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@cibermonfi

Si yo fuera del PSOE…

Si yo fuera militante del PSOE, me indignaría la mera sugerencia de que mi partido está deseando que fracase el intento de investidura de Pedro Sánchez de este mes de julio para poder así convocar nuevas elecciones legislativas en noviembre. Y no tanto por el hecho obvio de que eso supone jugar con fuego –el diablo carga las prórrogas, las tandas de penaltis, las segundas vueltas, los plebiscitos y los referendos–, sino porque tal idea implica que el PSOE no tiene el menor escrúpulo a la hora de defraudar a los millones de progresistas –incluidos aquellos socialistas del ¡Con Rivera no!– que votaron el pasado 28 de abril.

¡No! Si yo fuera militante del PSOE, no le aceptaría a nadie insinuar que mi partido se inspira en Maquiavelo y no en Pablo Iglesias Posse, Jean Jaurés y Olof Palme. Que prefiere el tacticismo politiquero y partidista a los nobles principios y valores que proclama. Que desea dar satisfacción al presidente de la CEOE –partidario de  unas elecciones en noviembre que dejen “un país más estable y tranquilo”–,  y no a la muchísima gente que querría ver desde este mismo verano políticas gubernamentales que les devuelvan derechos y libertades.

Si yo fuera militante del PSOE, me pondría como una hidra si alguien me repitiera lo que se escucha estos días en Madrid, y de fuentes bien informadas, fuentes con acceso a Ferraz y La Moncloa.

Consideraría una infamia que se me dijera que el PSOE le niega el pan y la sal a Podemos para que este partido se vea forzado a no apoyar la investidura de Sánchez. Que el PSOE ya tiene preparada una gigantesca campaña para culpar a Pablo Iglesias Turrión del fracaso de la investidura e intentar conseguir en otoño unos cuantos diputados más a costa de otra nueva caída de Unidas Podemos. Que buscará entonces una nueva investidura, esta vez con el apoyo activo o pasivo de un Albert Rivera al que el Ibex 35 y los gigantes mediáticos presionarán –ahora en serio– para que nos regale otra más de sus volteretas y proclame que el Sánchez del otoño –peleado con Unidas Podemos y a morros con los independentistas tras la sentencia del Procés– ha vuelto a la “senda constitucional”.

¡No! Si yo fuera militante del PSOE no le aceptaría a nadie insinuar que mi partido prefiere la compañía de Ciudadanos a la de Unidas Podemos, el nacional-populismo –sobreexcitado y cargante– de Albert Rivera e Inés Arrimadas a la izquierda de Pablo Iglesias Turrión, Irene Montero y Alberto Garzón. No le aceptaría insinuar que mi partido está deseando acostarse con los que ya se han acostado con Vox, por mucho que eso es lo que les venga bien a los patronos de acá y acullá. Recordaría que la socialdemocracia es una de las corrientes herederas de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa, de la voluntad de resolver la cuestión social del siglo XIX, del antifascismo de los años 1930 y 1940, del antifranquismo en el caso español. La socialdemocracia no propone un mundo de orden, unidad y disciplina a toda costa, no acepta el carácter inevitable del capitalismo salvaje, no comulga con el cinismo del ande yo caliente, ríase la gente.

Y si yo fuera militante del PSOE, me reiría a carcajadas si alguien, aunque fuera un compañero, quisiera zaherir a Unidas Podemos con el argumento de que pretende sillones. ¿Qué tiene de malo pretender sillones? ¿Es que no los pretende el PSOE? Incluso podría decirse más: el PSOE quiere quedarse con todo el patio de butacas de un futuro Consejo de Ministros con tan solo el 28% de los votos y 123  diputados.

¡No! Si yo fuera militante del PSOE no le aceptaría a nadie insinuar que mi partido va a usar argumentos tan irrisorios como el de la “sed de sillones” de Pablo Iglesias Turrión.

Pero no soy militante del PSOE, ni nunca lo he sido. (Tampoco, por lo demás, de Unidas Podemos o cualquier otro partido con o sin representación parlamentaria). Solo soy un progresista independiente que, como muchos de los que el 28 de abril votaron tanto al PSOE como a Unidas Podemos, me alegré porque esas dos fuerzas superaran en escaños a la suma de PP, Ciudadanos y Vox, e imaginé que podría ser posible un Gobierno progresista fruto de algún tipo de entendimiento entre Sánchez e Iglesias que aliviara los padecimientos de la gente.

P.S.: A mediados de mayo les escribí aquí mismo a los amigos de Unidas Podemos que lo más realista, dada la correlación nacional e internacional de fuerzas, sería que aceptaran una fórmula “a la portuguesa”. Escogieron otro camino, quizá por fogosidad juvenil. Ahora tengo que decirles a los amigos del PSOE que no hay nada de extraño o ilegítimo en el hecho de que quien te puede aportar más de cuarenta diputados te pida a cambio algo más que promesas. Y que resulta muy inquietante que Pedro Sánchez esté especulando con los frutos del otoño. Inquietante no solo para el progresismo español, también para su ambición personal. La baraka no es inagotable y, como ha recordado Iñigo Sáenz de Ugarte, el síndrome de la Moncloa,  “la progresiva desconexión con la realidad”, existe.

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