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Coplas del dolor

Trinidad Gan

Certeza del colapsoBibiana Collado CabreraEdiciones ComplutenseMadrid2018Certeza del colapso

Ya desde el primer poema se nos revela la hondura de la mirada poética asumida por la autora, Bibiana Collado Cabrera (Burriana, Castellón, 1985), en este libro, Certeza del colapso, publicado por Ediciones complutenses y merecedor del premio Complutense de literatura 2017:

 

“Como en un cristal/impactado por dentro/miro, analizo la grieta/mientras toco la compacta lisura/ que permanece en su superficie”

Y es así, desde dentro de una memoria y de un presente colapsado como un cristal en el punto previo al estallido, que la escritura le sirve para discernir la falsa apariencia de la superficie aún intacta de la realidad y detectar minúsculas grietas donde acecha el dolor, el remordimiento, el desequilibrio del yo.

Con una estructura apoyada en el pie de la copla popular, en esas canciones con las que nuestras madres o abuelas trataban de acompañar sus dolores imaginarios (la cita que abre el libro nos lleva a la voz de Marifé de Triana: “Todo es mentira, todo es quimera, todo es delirio en mi dolor”), sus carencias afectivas y sociales que una sociedad dominada por los hombres no les dejaba expresar directamente y que lograban sublimar de algún modo en sus letras extrañamente escritas por autores masculinos, el poemario se abre en múltiples capas como las que aparecerían en el trozo roto del cristal de un espejo que nos ha reflejado, como los estratos del yo que vamos conformando al paso de los años, como las distintas capas de sedimentación que se van depositando en nuestra memoria. La familia, la presencia de la madre como eje de la construcción (lastrada, inconsciente, no reflexionada en un principio) del imaginario sentimental de una misma, pero también su huella como territorio de ajuste de cuentas con el peso histórico en todas nosotras de una ideología patriarcal y judeocristiana, son las grietas por las que transita, que contempla y dice este poemario.

En la primera sección del libro (Negro, negrito, mi corazón) encontramos yuxtapuestos los poemas que recrean esa historia familiar (las figuras del padre y sobre todo la de la madre o las huellas de un origen en la emigración en poemas como “Paraules de amor”, “Síntomas” o “Cañizo”, tema que ya abordaba la autora en su anterior y magnífico libro El recelo del agua, finalista del Premio Adonais de poesía) con otros textos donde se descubre en el propio cuerpo (“mientras el daño yace ensombrecido/en algún lugar de mi cuerpo”), en el propio pensamiento la marca del dolor, como muestran estos versos: “Dolor-zumbido que no marca origen” , “un ruido-madre que no pesa”. Es esta una yuxtaposición en la que mirando el pasado parece tratar de afirmar o negar sucesivamente su sedimentación en el presente (así en el poema “Falsa alarma”: “Un recuerdo infantil, / desgarradura. /No es una señal. No/lo es”) y que la poeta resuelve en el estupendo poema “Testaferro”, donde los dos ámbitos temporales confluyen (dibujados con gran ritmo en la cascada de objetos y lugares cotidianos por los que nos hace transitar con ella), se hacen carne en la página, configuran los bordes de una herida que, metapoéticamente, duele al ser dicha en voz alta y escrita: “La lengua es herida”.

Los poemas cortos que se incluyen en el libro (en esta primera parte los excelentes “Concesiva”, “Falsa alarma” y “Contra todo pronóstico” funcionan como aldabonazos a las puertas de una memoria que devuelve ecos necesarios para enfrentar el futuro, lo vemos en la correlación que se establece entre el texto en prosa reflexivo que casi podría cerrar esta parte (“Dejarás de ser una actitud textual. Un lugar de enunciación”) y en el poema breve que la concluye, donde contra todo pronóstico la poeta se dice a sí misma:

 

“En medio de esta muchedumbre/de torvos noes, /bajo el juicio implacable de la luz. /A quemarropa/ he dicho     sí.”

Ya en la segunda parte del libro, titulada A la lima y al limón, van ganado peso sobre los poemas en que se dibujan instantáneas de la memoria familiar y de la madre, como los excelentes “Escozor” (donde sutilmente se transparenta, se cuela sobre el sencillo “hule” de lo cotidiano el dolor que acecha), “La radio” u “Oralitura” ( recuento este de los objetos familiares bajo la luz de la ausencia, un puñal biselado ahora por la sombra), otros textos donde se condensa la constatación de las fracturas (en “La Torcedura” escribe: “Y el horror/de contemplar/cómo todo siguió/en su sitio exacto,/en su sitio exacto,/en su sitio exacto”) así como nuevos poemas breves, los muy certeros: “Transición”, “Iniciales” o “Descuido”.

La estupenda factura de sus textos nos hace recordar su trayectoria en el grupo poético valenciano Polimnia, capitaneado por Ángeles Segovia y del que tan excelente cosecha de poetas proviene. Hay claridad y ecos de la tradición en estos versos, y una preminencia de lo no dicho o de aquello que está a punto de decirse, lo que podría parecer cierta oscuridad del lenguaje pero nunca es pose ni búsqueda gratuita de distancia con el lector para favorecer la figura de la poeta, sino resultado de un matizado del lenguaje con el claroscuro necesario para dejar iluminado el filo de lo que Bibiana siente que debe ser dicho, un filo cortante que define justamente su sombra en la palabra, como en “El foco” escribe: “Volver y volver/a la fisura/asediada de la infancia”.

También muchos de estos poemas, además de indagar en la conciencia del daño, en el recuerdo de las derrotas o victorias acumuladas, tienen un fuerte trazo metapoético: Bibiana no sólo se mira existir, sentir, sufrir, sino que es muy consciente del frágil instrumento, del falso hilo que usa para transitar por el laberinto de yo y memoria: el lenguaje. Un lenguaje que sabe cargado de ideología e historia, cargas que halladas en su adentro describe también como ajenas, por eso llega a escribir en el poema “Victoria”: “Vigilo el aleteo de mi lengua/ante el espejo/…/Observo la victoria de las piedras/y sospecho de mí”.

La tercera parte, Malagueñas, vuelve a la alternancia inicial de miradas aunque, en ella, la impronta de una genealogía destapada por la escritura como tamprantojo alzado sobre su presente se configura en ajuste de cuentas con el recuerdo de lo vivido y, por eso, los poemas marcan también una toma de posición clara frente al futuro (en la estupenda serie “Spin off” nos dice: “Trazo con exactitud los contornos/de lo que ya he decidido/que no sucederá”), vuelven a cuestionarse la tarea de la palabra (así, en la serie metapoética “Blancura” escribe:   “—La intimidad/entendida como una raspadura/que borra hasta los últimos surcos/del verbo—”) y el poema final (“Padre”) vuelve al ámbito de lo familiar desgranado la sombra de las ausencias.

Bibiana Collado, como ella misma explicaba en una ocasión, ha tratado con este poemario de hacer relato de un sentimiento, el dolor, que siente despojado de una estructura narrativa (pues carece aunque lo obviemos de linealidad, de causalidad), que ve más aguzado que nunca en estos tiempos donde se prima la luz, lo luminoso, la “felicidad comercial” y que, sobre todo, sabe difícil de nombrar y respetar si se habla de él desde la pertenencia al colectivo femenino porque, entonces, dolor o depresión se etiquetan despectivamente como imaginarios. Y todos esos retos que se planteaba los ha logrado en este libro intenso y certero, cuyos poemas serán ahora fisuras de luz en nuestra lectura del mundo. _____

Trinidad Gan es poeta. Su último libro es El tiempo es un león de montaña (Visor, 2018).

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