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@cibermonfi

El Plan B

Les confieso que no me preocupa demasiado la forma que adopte un posible entendimiento entre el PSOE y Unidas Podemos en la legislatura que andamos estrenando. Personalmente, deseo ese entendimiento, que conste. Sería el mejor modo de dar satisfacción al espíritu antifascista y a la exigencia de alivio social y económico que motivaron a esa mayoría de españoles que votaron a la izquierda el 28 de abril.

Los votantes de Unidas Podemos sabían perfectamente que esa coalición concurría a los comicios proponiendo una continuidad del espíritu de cooperación con el PSOE de la moción de censura a Rajoy y los diez meses de Gobierno de Pedro Sánchez que le siguieron. Esta vez, Pablo Iglesias y los suyos no hicieron campaña proponiendo la conquista inmediata del cielo, ni tan siquiera ningún tipo de sorpasso. Hicieron campaña subrayando algo cierto: mejoras como la subida del salario mínimo o la revaloración de las pensiones tuvieron mucho que ver con su apoyo crítico al Gobierno del PSOE. Por su parte, los socialistas reunidos en la noche electoral en Ferraz le dejaron claro a Sánchez que prefieren que no repita su escena del sofá con Rivera de 2016.

Servidor, e intuyo que la mayoría de ustedes, tuvimos claro desde el primer momento que, pese a la intensísima campaña de propaganda favorable que le hacen los grandes medios de comunicación, Ciudadanos tiene poco de liberal en el buen y viejo sentido de la palabra y mucho de nacional-populista. A Rivera y su gente siempre se les ha notado que solo tienen dos principios: el españolismo y los intereses del Ibex 35. Solo son una versión juvenil y colorista de la derecha carpetovetónica de toda vida, y ahora incluso lo dice también Ángel Gabilondo, el candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid: "Mi experiencia con Ciudadanos no es teórica, han sido un soporte de políticas conservadoras".

Los españoles necesitamos unos cuantos años de políticas progresistas. A nivel nacional y también en los ayuntamientos y las comunidades autónomas. Para recuperar lo mucho perdido en materia de libertades y derechos cívicos durante los años de Rajoy en La Moncloa y las largas hegemonías del PP en lugares como Madrid. Para repartir de un modo un poco más equitativo la factura de la última gran crisis económica, aunque sea con retraso, e intentar devolver nuestro Estado de bienestar a lo que era en 2008.

Para desdramatizar las guerras de banderas y bajar la fiebre de los nacionalismos catalán y español. Fíjense que me estoy conformando con poco, que ni tan siquiera propongo el justo programa de reforma integral del 15-M.

Y es que soy perro viejo: la vida me ha enseñado a tomar en cuenta la correlación de fuerzas. Y lamento tener que decir que esta correlación no es favorable en estos momentos a los progresistas españoles. El mundo lo lideran descerebrados fascistoides como Trump y Bolsonaro; en Europa mandan los burócratas de la austeridad para la gente y los beneficios para la banca, y en España los conservadores tienen una aplastante hegemonía en los medios de comunicación, por no hablar de los tribunales, los institutos armados y otros aparatos del poder. Toda esa gente no se corta un pelo a la hora de repartir estopa, los griegos de Syriza lo saben muy bien.

Así que, en mi opinión, sería estupendo que PSOE y Unidas Podemos pudieran formar un Gobierno de coalición, con ministros de los dos partidos, pero también sería buena cosa un Plan B, una fórmula a la portuguesa, un Gobierno monocolor socialista que pacta un programa con Unidas Podemos y es apoyado parlamentariamente por esa coalición. Una jerigonza –así le llaman graciosamente los portugueses– para hacer unas cuantas cosas que mejoren la vida de las clases populares y medias sin despertar demasiada alarma en Bruselas, Frankfurt y Washington.

De ser Pablo Iglesias, yo no haría de la presencia de ministros podemitas en el próximo Gobierno una condición sine qua non para aprobar la investidura de Sánchez. Eso puede empujar al PSOE a brazos de Ciudadanos –el deseo del Ibex 35 y los socialistas castizos–, a la par que puede ser usado malévolamente por los propagandistas de siempre contra Unidas Podemos, que debería haber aprendido la lección de 2016. Creo que el electorado de Iglesias, Irene Montero, Garzón y compañía podría comprender el sacrificio de apoyar a Sánchez sin otras contrapartidas que las programáticas si se le sabe explicar. Y Unidas Podemos se quedaría con el as en la manga de la libertad para criticar al Gobierno monocolor socialista cuando desbarrara.

El progresismo español necesita a Unidas Podemos y esta coalición tiene que seguir madurando. Debe comprender que no se conquista el cielo con una mala correlación de fuerzas. Y también, que el camino institucional no es el único para mejorar tal correlación. Hay otros, se llaman trabajo en la calle y batalla ideológica y cultural, y requieren más tiempo y esfuerzo.

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