LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
El fiasco de Bruselas y el desafío permanente de Mazón desnudan el liderazgo de Feijóo en el PP

Cultura

Un debate más allá del 'hiyab': "España tiene que hablar del islam y el feminismo, ya no hay excusas"

'Hiyab' diseñado por Nike.

España tiene que hablar de islam y feminismo, ya no hay excusas. ¿Cuál es la excusa? ¿Qué somos pocas? ¿Que no conocemos el tema? Ya va siendo hora de formarse”. Es la escritora Najat el Hachmi la que lanza el guante. Nacida en Marruecos y de nacionalidad española, la segunda edición de su ensayo Siempre han hablado por nosotras (Destino) coincide con la publicación de No nos taparán (en Akal el 15 de marzo), de Mimunt Hamido Yahia, nacida en Melilla y partidaria también de un feminismo laico. Ambas se encuentran en las estanterías con títulos que abordan el tema desde otra perspectiva, como Feminismo e islam (Clave Intelectual), compilación de textos de varias autoras realizada por la francesa de origen iraquí Zahra Ali, que también participa en Feminismos islámicos (Bellaterra), compilación de Ramón Grosfoguel. Si España tiene un debate pendiente en torno a la relación entre cultura musulmana e igualdad de género, ese debate está librándose ya en las estanterías. La población musulmana en España —un país aconfesional en el que dos de cada tres personas se declaran católicas— ya supera los dos millones de personas, según la Unión de Comunidades Islámicas de España. En medio de una ofensiva racista y xenófoba de la extrema derecha, y cuando parte de la izquierda empieza a incluir entre sus filas a mujeres musulmanas, ¿cuánto tardará en pasar a primera fila de la política y los medios?

Y no es un debate fácil, como no lo fueron las primeras conversaciones sobre la presencia del hiyab en la escuela o la administración. De un lado, un feminismo que se define como universalista, integrado también por mujeres nacidas en un contexto musulmán, que consideran que el islamismo es un peligro para la igualdad en España y que ninguna religión debe tener espacio en el espacio público. Del otro, un feminismo que suele definirse como decolonial que considera que la fijación con el islam frente a otras religiones machistas, como el judaísmo o el cristianismo, obedece a motivaciones islamófobas, y que cree que hay una vía para el feminismo dentro de las propias comunidades musulmanas, sin renunciar a la religión y sin asumir necesariamente los preceptos del laicismo, que ven como una imposición occidental. Najat el Hachmi y Mimunt Hamido Yahia pertenecerían a la primera corriente, mientras Zahra Ali o Sirin Adlbi Sibai —entre otras autoras, que han declinado participar en este reportaje— formarían parte de la segunda.

¿Qué discurso se impone?

El Hachmi cree que el feminismo islámico, y el propio islamismo, va ganando: “Las que venimos defendiendo un feminismo que se oponga al machismo que contiene la religión nos sentimos solas y desamparadas. Tenemos la sensación de que no se atiende nuestro punto de vista. Incomodamos”. Mientras, Sirin Adlbi Sibai defiende en Feminismos islámicos que el discurso sobre islam e igualdad de género no ha podido despojarse aún de los planteamientos occidentales, y el “colonizado (…) reproduce los términos del colonizador”. Hay algo en lo que ambas posiciones están de acuerdo: el hiyab, el velo que muchas mujeres musulmanas usan para cubrir su cabello siguiendo los preceptos mayoritarios del islam, ha ocupado un papel central en el debate, algo que no ha sido necesariamente positivo. El hiyab, en tanto que símbolo, acaba convirtiéndose en un fetiche que simplifica la conversación y oculta ciertas realidades. Para unas, la realidad de unas mujeres sofocadas por la religión. Para otras, la realidad de unas mujeres que no están únicamente marcadas por la religión, sino por otras muchas lógicas patriarcales y racistas, y que pueden encontrar dentro de la religión su propio camino a la igualdad.

“Yo no acabo de comprender esta posición que podríamos llamar relativista que cuando entra en juego la diversidad pone en suspenso esos valores de igualdad y libertad para las mujeres”, dice Najat el Hachmi. “Este feminismo cree que dependiendo del contexto cultural hay que adaptar el discurso feminista. No puedes defenderme la imposición del velo, la poligamia, la obligación de llegar virgen al matrimonio... Yo estoy en contra de esto, porque la igualdad es la igualdad, y lo que es positivo para la mujer lo es en todas las culturas”. La posición que defiende que no puede imponerse la idea de feminismo occidental a todo el planeta, dice la escritora, sería “una forma sofisticada de racismo” en la que no se considera que las personas pertenecientes a culturas no occidentales sean capaces de asumir los preceptos que rigen —o deberían regir— las sociedades europeas. “Si a mí me aplicas unas normas que no te vas a aplicar a ti, estás siendo cómplice de esa discriminación machista de la que soy víctima, y también estarás teniendo una visión paternalista y condescendiente”, denuncia, afeando a las feministas blancas de origen católico que apoyen los preceptos del feminismo islámico.

Pero autoras como Zahra Ali señalan que el debate se plantea desde una lógica xenófoba e islamófoba. “Tratar la cuestión de 'la mujer en el islam', interrogarse hoy día sobre la 'condición' de la mujer musulmana y la posible adecuación entre el islam y la igualdad de género es producto de una elaboración histórica”, escribe en Feminismo e islam. “No nos preguntamos con tanta frecuencia por 'las mujeres en el judaísmo', ni tampoco se plantea por doquier la cuestión de 'la mujer en el cristianismo'. Ahora bien, no cabe duda de que ello no se debe a la naturaleza de los textos sagrados judíos y cristianos, y menos aun a las condiciones de vida de las mujeres cristianas y judías, que varían considerablemente de Norte a Sur”. El feminismo islámico suele señalar que los textos sagrados de judíos y cristianos son enormemente problemáticos en su tratamiento de la mujer, como lo es la historia machista de estas religiones, y sin embargo no se considera que sea imposible lograr la igualdad en las sociedades judeocristianas, o que se tenga que producir necesariamente un choque entre la propia creencia religiosa y el feminismo.

¿Cuál es el contexto social?

En títulos como Feminismo e islam y Feminismos islámicos, se recorre la genealogía de la lucha por la igualdad de género en el llamado mundo musulmán, que, señalan, no es una batalla importada desde Occidente, sino que ya estaba presente dentro de estas mismas sociedades. Pero en No nos taparán, Mimunt Hamido Yahia sitúa la lupa en otros condicionantes históricos que, a su juicio, son más relevantes en el debate: el desarrollo del islamismo radical, en auge en buena parte del mundo, y su influencia con la migración desde países de mayoría musulmana a países de mayoría cristiana. “Cuando comienza a producirse esta ola migratoria, es el islamismo, que no el islam, el que busca cómo controlar a esa población que sale de sus países de origen. En Alemania o Francia ya había asociaciones de islamistas, algo que en los noventa llega a España”, explica. El punto clave del viraje islamista en las comunidades musulmanas en España, señala, será la probación de la reunificación familiar, cuando las mujeres y los hijos de los migrantes empiezan a instalarse en el país. “Cuando vienen las mujeres y niñas, ya la religión ve que hay que controlarlas; mientras hubo solo hombres, no hacía falta”, critica.

En sus libros, tanto ella como Najat el Hachmi dan cuenta de la supervivencia de comportamientos machistas dentro de la propia comunidad, y aseguran que la imposición familiar del uso del hiyab, el control férreo sobre la forma de vestir, el camino profesional o la vida sexual de las mujeres, e incluso la organización de matrimonios concertados desde la pubertad siguen siendo prácticas relativamente habituales. “No podemos quedarnos calladas solo porque nos incomode o nos suponga un reto”, dice la escritora, reciente ganadora del Premio Nadal. “Tenemos que tener en cuenta que esto también forma parte de nuestro feminismo, que no es algo que esté pasando en Irán, es algo que está pasando aquí, en los barrios de nuestras ciudades”. Ambas autoras defienden que el feminismo se equivoca al considerar estos temas como ajenos, y asegura que tiene que ocuparse de ellos igual que se ocupa de los asesinatos machistas, de la violencia sexual o de la desigualdad en los salarios. “¿Por qué lo consideramos un problema de otras? ¿No es eso racista?”, se preguntan.

Mimunt Hamido Yahia culpa también a las políticas gubernamentales de las últimas décadas a lo que considera una radicalización de la juventud nacida en un contexto musulmán. “A los chicos y a las chicas más jóvenes no se les da otra cosa a la que agarrarse para construir su identidad más que la religión. No se estudia la literatura árabe clásica, ni a los filósofos árabes, ni se estudia la historia reciente como podría ser la Guerra del Rif o el Protectorado, y tampoco se enseña el idioma”, dice. Así, rechazados por una sociedad racista que no les ve como ciudadanos de pleno derecho, y despojados de los recursos que les hagan encontrarse con una parte de su cultura, “de la que se habla mal o de forma orientalista”, la religión se convierte en la única referencia. “Alguien que venga de una familia migrante, cuyos padres sean musulmanes, tiene muchos elementos para construirse, para responder a la pregunta de quién soy. ¿Por qué se recurre siempre a la religión?”.

El feminismo sale a calle (y a los balcones) en un 8M diferente

El feminismo sale a calle (y a los balcones) en un 8M diferente

¿Cuál es la posición de la izquierda?

Tanto Najat el Hachmi como Mimunt Hamido Yahia critican la posición de cierta parte de la izquierda —que ambas sitúan a la izquierda del PSOE— ante el debate, a la que achacan una apuesta por el “multiculturalismo”. Consideran que los partidos de izquierdas han asimilado la integración en sus filas de la población árabe migrante con la integración del islam, algo que critican con dureza. “El debate sobre la representación, no es lo mismo que el debate sobre la agenda. Yo voy a firmar o no firmar dependiendo de cuál sea el objetivo, no de quién esté protagonizando esa lucha. A mí no me sirve de nada que haya una mujer de origen musulmán que esté defendiendo el machismo”, dice la primera. Y Mimunt Hamido Yahia condena que se dé protagonismo a políticas con hiyab: “¿Por qué con hiyab? ¿No quieres a diputadas que vengan de contextos musulmanas pero no lleven hiyab? Es porque no se nota que son musulmanas. Eso es lo que quiere el islamismo, que se note. Y tampoco ve con buenos ojos vídeos como el de la campaña de En Comú Podem para las elecciones catalanas, con la colaboración de Miss Raisa, rapera musulmana que lleva hiyab: “En Comú es un partido de izquierda, ¿sí? ¿La izquierda alienta símbolos religiosos? No, ¿verdad? ¿El hiyab es un símbolo religioso? Sí. Pues ya está. Un partido de izquierdas tiene que ir desterrando poco a poco los símbolos religiosos del espacio público. Y cuando digo espacio público me refiero a las instituciones o la escuela, no a la calle, ahí que cada uno haga lo que quiera”.

El problema, desde su punto de vista, es que la izquierda ha dejado que la ultraderecha marque el debate. Y es cierto que quien más habla de islam es Vox: campañas bajo el lema “Stop islamización en Cataluña”, declaraciones en las que señalan que el islam es “un peligro” para la sociedad... “Si la extrema derecha tiene unos discursos anti-islam, donde quiere instrumentalizar la situación de la mujer musulmana para justificar su racismo, parte de la izquierda ha pasado a defender el islam y a negar la discriminación que sufre la mujer dentro del islam. Esa no es la vía, porque negar la realidad no sirve de nada”, defiende Najat el Hachmi. “Yo creo que no podemos dejar que la extrema derecha condicione nuestros pensamientos y nuestros debates, porque si no no podremos hablar de nada”. En eso quizás coincidan las distintas corrientes. Un posible punto de partida.

Más sobre este tema
stats