'The Batman': un montón de gente triste intenta cambiar el sistema durante tres horas (y no lo consigue)

Robert Pattinson, en 'The Batman'.

Los de la crítica no podemos contenernos. Había un artículo muy bueno en The Guardian que abogaba por una mesura a la hora de alabar ciertas películas que llegaban de los festivales a la taquilla convertidas en “la mejor película británica del año”. A veces hay tres o cuatro cada año, provocando en el público un comprensible hastío: si todas son la mejor película del año al final ninguna lo es, y uno acaba no viendo ninguna de ellas (cuidado, porque en España nos pasa lo mismo con un tipo de películas pequeñas dirigidas por mujeres debutantes).

Igual ocurre con ciertas producciones del género de superhéroes, aunque estas el público sí acaba viéndolas todas. Es la moda, y no vamos a luchar contra ella. Tampoco vamos a desecharlas todas automáticamente, o nos perderíamos algunas de las películas comerciales más interesantes del momento. The Batman lo es. Interesante, digo. ¿La mejor película del personaje de DC, o incluso la mejor película de superhéroes jamás vista? Pues mire usted, no es el momento ni el lugar de determinar eso.

Lo que es innegable es que las historias de Bruce Wayne son un raro terreno, dentro del género superheroico, dedicado a un tipo de cine de autor, aun dentro de los parámetros del cine comercial. Tim Burton y Joel Schumacher hicieron películas impepinablemente suyas, y después Christopher Nolan y Zack Snyder también dejaron sus improntas personales en el Caballero Oscuro. Ahora le toca el turno a Matt Reeves (Monstruoso, El amanecer del planeta de los simios), que es más conocido por su eficacia que por su personalidad; pero él también ha tomado una dirección clara y ha elegido un punto de vista concreto. A estas alturas, lo más arriesgado a la hora de hacer una película de Batman sería no tomar riesgos.

¿Cuál es ese punto de vista? Reeves y su coguionista, Peter Craig, quieren integrar su película dentro de una tradición de thrillers detectivescos más que en la del blockbuster de superhéroes. En esta versión el Batman interpretado por Robert Pattinson se pasa más tiempo recabando pistas y resolviendo misterios que pateando a los malos. Hay referencias clarísimas a los cómics Batman: El largo Halloween de Jeph Loeb y Tim Sale y Batman: Año uno de Frank Miller y David Mazzucchelli. En el cine bebe de la saga Saw, con ese Enigma sociópata y sádico que busca formas muy imaginativas de matar a sus víctimas, y sobre todo Seven. De hecho Matt Reeves parece estar recreando un hipotético Batman que habría hecho David Fincher, con la fotografía oscura y sucia de Greig Fraser y una atmósfera cargada y opresiva que no solo recuerdan al thriller protagonizado por Brad Pitt, sino también a Zodiac, The Game y la serie Mindhunter.

Es una propuesta original, aunque el resultado sea algo decepcionante. El Enigma de Paul Dano plantea unos puzzles nada divertidos para el espectador: o bien son imposibles de descifrar hasta que los personajes dan con la solución o todo lo contrario, tienen una respuesta tan obvia que uno acaba algo frustrado al ver que los personajes no dan con ella. En cualquier caso, la solución no llegará hasta que sea conveniente para un guion bastante perezoso. Dano, por cierto, está inquietante cuando aparece sin su traje y aterrador cuando lo lleva puesto. Una pena que hacia el final tenga alguna escena con un tono más propio del Batman de Tim Burton (no es que sea mejor o peor, simplemente es un tono completamente distinto).

Pero él es lo mejor del reparto en cuanto a que es de los pocos que pueden pasárselo bien, junto con Colin Farrell, escondido en prótesis para dar vida al Pingüino. Pattinson está correcto y se agradece esa caracterización de estrella del rock pasada de vueltas; a veces parece estar protagonizando la película de otro tipo de pájaro, El cuervo. Pero en general es difícil empatizar con un puñado de personajes taciturnos y silenciosos que solo sufren, se atormentan y se pelean. En concreto Zoë Kravitz, a la que hemos visto en la recién estrenada Kimi en HBO Max, se está especializando en interpretar a mujeres cuya única personalidad es tener el ceño fruncido.

Y aunque hay mucho de thriller, uno no puede hacer una película de 200 millones de dólares con Warner Bros. y no insertar unas escenas de acción aquí y allí (bastante impresionantes, por cierto). Y menos si la película en cuestión dura casi tres horas. The Batman es innecesaria y agotadoramente larga, un metraje que acaba jugando en contra del conjunto a pesar de haber en él bastantes buenas ideas.

Por ejemplo, un portentoso comienzo que nos presenta a Batman más como el monstruo de una película de terror que como un superhéroe. Bruce Wayne lleva ejerciendo de vigilante enmascarado dos años y la ciudad, como nos cuenta una voz en off propia del cómic, solo ha ido a peor desde que él empezó. Reeves rueda una Gotham nocturna llena de agujeros negros en los que el Caballero Oscuro podría estar oculto; planos que yuxtapone con las caras aterrorizadas de los criminales sospechando que en cualquier momento podría aparecer la bestia. Incluso el civil inocente al que Batman está salvando siente terror cuando le tiene delante, creyendo que es un monstruo aún peor que sus previos atacantes. En esta introducción es donde más inspirado está Michael Giacchino componiendo la banda sonora.

Este también es el Bruce Wayne de la era post-#MeToo. The Batman explora el privilegio del niño rico y cuestiona su capacidad para cambiar el sistema. Aquí, Bruce Wayne forma parte del cáncer que él mismo se ha propuesto erradicar en Gotham. Sin desvelar detalles concretos de la trama, es un acercamiento interesante que se queda a medio camino: al final, esto es una película de superhéroes y el superhéroe (y su entorno) puede ser cuestionado hasta cierto punto.

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También a medio camino se queda el retrato de Gotham como una ciudad corrupta. Igual que el fiscal idealista que interpretaba Aaron Echart en El caballero oscuro, aquí hay una candidata a alcaldesa llamada Bella Reál (Jayme Lawson) que quiere sanear una ciudad en la que las instituciones llevan décadas enriqueciéndose con la ayuda de los criminales y estafando y maltratando a la ciudadanía. Es una especie de estilización de la desigualdad y la injusticia que Warner Bros. ya integró en el exitazo de hace dos años, Joker. Tanto en aquella película de Todd Phillips como en The Batman, los problemas reales de la Estados Unidos actual sirven como elementos para hacer avanzar la trama o para revestir la historia de una trascendencia superficial e impostada.

E igual que ciertos mensajes a favor de la vigilancia y la monitorización se filtraban en El caballero oscuro de Nolan, uno puede salir de The Batman aceptando la idea de que ciertos problemas endémicos son inevitables y está en manos del individuo luchar en soledad contra ellos. Al final el villano no son esos políticos y policías corruptos sino un terrorista que busca venganza y forma su ejército a través de las redes sociales. Ante este dilema, Batman acaba abandonando la vía violenta y deja de intentar cambiar el sistema: lo único que puede y debe hacer es ayudar a las víctimas.

No hay lugar para la revolución ni para la renovación en The Batman, entonces. Quizá le estemos pidiendo demasiado a una película que, como tantas otras hoy en día, más que película es la promesa de una franquicia. Ya hay anunciadas dos series que se verán en HBO Max, una sobre el departamento de policía de Gotham y otra sobre el Pingüino de Farrell. Y por supuesto una escena final anuncia la presencia de otro gran villano para una más que asegurada secuela. Que, sin lugar a dudas, será la nueva mejor película de superhéroes de la historia. Si no puedes cambiar el sistema, únete a él.

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