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El Laboratorio P4 de Wuhan, un agujero negro en medio de la pandemia

El presidente chino, Xi Jinping, y el primer ministro, Li Keqiang, durante la ceremonia de clausura de la tercera sesión del 13º Congreso Nacional del Pueblo.

Jacques Massey (Mediapart)

La cooperación franco-china sobre enfermedades emergentes, firmada en 2004 por los presidentes Jacques Chirac y Hu Jintao, comenzó con un incidente. En el otoño de ese año estuvieron retenidos durante más de cuatro meses en el puerto francés de Le Havre, oficialmente para verificación, cuatro laboratorios de investigación biológica P3 de ambiente controlado con destino a China, como primera parte del acuerdo intergubernamental. Esa iniciativa de las administraciones de seguridad (aduanas, vigilancia del territorio, defensa y seguridad nacional, etc.) marcaba claramente las reticencias del Estado francés a aceptar la dinámica que llevaba a proveer a China de un laboratorio de alta seguridad nivel P4, del que sólo existían entonces unos pocos ejemplares en el mundo. Nadie ignoraba que el Ejército Popular de Liberación (EPL) chino estaba estrechamente relacionado con los centros de investigación civil del país.

Bernard Connes. fundador de la sociedad francesa Labover, que suministró los P3, los laboratorios de un nivel de seguridad inferior al P4 para trabajar sobre agentes patógenos, recuerda que el pedido había sido hecho conjuntamente “por los ministerios chinos de sanidad y de defensa”. Estaba bien fundado por tanto el temor de un desvío de la utilización de ese material “de doble uso” civil y posiblemente militar.

En el campo nuclear, químico y biológico ese riesgo tiene un nombre: proliferación. Porque, además, China sufría un embargo de venta de armas ofensivas por parte de Europa tras la represión de Tiananmén, en junio de 1989, embargo que sigue en vigor. Francia se había pronunciado “a favor del levantamiento de ese embargo, al más alto nivel, sin equívocos”, como había declarado el entonces primer ministro Jean-Pierre Raffarin, calificándolo de “anacrónico” y de “injustamente discriminatorio”.

Ahora bien, la cooperación científica con China no podía escapar al control del aparato militar chino. Tras las epidemias del SRAS de 2002-2003, se creó dentro del Ejército un cuartel general para luchar contra los virus emergentes, con antenas en todas las regiones militares.

De la misma forma, el 31 de enero de 2020, en plena epidemia del covid-19, la general de división Chen Wei (54 años) fue nombrada para hacerse cargo de la lucha contra el virus en Wuhan, encabezando un equipo conjunto del Instituto de Biotecnología, de la Academia de Ciencias Médicas Militares del EPL y del laboratorio CanSino Biologics, con el objetivo oficial de elaborar una vacuna experimental. La general Wei se convirtió inmediatamente en una “diosa de la guerra” para los medios chinos cuando hasta entonces el grado y las funciones de esta responsable de la biodefensa china nunca había sido objeto de la menor comunicación pública.

Por eso, los sucesivos responsables de la Secretaría General de Defensa Nacional francesa (SGDN), Jean-Claude Mallet, Francis Delon y Louis Gautier, siempre han manifestado tener serias dudas sobre la pertinencia de esa transferencia tecnológica. Pero podían basarse en los compromisos internacionales de Francia, compromisos a los que los diplomáticos del Departamento de Estado norteamericano también se habían referido para tratar de bloquear la aplicación del acuerdo franco-chino de 2004.

Además de los planes de construcción de laboratorios, la exportación de su equipamiento (autoclaves, fermentadores, recintos de confinamiento, etc.) fue en efecto sometida a estrictos controles por parte de comités multinacionales: los grupos “Australia” (con 34 países miembros) y “Wassenaar”. Se aplica también un reglamento específico de la UE, de diciembre de 1994. La SGDN, basándose en un marco normativo y reglamentario restrictivo, ha realizado grandes estudios jurídicos sobre la viabilidad de transferencia de tecnología.

La SGDN ha intervenido también a través de la Comisión Interministerial de Bienes de Doble Uso (CIBDU, en la que participan también los ministerios de Exteriores y Finanzas), creada siguiendo un modelo parecido al de la Comisión Interministerial para el Estudio de Exportaciones de Material de Guerra (CIEMMG). Se ha llegado incluso a comunicar a las autoridades chinas un rechazo de venta. Por ejemplo, un pedido hecho por China en 2015-2016 de escafandras para atmósfera confinada adaptadas al P4 de Wuhan para renovar una primera serie entregada en 2010, fue rechazado por la CIBDU porque la cantidad pedida era considerada superior al uso posible en el instituto de virología. “Este pedido hacía temer claramente la utilización de esas escafandras en otros lugares no declarados”, resume un funcionario.

Sin embargo, al confiar en 2005, bajo los auspicios de la Chinese Academy of Building Research, la responsabilidad de la construcción del edificio a sociedades chinas como el despacho de estudios IPPR Design Institute y el Wafangdian Engineering, los promotores franceses del proyecto pusieron los planes del P4 en manos de sus socios.

Ahora bien, expertos asiáticos, según recogen medios regionales citando a la web taiwanesa Bearport –conocida por tratar temas internos chinos–, afirman ahora, sin aportar pruebas, que han sido construidos y equipados uno o dos laboratorios del mismo tipo, réplicas del modelo exportado por Francia.

No se trata de simples especulaciones de adversarios declarados del régimen chino. Según nuestras informaciones, esta hipótesis es desde el mes de enero una de las prioridades de investigación de la Dirección General de Seguridad del Estado, además de la obtención de información fiable sobre el origen de la epidemia de coronavirus en la provincia de Wubei. Si esta “réplica” secreta del P4 de Wuhan se confirma, se trataría de una violación evidente del proyecto de cooperación inicial.

La biología ha sido definida como “uno de los siete nuevos ámbitos de la guerra”

La cuestión de la “proliferación en China” parte de una constatación innegable: la comunidad internacional ha desarrollado medios de protección eficaces contra la proliferación nuclear, pero está bastante desprotegida en el campo biológico por la dificultad de poner en marcha controles.

El descubrimiento, a principios de los años 90, de lo que fue el programa soviético Biopreparat, ha validado la realidad de la amenaza. Biopreparat, dependiente del ministerio de industrias médicas y microbiológicas bajo cobertura civil, supervisaba un complejo proceso que abarcaba desde la investigación a la producción industrial de armas probadas en el Mar de Aral. En este programa de guerra, dirigido por el general Kalinin a partir de 1980, en su momento de mayor actividad ocupaba a más de 70.000 personas. El mismo KGB contaba con su propia división biológica –Flayta (flauta)– destinado a las “operaciones especiales”. En el verano de 1989, la deserción desde París del coronel Vladimir Pasechnik, director del Instituto de Biopreparación Ultra-Pure de Leningrado, puso fin al carácter secreto de esas actividades.

En 1999, el Centre de Monterey (Center for Nonproliferation Studies), un organismo independiente, había contabilizado diecinueve países posiblemente afectados a lo largo de esa década por eventuales actividades con armas biológicas, asociadas a un agente infeccioso y a un vector para transportarlo. En la lista están China, Egipto, India, Irán, Iraq, Israel, Libia, Corea del Norte, Rusia, Siria, Taiwan y los Estados Unidos. Después de la primera Guerra del Golfo, a partir de 1995, el descubrimiento de la envergadura del programa de armamento biológico iraquí, enteramente destruido con posterioridad, sacó a la luz la gravedad del fenómeno.

Al mismo tiempo, a pesar de su adhesión en 1984 al tratado de prohibición de armas biológicas, China era sospechosa de haber mantenido un programa ofensivo basado en el modelo soviético durante la Guerra de Corea y que trataba del empleo de agentes como el ántrax, el moco, la toxina botulínica, el tifus, el cólera, etc.

En aquella época, el ex investigador ruso Ken Alibek recordaba que, en el noroeste del país, fotos satélite habían detectado en la provincia de Xinjiang lo que parecía una fábrica de fermentación. Una década más tarde, el informe de 2015 de la ARM Control Association, un referente en la materia, volvía a expresar esas sospechas, pero sin aportar pruebas.

El laboratorio P4 de Wuhan. MEDIAPART

En su informe de 2017, el organismo ARM Control admitió que no disponía de ningún elemento nuevo que acreditase la violación de las reglas internacionales. El Departamento de Estado norteamericano tomó menos precauciones afirmando en un informe de 2019 sobre el estado de la proliferación en el mundo, que “las informaciones disponibles en los estudios de investigadores de la instituciones médicas militares chinas identifican a menudo actividades biológicas discutibles. Éstas pueden ser sobre la identificación, la caracterización y los ensayos de muchas toxinas con potenciales aplicaciones de doble uso”.

Esa constatación se refiere a decenas de instalaciones vinculadas a la Comisión de Estado china de Supervisión y Administración de Activos (SASAC), una administración encargada de la investigación y desarrollo de defensa que colabora con el ministerio de Ciencia y Tecnología y con la Academia China de Ciencias sobre proyectos de investigación biomédica.

Por ejemplo, China National Biotech Group, propiedad de la SASAC, concibe y regula las actividades de una parte del sector de producción de vacunas. Digamos de paso que esas relaciones cruzadas no son específicas del régimen chino. En Francia, la DGA (Dirección General de Armamentos) financia también investigaciones civiles, incluidas las del Instituto Pasteur, sin que por ello esas iniciativas sean asimilables a prácticas ilegítimas respecto al derecho internacional.

Además de la sede de Lanzhou, funcionan otros organismos de biotecnología vinculados a la SASAC en Changchun y también en Wuhan donde, además del P4 francés, tienen al menos cinco laboratorios de la clase P3, la mayor parte de diseño chino. Según fuentes taiwanesas citadas por el investigador Dany Shoham en la edición de abril/junio de 2015 del Journal of Defensa Studies, cuatro institutos –Kunning, Chongquing, Changchun y Wuhan/Wuchang– están dedicados a actividades de investigación y experimentación posiblemente de doble uso.

Por otra parte, han reforzado estas sospechas publicaciones no oficiales en estos últimos años de antiguos dirigentes del Ejército Popular de Liberación. La biología es pues definida como “uno de los siete nuevos ámbitos de la guerra” en el libro New Highland of War (National Defence University Press), publicado en 2017 por Zhang Shibo, general retirado y ex presidente de la Universidad de Defensa Nacional de China.

Zhang sostiene que las biotecnologías modernas validan su empleo militar con fines ofensivos, por ejemplo para llevar a cabo “ataques genéticos étnicos específicos”, es decir, dirigidos a las particularidades genéticas del adversario. Una perspectiva que, de paso, no es una exclusiva de los “del teléfono rojo” chinos. También es igualmente citada en círculos militares occidentales. Prueba de que la mejora permanente de las técnicas utilizadas en la investigación médica es también un fin para las investigaciones militares ofensivas.

En cualquier caso, China está entre los pocos países víctimas de armas biológicas, pues Japón las utilizó masivamente contra la población china entre 1933 y 1945, sobre todo en la guerra de Manchuria. Por eso, tras haberlo ratificado en 1984, las autoridades chinas han sido siempre muy activas en la defensa de la Convención Internacional sobre la prohibición de la puesta a punto, fabricación o almacenamiento de armas bacteriológicas (biológicas) o de toxinas y sobre su destrucción (CIAB).

El acuerdo franco-chino sobre enfermedades emergentes que enmarca la provisión del laboratorio P4 hace referencia explícita al respeto de la CIAB. Aún hoy, a la diplomacia china le gusta recordar que los Estados Unidos han impedido siempre la negociación de un protocolo adicional que implante un régimen de verificación de su aplicación.

China presentó igualmente en 2009 la lucha contra la propagación de enfermedades infecciosas peligrosas como estrechamente vinculadas a los objetivos de la CIAB: “ Debería ser compartida la información sobre cualquier brote de enfermedades infecciosas agudas conforme a la práctica actual de las organizaciones internacionales competentes”. Una línea de buena conducta que sin embargo no se había aplicado enteramente cuando las epidemias del SRAS en 2002-2003. Porque la implicación de China en el terreno de la bioseguridad de defensa sigue siendo cuestionable por todas las veces que ha hecho postureo.

Desde antes de 1999, es decir, mucho antes de las dos graves epidemias de gripe aviar y de SRAS mal gestionadas por la falta de equipamiento del país, Alain Mérieux se había preocupado de instalar en China el mismo equipamiento que su Fundación había construido en la región de Lyon, con el apoyo de los consejeros del presidente Chirac especializados en la región. Pero el ministro socialista de Defensa, Alain Richard, y la SGDN calmaron ese entusiasmo.

La mala reputación de China en materia de proliferación (especialmente por sus ventas a Corea del Norte) y la imbricación entre la investigación militar y la civil en el país estaban suficientemente probadas para justificar esas reservas. Además, la cohabitación no facilitaba las relaciones entre el Elíseo y el gobierno de Lionel Jospin, siempre vigilante con el activismo de las “redes chiraquianas”.

Los accidentes de laboratorio constituyen una amenaza tan importante como la de las armas biológicas

La posición restrictiva adoptada por el ministerio de Defensa continuó durante los años siguientes, con el apoyo de la SGDN (hoy SGDSN). A lo largo de los años de instrucción del caso, el dossier en el ámbito de ese ministerio lo llevaba la Delegación para Asuntos Estratégicos (en la actualidad Dirección General de Relaciones Internacionales y Estrategia, DGRIS), encargada de la prospectiva y la contra-proliferación, y también la Dirección General de Armamento (DGA).

La DGSE también contribuyó, pues se ocupa prioritariamente de los materiales y equipos que componen las armas de destrucción masiva (nucleares, químicos y bacteriológicos), mientras que la Dirección de Inteligencia Militar (DRM) trabaja en los vectores de armas. “En nuestros debates internos, el tema del tratamiento del riesgo sanitario, muy importante en China donde algunas regiones siguen siendo desiertos médicos, ha primado sobre el sector militar. Al final es eso en lo que se ha basado nuestra posición sobre el P4”, resume un ex dirigente de seguridad exterior bien informado sobre el tema. “Porque el dossier chino no tenía nada que ver con el programa Biopreparat soviético. Y además siempre hay un abismo entre la intención de desarrollar un arma de destrucción masiva biológica, la capacidad de proliferar y la de desarrollar un marco operacional. Además, tarde o temprano, este tipo de actividades clandestinas acaba por ser descubierta, lo que mueve a un país como China a ser prudente”.

Hay que considerar no obstante las dificultades que se han encontrado los agentes occidentales para trabajar sobre China, a veces faltos de “fuentes primarias in situ”. De esta forma, al descartar toda cooperación extranjera en el Wuhan Institute of Virology, las autoridades chinas se han protegido del riesgo de fugas sobre sus investigaciones y sobre la utilización de sus laboratorios, dado que los servicios de inteligencia no pueden extraer información de los cooperantes presentes en establecimientos sensibles.

En materia de contra-proliferación, la DGSE puede sin embargo presumir de capacidades operativas reales. En el pasado, el servicio secreto pudo así identificar informaciones falsas diseminadas por los aliados, como fue el caso sobre el Iraq de Saddam Hussein. Las investigaciones de la Dirección de Inteligencia de la DGSE, contenidas en tres gruesas carpetas con el sello de “secreto”, demostraron que eran falsas las acusaciones vertidas a finales de 2002 por Washington y Londres sobre la reconstitución de un arsenal nuclear, químico y bacteriológico por el régimen iraquí. Eso ayudó a Jacques Chirac a no dejarse embarcar en la segunda Guerra del Golfo.

Las precauciones de la inteligencia exterior para tratar el dossier del P4 son confirmadas por un ex dirigente del Consejo Nacional de Inteligencia (CNR), que explica a Mediapart que las reservas expresadas hasta primeros de 2010 se explicaban sobre todo por la necesidad de “prevenir un riesgo de reproducción de la tecnología del laboratorio francés en una época en la que las sociedades chinas intervienen cada vez más a escala de continentes enteros, como en África”. En ese sentido, el razonamiento incumbía tanto al patrimonio económico nacional como a los problemas estrictamente de seguridad.

Pero los accidentes en los laboratorios que trabajan con agentes patógenos potencialmente mortales o sobre agentes infecciosos a veces artificialmente “aumentados” constituyen una amenaza al menos tan importante como la de las armas biológicas.

En septiembre de 2019 tuvo lugar una explosión y un incendio en Vektor, el centro de investigación ruso en virología situado cerca de Novosibirsk, vinculado al complejo militar-industrial soviético hasta principios de los años 90. Según la agencia de vigilancia Rospotrebnadzor, la explosión había sido provocada por un cilindro de gas. Aquel día no se habría liberado ninguna sustancia peligrosa. Otro ejemplo, en Rixensart, a 20 kms de Bruselas, en la fábrica GSK. El 2 de septiembre de 2014 iban a ser transferidos a un dispositivo de esterilización 45 litros de solución que contenía el virus de la poliomielitis. La operación se hizo manualmente. Una falsa maniobra de un empleado provocó el vertido del producto en la red de evacuación de aguas residuales y luego al río Lasne.

El mismo año, en los Estados Unidos, se extraviaron muestras de la enfermedad del carbón en un laboratorio de alta seguridad del Centro de Control de Enfermedades de Atlanta (Georgia). En Francia, el Instituto Pasteur también ha reconocido dos incidentes en la última década: la desaparición de 2.349 muestras de SRAS, por suerte inofensivas e incompletas, de uno de sus laboratorios P3. Lo mismo en 2015, por el transporte inapropiado de tres muestras de coronavirus MERS. Con todo, sobre la base de estos incidentes, expertos de la OMS estiman que el riesgo de un brote epidémico provocado por una evasión por accidente o descuido de microbios de las instalaciones de seguridad se estima en un 0,03% por año y por laboratorio, según aparece en la revista Science & Vie del año pasado.

En Francia, estudios del Instituto Nacional de Investigación y de Seguridad (INRS), complementados por recomendaciones técnicas, han contribuido a entender mejor el riesgo infeccioso por accidente, reduciéndolo al máximo, en los casos en que se manipulan agentes biológicos potencialmente contaminantes. Las mejoras son significativas. El examen de los dossieres de medicina del trabajo habían contabilizado en 1996 cinco casos de enfermedad infecciosa de origen profesional. Tras la implantación de un plan nacional de prescripciones derivadas de ese primer informe, no ha sido identificado ningún nuevo caso en los años siguientes. Pero esta amenaza sigue siendo de actualidad.

Hay alertas de consecuencias aún más dramáticas que tienen en el punto de mira a instalaciones militares. Tras la caída de la URSS en 1991, los médicos mencionaron casos de peste en varias zonas de Asia Central probablemente vinculadas a Biopreparat. Por su parte, el ex investigador ruso Ken Alibek ha descrito en su libro el calvario sufrido por el coronel Ustinov, jefe de equipo en Vektor, que se inyectó por error el virus de Marburg en 1989. Después de morir fueron extraídas muestras de su cadáver que permitieron aislar una nueva cepa del virus... ¡para uso militar! También hubo un 1979 un accidente en la unidad de Sverdlovsk, encargada del desarrollo de armas de ántrax, que causó centenares de víctimas y que permitió a los occidentales identificar por primera vez la existencia de un programa secreto soviético de guerra biológica.

Mismo balance en los Estados Unidos. Poco después de los atentados del World Trade Center, un investigador corrupto que trabajaba para el Instituto de Investigaciones Médicas sobre Enfermedades Infecciosas del US Army (USAMRIID), en Fort Detrick (Maryland), fue quien provocó una vasta contaminación en el correo postal en 2001 causada por esporas de ántrax militarizado, provocando el pánico general en el país durante semanas. El hombre se suicidó poco antes de ser detenido por el FBI, en 2008. Y todavía en julio de 2019, según The New York TimesN, el Pentágono tuvo que cerrar con urgencia durante varios meses ese mismo centro, en el que trabajan más de 900 personas, a causa de problemas de seguridad vinculados a malas prácticas en la descontaminación de equipos.

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Traducción de Miguel López.

Texto original en francés.

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