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Estados Unidos sí es país para viejos, o al menos sí para los candidatos presidenciales

Montaje de Biden y Trump

Maya Kandel (Mediapart)

Esta es la campaña presidencial que se avecina en Estados Unidos (y al final, decidirán unos pocos miles de americanos en Arizona, Georgia o Wisconsin): un previsible cara a cara Biden-Trump que la mayoría de los americanos no desea; debates republicanos sin Trump, que sin embargo aventaja en más de 40 puntos al resto de candidatos a la nominación; Trump que ahora se enfrenta a 91 cargos y que podría pasarse una cuarta parte de la campaña de 2024 en los tribunales; una democracia cuyos líderes nunca han sido tan viejos

Mitt Romney inició la campaña con la sorpresa de que no se presenta a la reelección, diciendo que hay que dejar paso a una nueva generación. Romney, uno de los siete senadores republicanos que votó a favor de la destitución de Trump tras el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, es sin embargo relativamente "joven", a sus 76 años, en el Senado más envejecido de la historia del país. 

Una cuarta parte de los senadores actuales nacieron en los años 40, como Biden y Trump, o incluso antes, ya que la decana del Senado, Diane Feinstein, nació en 1933, el año en que Hitler llegó al poder. Otros veinte senadores tienen más de 80 años. 

En la izquierda, Biden fue candidato presidencial por primera vez antes del final de la Guerra Fría, en las primarias demócratas de 1988. Trump, sólo tres años más joven, había acariciado la idea de presentarse a las primarias republicanas de ese mismo año

Ambos están claramente cansados, aunque Trump tenga una agenda menos apretada y consista en su mayor parte en jugar al golf y publicar en su red, TruthSocial, lo que le da menos oportunidades de enredarse en los mítines hace muchos menos que en 2016 o 2020 o de meter la pata en las ruedas de prensa que no necesariamente se notarían porque la incoherencia es su segunda naturaleza. A sus 77 años, ya es tan viejo como Ronald Reagan al final de su segundo mandato. 

La edad es sólo una de las muchas cuestiones omnipresentes, entre los esperados juicios a Trump, cuyos índices de popularidad suben con cada nueva acusación, y el proceso de impeachment contra Biden, iniciado sin causa, pruebas ni siquiera votación por un speaker (presidente de la Cámara de Representantes) que necesita demostrar su apoyo a la extrema derecha.

Está en marcha otro proceso contra el hijo de Biden, que se enfrenta a cargos federales por tres delitos relacionados con su posesión de armas de fuego. Y Biden, a quien le gusta presentarse como el Presidente más cercano a los trabajadores, tiene que enfrentarse ahora a una huelga histórica de los sindicatos del automóvil. 

Trump preparó un discurso a los huelguistas de Detroit como contraprogramación del segundo debate de las primarias republicanas, que tuvo lugar el miércoles 27 de septiembre. También se saltó el primer debate, y en su lugar concedió una entrevista a Tucker Carlson en X (antes Twitter). Una cosa es cierta: esto son síntomas de una democracia enferma. 

Primarias republicanas: el "momento” Vivek Ramaswamy

El primer debate vio surgir a Vivek Ramaswamy, el candidato más joven (38 años), un republicano de origen indio cuyo discurso está aún más a la derecha que el de Trump. En pocos meses, ha pasado del 0% al 10% de las intenciones de voto en las primarias, lo que ilustra la transformación del partido bajo la influencia de Trump: giro a la extrema derecha, espectáculo permanente, omnipresencia mediática (Ramaswamy ha hecho hasta 30 apariciones diarias en los medios en los últimos meses), incoherencia y teorías de la conspiración como marca de la casa

Hay un momento que ilustra a la perfección la sombra de Trump, tan abrumadoramente por delante de sus rivales que no ha considerado oportuno participar: ante la pregunta "Si Trump es declarado culpable por los tribunales, ¿le seguiría apoyando como su candidato?", Ramaswamy levanta inmediatamente la mano, seguido de Nikki Haley, Tim Scott y Doug Burgum; Ron DeSantis duda, mira a izquierda y derecha pero luego levanta la mano, seguido finalmente de Mike Pence, aunque parece que le está costando. 

Chris Christie, que ha hecho de la resistencia a Trump el núcleo de su candidatura, levanta un dedo para hablar, mientras Asa Hutchinson mantiene los brazos bajados, ante los abucheos del público. Christie y Hutchinson suman juntos el 3% de las intenciones de voto. 

Ramaswamy, al igual que DeSantis, pinta un panorama mortificante del Estados Unidos contemporáneo, que recuerda al discurso de investidura de Trump en 2017 (cuyo título era "American Carnage", Devastación Americana): "Son tiempos oscuros, y tenemos que aceptar que estamos en una especie de guerra fría civil cultural." 

Un tema de discusión salido directamente del Instituto Claremont, uno de los proveedores de ideas del trumpismo, y cuyo trasfondo es que la izquierda "woke" amenaza a toda la civilización occidental. El eco en otros movimientos de extrema derecha en Europa no es fortuito. 

Ramaswamy estudió en Harvard, pero eso no le impide criticar a "las élites y sus universidades", como DeSantis, un graduado de Yale que criticó a las universidades como "bastiones del wokismo". Ramaswamy entró en política en respuesta al movimiento Black Lives Matter, escribiendo en 2020 un panfleto anti-woke que le abrió las puertas de Fox News y de los numerosos foros de la nueva derecha americana. 

El joven empresario decidió entonces presentarse a las presidenciales: había hecho fortuna gracias a su empresa de biotecnología (que el multimillonario libertario Peter Thiel le había ayudado a lanzar), que prometía, entre otras cosas, un tratamiento para el Alzheimer. El tratamiento no funcionó y muchos inversores perdieron millones, pero Ramaswamy terminó siendo rico, con casi 200 millones de dólares que le permiten financiar su propia campaña. Todo esto sería muy folclórico si no estuviéramos hablando de la primera potencia mundial, cuyas decisiones en política exterior afectan al mundo entero.

Ucrania se perfila como el principal indicador de la división entre la vieja y la nueva derecha del partido.

Si siguen existiendo divisiones reales en el Partido Republicano, se deben principalmente a la política exterior. Ucrania, en particular, se está convirtiendo en el principal indicador de la división entre la vieja y la nueva derecha del partido. 

En un artículo publicado a principios de septiembre, Ramaswamy invocaba a Nixon, su "presidente favorito", por su "realismo frío y sobrio": "Supo separar a China de Rusia". Vivek, por su parte, promete hacer lo contrario: "Iré a Moscú en 2025 [Nixon fue a Pekín en 1972 - ndt], y haré que Putin rompa con Xi". Aquí vemos el regreso de las fantasías de Steve Bannon y parte de la extrema derecha americana, convencidos de la posibilidad de una alianza entre reaccionarios cristianos de todos los países. 

Trump también prometió que se reuniría con Putin y pondría fin a la guerra en Ucrania "en un día" (durante su campaña de 2016, había prometido resolver el conflicto palestino-israelí en quince días). 

DeSantis también se ha referido a Ucrania como un problema territorial que no concierne a Estados Unidos, y ha pedido a Biden que se preocupe más bien por la frontera sur y los migrantes. Trump, DeSantis y Ramaswamy suman más del 80% de los votos en las primarias. 

Sin precedentes históricos

Un cara a cara anunciado que nadie quiere, un candidato republicano que parece competir sobre todo por evitar la cárcel, un presidente que se presenta como el único capaz de aglutinar a un Partido Demócrata cada vez más heterogéneo y un resultado imprevisible ante la ausencia de precedentes históricos. Los últimos ciclos electorales han demostrado que los viejos indicadores (el estado de la economía, la popularidad de los contendientes, el estado de ánimo del país) ya no son válidos; de lo contrario, Hillary Clinton habría ganado en 2016 y habríamos tenido una "ola republicana" en 2022. 

Al igual que en 2016 y 2020, unos pocos miles de votantes en Arizona y Georgia (y en Michigan, Nevada, Nuevo Hampshire, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin) decidirán si Estados Unidos será dirigido por un demagogo de extrema derecha, que además es el primer presidente americano que ha querido mantenerse en el poder a pesar de su derrota. Eso nos lleva de nuevo al problema de la colegio electoral y de la polarización política contemporánea. 

El sistema político estadounidense cuenta estados y distritos en lugar de individuos, incluso para las elecciones presidenciales, en las que el presidente es elegido por sufragio indirecto. Sin embargo, la base electoral republicana, que se basa en el voto rural y de las ciudades pequeñas, tiene una ventaja geográfica que mitiga o incluso anula su desventaja numérica. De 2000 a 2016, sólo un candidato republicano, George W. Bush en 2004, obtuvo la mayoría de los votos emitidos en las elecciones presidenciales. Sin embargo, el país ha tenido doce años de presidencia republicana (ocho de Bush y cuatro de Trump). 

En 2016, Hillary Clinton recibió 3,5 millones de votos más que Trump, pero perdió en los Estados de Michigan, Pensilvania y Wisconsin por menos de 80.000 votos en total, con lo que perdió las elecciones en el colegio electoral (cuerpo de compromisarios, ndt). El mismo escenario no estuvo lejos en 2020, aunque Biden recibió 7 millones de votos más que Trump. 

Un Partido Republicano más homogéneo, un Partido Demócrata más diverso

Esta ventaja geográfica estructural del Partido Republicano también muestra su evolución ideológica, la polarización política actual y la diferencia entre ambos partidos. En los últimos cincuenta años, hemos asistido a una redefinición de la base electoral de cada partido según criterios ideológicos, por supuesto, pero también y sobre todo según criterios raciales, religiosos y geográficos. 

Esta redefinición ha hecho que el Partido Republicano sea más homogéneo, mientras que el Partido Demócrata se ha hecho más diverso en todos los sentidos: racial, religioso (y ateo o agnóstico), geográfico y generacional. El Partido Republicano se ha convertido en la voz de los votantes predominantemente blancos y masculinos, de mayor edad y menor nivel educativo, más rurales y más religiosos. 

La primera consecuencia de este realineamiento, en términos de mensaje, es que el Partido Republicano puede centrarse en su base, mientras que el Partido Demócrata no puede abandonar el centro. Por eso Trump ganó las primarias de su partido en 2016 y por eso el trumpismo ha dominado desde entonces, sobre todo entre los votantes de las primarias, mientras que en el lado demócrata fueron Hillary Clinton y luego Biden quienes se impusieron frente a Bernie Sanders. 

Por eso también Biden cree, con razón o sin ella, que es el único que puede aglutinar a todo el electorado demócrata. Se presenta con un balance económico razonable, sobre todo en términos de empleo, fruto de una política industrial y de inversión pública votada de forma bipartidista en el Congreso: la competencia con China y la necesidad de una política industrial son de hecho puntos de convergencia entre republicanos y demócratas (y la política de reindustrialización concierne principalmente a los Estados republicanos). 

En el otro bando, Trump, que cuenta ahora con el 59% de los votos en las primarias, habla sobre todo de sí mismo, pero sabe hacerse eco de las quejas y los resentimientos de una parte del país, desorientada por los cambios sociales y demográficos, que se siente minoritaria y con su estatus amenazado: "Seré vuestra venganza", dijo el pasado marzo; "Estoy encausado por vosotros", afirma ahora. Sus votantes son también los más convencidos de su elección, a más de un año vista.

 

Trump, imputado por intentar manipular el resultado de las elecciones presidenciales de 2020

Trump, imputado por intentar manipular el resultado de las elecciones presidenciales de 2020

Traducción de Miguel López

 

 

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