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En qué momento se jodió el periodismo

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“Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”.

Dice Luis Pousa, periodista y escritor, que “la frase ‘¿En qué momento se había jodido el Perú?’ se queda pegada a tus neuronas y te persigue, con ligeras paráfrasis, el resto de tu vida. Porque en la sentencia cada uno puede insertar su propio Perú”. Nuestro Perú, en el caso que nos ocupa, es el periodismo, y si utilizamos el sintagma tan manoseado no es solo por pereza, sino porque la novela citada habla de periodismo. Bueno, y de muchas más cosas.

El ambientado en los medios y habitado por los informadores es un subgénero literario frecuentado por muchos, todas las tradiciones literarias han reflexionado sobre las grandezas y miserias del oficio. Por hablar de nuestro país, José Carlos Mainer recuerda que, entre 1903 y 1907, Manuel Ciges Aparicio “publicó una interesante serie de cuatro libros que pueden valer como memorial de agravios de toda una promoción de escritores radicales que cambiaron el periodismo de la época”: El libro de la vida trágica. Del cautiverio; El libro de la vida doliente. Del hospital; El libro de la crueldad. Del cuartel y de la guerra, y El libro de la decadencia. Del periodismo y de la política. A principios del siglo XX, “los mecanismos internos de la coacción se perciben en las numerosas novelas sobre periodismo que proporciona la época: valga como ejemplo El luchador (1916) de José López Pinillos”.

'El pozo', de Berna González Harbour.

El último título en sumarse a la lista es El Pozo, de Berna González Harbour, una feroz crítica del sensacionalismo mediático. “La trama se fue construyendo a partir de episodios concretos que hemos vivido en los últimos años y que encuentran en esa reflexión el hilo que une las piezas —asegura la autora, que es también periodista—. Como escritora me sentía en deuda con el periodismo y en El pozo encontré la oportunidad de pagarla. Espero que abra debates necesarios para el oficio, las empresas y la propia voracidad del público”.

Con la novela pretende marcar la línea que separa el periodismo de verdad y la noticia como entretenimiento, como espectáculo. “Es una indecencia que los espectadores disfrutemos con las desgracias ajenas”, afirma. Y la ficción es una herramienta adecuada para esa denuncia porque “te permite recrear, reconstruir, desmontar las piezas y volver a montarlas conforme a otros parámetros libres, divertidos y creativos”; una novela puede tener la carga de ideas de un ensayo. En esa, la responsabilidad de la denuncia recae sobre todo en los hombros de un cámara, Quatremer, periodista de raza que no se vende por la audiencia o por el morbo. “En realidad, somos muchos los que luchamos por la ética de la profesión. Por eso mi novela es una autocrítica y un homenaje al periodismo a la vez”.

Una crisis detrás de otra

'El periodista despedido', de Fernando Ontañón.

Si González Harbour ha escrito indignada por la cobertura informativa de unos sucesos terribles que todos evocamos en cuanto iniciamos la lectura, Fernando Ontañón se puso a ello espoleado por la crisis provocada por la burbuja inmobiliaria y por todos los desmanes de corrupción y excesos delirantes de las administraciones con el dinero público. “El periodismo fue una de las profesiones que salieron peor paradas —recuerda el autor de El periodista despedido (2014) que además es colaborador habitual de La Opinión de A Coruña—. Cerraron muchas cabeceras, las redacciones redujeron sus plantillas a la mitad, prejubilaciones, etc. Fue un auténtico mazazo. La calidad de la prensa sufrió entonces un bajón del que no sé si ha conseguido recuperarse… en general, me temo que no”.

A él le interesaba contar lo concreto, la experiencia personal de un periodista de provincias al que la crisis no le cogía por sorpresa. “Venía de atrás, trabajos precarios (esto ya existía en los tiempos de la burbuja), jornadas interminables, contratos fraudulentos a media jornada por 700 euros que, en realidad, exigían trabajar a jornada completa los siete días de la semana, etc. Porque, si bien es cierto que la crisis fue terrible, lo que había antes no era la gran fiesta de todos, como luego quisieron vendernos, sino la orgía de unos cuantos”. Su protagonista acepta una oferta que vulnera por completo el sentido de la ética y se convierte en jefe de prensa de un partido político. “Cuando alguien tiene que ganarse la vida y las opciones se reducen tanto, los conflictos éticos pasan a un segundo plano o no queda más remedio que tragar con ellos y seguir adelante”.

Ese “tragar y seguir adelante” es una constante. Claudia Piñeiro escribió su novela de periodistas Betibú (2011) inspirada por algo que sucedió en su país, Argentina, mientras el mundo lidiaba con las terribles consecuencias de la crisis, una serie de controversias entre el Grupo Clarín y el kirchnerismo. “Néstor Kirchner, que era el presidente, se acaba de pelear con el medio más importante en Argentina, Clarín”, recuerda, y lo que parecía una excentricidad se convirtió en norma. “Eso, en vez de irse aquietando, que era lo que yo pensé que iba a pasar, se fue agravando cada vez más e incluso cuando yo viajaba por distintas partes del mundo, se veía por todas partes”: medios muy afines o muy enfrentados a determinados partidos políticos (o empresas) “y en el medio ellos teniendo que remar con el periodismo profesional porque esta es una cuestión más de las empresas periodísticas, son cuestiones que van por encima del oficio del periodista y que le afectan”.

'Betibú', de Claudia Piñeiro.

La degradación

José Sanclemente, economista y experto en medios de comunicación, ha encontrado en la literatura una manera eficaz de denunciar la degradación que sufre el oficio. “Viene de lejos y la culpa principal radica en la falta de recursos que muchos periodistas tienen para hacer su trabajo. Todo se ha de hacer con prisa y no da tiempo a contrastar las fuentes de información y a reposar la noticia o a completarla con otros datos que le aporten mejor comprensión y objetividad. Las redacciones han sido recortadas en los grandes medios y donde había cuatro periodistas en una sección ahora sólo hay uno o dos, por poner un ejemplo. Otro fenómeno es un cierto miedo escénico, comprensible, de algunos periodistas que ven peligrar su puesto de trabajo si publican una información veraz que pueda ir contra el interés de un anunciante o del entorno accionarial de su empresa editora, y entonces llega la peor de las degradaciones, la autocensura. Por fin y resumiendo mucho, otro fenómeno que degrada al sector es el de los medios que beben de la información de las cloacas del Estado o que escriben bajo el dictado de los poderosos”.

Su última novela, Regeneración, es un paso más en la tarea que se ha marcado, contar lo que pasa, contar incluso las penalidades y la parte oscura del periodismo y de los medios de comunicación, “que es en cierta manera otra manera de reivindicar lo necesarios que son para una sociedad democrática”. Una reivindicación que Ontañón, cuya última novela es Mi vida en otra parte, suscribe. “Como sociedad, el daño es que, poco a poco, el periodismo va perdiendo su función socializadora, su condición de baluarte, si no de la verdad, sí de la fiabilidad, de la neutralidad, del buen hacer. Como en casi todo hoy, se da una confusión perversa con la palabra libertad. Prensa libre no significa informar como a mí me dé la gana. Y es terrible tener que explicar esto”.

'Regeneración', de José Sanclemente.

Terrible y no siempre fácil. Explicar por qué principios se mueve un periodista o un medio es más complejo que someterlo a una situación extrema para observar su comportamiento, asegura Sanclemente. “Además, si la verdad tiene algo que ver con la realidad, al periodismo tratado en la ficción le basta con acercarse a ella y descomponerla en muchas verdades. La realidad es más monolítica y la ficción bien argumentada parece más creíble”.

El calentamiento global como fenómeno cultural

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En efecto, coincide Piñeiro, la literatura sirve para reflexionar sobre muchos asuntos porque permite entrar en ellos “de una forma lateral, no directa”. Le menciono una frase de Gregorio Morán, periodista: "Si hay algo que unifica al periodismo canalla con el brillante es que todos siempre defendemos la verdad. Es un punto de unión entre la literatura y el periodismo". En lo que a los periodistas respecta, ella no está tan segura de que se defienda la verdad: “Yo creo que se defiende una hipótesis que se quiere defender y se defiende a rajatabla, y a veces esa hipótesis tiene que ver con cuestiones políticas”. Y en cuanto a la relación entre la literatura y el periodismo, si hay algo que los diferencia es que “la ficción no tiene que defender la verdad sino la verosimilitud”, la ficción no es verdad, “es todo lo contrario de la verdad: es una mentira. Por eso es mucho más honesta, porque cuando una persona toma una novela y se pone a leerla sabe que lo que le están dando es una mentira, es ficción; en cambio, cuando vos tomás un periódico, un diario, y te pones a leerlo crees que lo que estás leyendo es la verdad. Y si no es la verdad, hay un engaño. En la ficción no hay engaño posible”.

Recuerdo en este punto algo que Brena, protagonista de Betibú, le dice a un informador en pañales que le acaba de decir que no tiene tiempo para la literatura: “Hacételo, el tiempo, hacételo, y leé ficción. Si querés ser un buen periodista, tenés que leer ficción, pibe, no hubo ni hay ningún gran periodista que no haya sido un buen lector, te lo aseguro.”no hubo ni hay ningún gran periodista que no haya sido un buen lector

Incluso para saber cómo está la profesión hay que hacerlo. Leer ficción, digo.

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