear un nuevo espacio político para una izquierda “populista” más abierta, ocupada en la lucha contra la desigualdad y preocupada por el destino de los migrantes. Giacomo Russo Spena señala también que Luigi de Magistris insistió mucho en que los representantes de la Iglesia estuvieran presentes a su lado.

Sigue existiendo una incertidumbre: ¿son las elecciones europeas las que más probabilidades tienen de proporcionar una dinámica así? En un país que se ha convertido en el más euroescéptico de la UE y en el que las críticas a la UE proceden de un Gobierno que está a punto de entrar en conflicto con la Comisión, ¿puede la izquierda hacer valer su originalidad más allá de la actual alineación sistemática del PD en Bruselas?

“La izquierda italiana es tradicionalmente muy europeísta”, dice Arturo Scotto. Ciertamente, el diputado electo por LeU en marzo, el exviceministro de Economía del PD, Stefano Fassina, creó en agosto un movimiento soberano de izquierdas llamado Patria et Constitución. Pero sus votantes son escasos y su posicionamiento se encuentra cada vez más cercano al de la coalición gobernante. El camino es, pues, angosto, aquí como en el resto de Europa, entre lo que Arturo Scotto llama el eurocretinismo de algunos y el rechazo absoluto de la UE, lo que equivale a alinearse con el Gobierno. La posición de la izquierda radical el 26 de mayo podría ser la misma que la de la Lista Tsipras 2014, que había adoptado una posición proeuropea crítica (y obtenido el 4% de los votos). Luigi de Magistris cuenta con el apoyo del exministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis. Pero esta posición es también oficialmente la del gobierno del Conte, el M5S y parte de la Liga. Por lo tanto, será necesario ser más convincente para evitar el “voto útil” hacia los partidos gobernantes.

La izquierda italiana está en obras. La reconstrucción es posible, pero será larga y difícil. Italia, que en su día fue un bastión de la izquierda europea, podría pasar todavía mucho tiempo buscando una vía de oposición entre soberanistas de derechas y neoliberales. _____________

El Gobierno de Italia es sólido... a pesar de todo

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Traducción: Mariola Moreno

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