Sobre el éxito y el cine de espías
Al terminar la proyección de Three Thousand Years of Longing, de George Miller, el Grand Théâtre Lumière vestido de gala ha estallado en una larga ovación que ha durado, según mi reloj, cuatro minutos y medio. Curiosamente, ya había habido un amago de ovación antes de que se iniciase el epílogo, signo de que el público sin duda tenía ganas de aplaudir.
No, no me malinterpreten. Three Thousand Years of Longing no es una mala película. A contracorriente del cine comercial tiene algo simpático, diálogos con cierta chispa y una ironía sin duda heredada del relato de A.S. Byatt, reina de la literatura meta en los noventa, en el que se basa. Es una propuesta que podría haber sido muy ridícula, pero los actores, Tilda Swinton e Idris Elba, la salvan con poco esfuerzo, simplemente encontrando el punto irónico y no tomándosela demasiado en serio.
La historia va de una narratóloga que encuentra un genio en una botella y su conocimiento de tales historias hace que tenga que darle muchas vueltas a sus tres deseos. A partir de ahí, varias historias que tienen algo de las Mil y una noches y que, supongo, pueden hacernos pensárnoslo bien si alguna vez nos encontramos en una tesitura similar, que es de lo que realmente va la película.
Pero, en serio, ¿cuatro minutos y medio? Cuando al compositor Stephen Sondheim le preguntaron por las ovaciones que se daban en cada función de Broadway sugirió que son más la exclamación de gente que quiere convencerse de que el precio pagado merece la pena, que de un disfrute profundo de la obra. Cuando han terminado de pasar los créditos me he preguntado qué significa el éxito en Cannes, si el éxito aquí es exportable a otros sitios. En algunos casos imagino que sí: a ciertas películas Cannes les da el empujón que necesitan para, al menos, tener cierta carrera. No sé si es el caso con la que nos ocupa. Tengo la sensación de que un éxito tan poco conmensurable con la película, tan obviamente desbordado, habla más del público, de la situación, del lugar, que de la película.
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Hoy, además, dos películas con el tema común del espionaje. Ambas son cine comercial, ambas contienen las convenciones del género. Traiciones, ambigüedades, secretos, giros, sorpresas. En sesión matinal, Hunt, una película coreana de Lee Jung-Hae, un thriller ambientado en las turbulentas relaciones entre Corea del Norte y Corea del Sur sobre los ochenta. Veo poco cine de acción actual, y Hunt me ha hecho recordar por qué: tiene todo lo que me produce indiferencia hacia el género. Las escenas de acción preceden a cualquier planteamiento narrativo, la trama no está dramatizada, las cosas suceden sin arco en los personajes, sus cambios de bando son arbitrarios, las traiciones o las facciones en conflicto carecen de todo sentido emocional. En definitiva, cine de acción en piloto automático que seguramente podría funcionar en algunos cines si todo estuviera un poco más claro.
Pero, a continuación, otra película con elementos similares me ha recordado que esto es Cannes y que el éxito aquí sí puede ser relevante. Boy From Heaven, del director sueco Tarik Saleh, parte de la Competición Oficial, es un thriller que gira en torno a la elección de un nuevo imán en una universidad islámica de El Cairo. El conflicto aquí está entre los intereses políticos y la preferencia de los clérigos. El gobierno pide a un joven que actúe como topo entre quienes eligen al nuevo cargo para asegurarse de que éste será cercano al gobierno. Como en el caso de Hunt, hay inseguridades y traiciones, cambios de bando, y mentiras, y todo es muy improbable. Pero en Boy From Heaven todo esto se utiliza como base de un discurso sobre la fe, sobre la relación entre religión y política y crea personajes que existen en la historia y con cuyos dilemas podemos identificarnos.
Boy from Heaven es cine sin grandes pretensiones, tiene una historia bien contada y rostros que nos gusta ver. Pero es buen cine comercial. Como carece de estrellas, sentimentalismo o efectos especiales, puede que acabe consignada a las plataformas y tenga una distribución discreta en cines. Pero aquellos espectadores que la descubran habrán tenido una experiencia en la que pueden implicarse y se asomarán al mundo de otra manera. Los aplausos a Boy From Heaven han durado más de tres minutos. Y he pensado que, a veces, un éxito en Cannes sí que tiene que ver con la gratitud por una experiencia.