O lo petas o no existes: las bandas independientes no son para el siglo XXI
Aunque Mick Jagger o Paul McCartney sigan correteando por los escenarios como ilustres y joviales octogenarios, poco o nada tiene que ver el mundo de la música actual con el que ambos se encontraron (y dinamitaron) allá por los años sesenta del siglo pasado con los Rolling Stones y los Beatles. También hace ya más de medio siglo que Bob Dylan cantaba eso de 'los tiempos están cambiando', una de esas canciones atemporales que nunca pasan de moda porque sobrevivimos forzosamente instalados en el cambio constante.
Y los tiempos están cambiando para todos en general, es un hecho, pero en esta ocasión vamos a hablar de las transformaciones en el mundo de la música en particular. Un ámbito en el que cada vez que varían los hábitos de consumo se produce una alteración en la fuerza y que, desde que se ha consolidado el formato digital por encima de cualquier otro -lo del auge del vinilo es la radiante anomalía definitiva-, se están produciendo variaciones turbulentas de imprevisibles consecuencias.
Lo estamos viendo en el incremento desmesurado de los precios de las entradas para grandes conciertos, algo que ilógicamente va acompañado de un aumento de la demanda igualmente fuera de toda mesura lógica. Y lo estamos contemplando, al mismo tiempo, en la proliferación exponencialmente incesante de festivales por toda la geografía española, en no pocas ocasiones con carteles que parecen calcados, y en casi todos los lugares con entradas agotadas como si se vendieran a precio de saldo (cuando, evidentemente, no es así).
Los tiempos en la industria de la música se están resquebrajando, las distancias entre los de arriba y los de abajo se están agrandando y la brecha va camino de convertirse en la falla de San Andrés para un montón de músicos en peligro de ser engullidos más pronto que tarde. Puede que sea un planteamiento alarmista, pero tampoco está de más hacer por una vez caso a las señales del camino. Y lo cierto es que en el último año la música independiente española ha encadenado anuncios de separación de bandas de esas de clase media, con largas trayectorias, público fiel y, en última instancia, imposibilidad de seguir en el sofocante contexto actual.
Hablamos de Niños Mutantes (nacidos en Granada en 1994), Second (en Murcia en 1997), El Columpio Asesino (Pamplona, 1999) o Havalina (Madrid, 2001). Cuatro casos concretos de grupos que, cada cual por sus motivos genuinos, llega al final de su camino. En un momento, asimismo, en el que el circuito de salas de conciertos, tal y como se viene avisando desde hace tiempo, se está resintiendo de la excesiva oferta de festivales, que se imponen por todo el país como la única forma de consumo musical en vivo para toda una nueva generación mientras bandas como las mencionadas, que ya pueden considerarse de mediana edad, libran luchas titánicas por seguir adelante y mantener a su público (especialmente leal en casos como los suyos, también hay que decirlo, aunque no necesariamente masivo).
Del coronavirus han salido vencedores los festivales y los realities. Todo lo que no se amolde no va a tener cabida en los próximos años. Vamos ver a gente que estaba terminando entonces su ciclo creativo, o lo está haciendo ahora, decir pronto adiós"
"Yo creo que es el ciclo de la vida, y que influye también mucho que los hábitos de consumo son otros", trata de resumir a infoLibre Josiño Carballo, director del sello discográfico y agencia de management Ernie Records, mánager por ello de Niños Mutantes y Havalina. "Ahora se consume en las plataformas con tanta playlist, lo que hace que sea muy difícil que las nuevas generaciones escuchen discos enteros. A partir de ahí, mucha gente va a estos festivales porque son eventos a los que ir con amigos y no saben a lo mejor ni quien toca. Creo que eso tiene su influencia porque nosotros somos de otra generación que escuchábamos los discos completos y venimos de esa educación, pero ya no estamos ahí, y eso nos empuja a tomar este tipo de decisiones de cerrar etapas".
Profundiza aún más en esta idea Rubén González, periodista musical de larga trayectoria que ultima la publicación de Piedra contra tijera, un voluminoso volumen sobre la historia del rock español. Así lo explica a infoLibre: "De haber una conexión entre estas bandas que se separan, la veo en la pandemia. Hay un parón brutal del que se sale con un cambio radical del mundo, donde la gente más joven se orienta totalmente a los llamados sonidos urbanos, el trap y el reggaetón. A poco que sepa alguien de teoría marxista, ya sabe que cada crisis trae consigo una acumulación de capital y tendencia al monopolio, y del coronavirus han salido vencedores los festivales y los realities audiovisuales. Todo lo que no se amolde no va a tener cabida en los próximos años y lo que vamos ver es mucha gente que estaba terminando entonces su ciclo creativo, o lo está haciendo ahora, y que tras los breves lapsos de despedida que en 2020 no pudieron hacer dirán pronto adiós".
Se ha instaurado una competitividad insana que lleva a los festivales a vender el abono antes que los demás, más barato y apretar a las bandas. Tenemos que convivir todos organizándonos, pero es imposible
Y es que, a priori, los festivales no deberían ser un mal ya que contratan a los artistas y les pagan su caché, con lo que aumentan los escenarios en los que tocar. Sin embargo, como todo en esta vida, resulta que también tienen una cara oculta en la que, por ejemplo, negocian a la baja esos cachés no ya a los cabezas de cartel que atraen a más público y venden más entradas, sino a la gran mayoría que aparece debajo de ellos. Una forma de apretar a los que tienen menos poder para defenderse a la que se suma, en no pocas ocasiones, la condición obligatoria de no tocar ni antes ni después en la zona donde se celebre el festival de turno durante una larga temporada que puede ser hasta de un año. Un veto que tiene que aceptar la banda y que terminan pagando las salas y también el público.
"No es lo mismo ver a una banda que te gusta en un festival que en una sala con su repertorio completo y esa cercanía con el público. Y ya hay muchos artistas que no se pueden disfrutar así puesto que tienes que verles sí o sí en el festival porque el organizador les veta que toquen en la ciudad durante x tiempo. O cedes o no tocas", explica Carballo, aclarando que no quiere pecar de tener un discurso negativo, sino más bien realista, al tiempo que apostilla: "Se ha instaurado una competitividad insana que lleva a los festivales a vender el abono antes que los demás, más barato y apretar a las bandas. Tenemos que convivir todos organizándonos, pero es imposible, y esa competitividad lleva a decisiones apuradas".
Quizás también puede ser que sintamos de alguna manera que tengamos que dejar paso a la escena de la siguiente generación
Manuel Cabezalí es un reconocido músico y productor de la escena independiente española y, además, líder de Havalina. Acaba de anunciar hace unos días el fin de la banda de su vida por un "cúmulo de motivos muy grandes", si bien reconoce que principalmente tiene que ver con el "cambio de prioridades" según vas cumpliendo años (o, como en su caso, convirtiéndote en padre) e ir "cerrando etapas de tu vida". "No sabría decirte qué pasa a nivel global, pero es verdad que somos todos grupos más o menos de la misma generación", señala, incorporando en este punto otra variable a la ecuación: "Quizás también puede ser que sintamos de alguna manera que tengamos que dejar paso a la escena de la siguiente generación. No lo sé, pero yo he estado en muchos festivales tocando con Zahara, por ejemplo, y veía a los mismos grupos de hace quince años y pensaba en esa idea de dejar pasar a lo que venga detrás. Un poco de 'ya está bien, ¿no?'
Tras recordar que Desakato también lo acaban de dejar con un concierto en el WiZink Center -"ellos son un poco más jóvenes, pero con una trayectoria también de cerca de veinte años y con un gran cansancio acumulado detrás"-, coincide Cabezalí en que no sabe cómo, "pero la pandemia ha tenido algo que ver" en todas estas despedidas y mutación de paradigma: "Y también creo que la industria musical ha cambiado desde el confinamiento en cómo funciona todo el tema de las plataformas de streaming, que de repente han ganado muchísimo más poder. Eso es algo que a mí me ha hecho distanciarme bastante por ejemplo de eso de que la máxima de una banda es aparecer en una playlist, algo que a mí me parece que es todo humo, o tener muchos oyentes mensuales".
Hay grupos que llevan veinte años y quieren hacer otras cosas y ya saben donde se van a quedar, en un circuito de salas donde tampoco vas a poder mantener una vida normal y vas a tener que dedicarte a otras cosas
A juicio del músico, "lo que antes eran cifras ahora de repente son hechos y a la gente le otorga como una sensación de éxito, algo que antes de la pandemia quizás no era tan fuerte, pero se ha convertido ahora como en el objetivo a conseguir". Eso, y tocar en todos los festivales posibles, aunque sea en condiciones regulares o en horas en las que apenas se acerca a verte nadie, algo que "por supuesto lleva años minando la escena de salas", según lamenta Maite Moreno, responsable de comunicación de larga trayectoria para grupos y salas de conciertos, quien recalca sobre esto último: "Antes era como los mismos grupos quince años en los mismos festivales, pero ahora sale un grupo y peta todos los festivales. Ya no estás en tierra de Love of Lesbian, pero tampoco estás en tierra de Arde Bogotá".
Y aún prosigue comentando a infoLibre: "Hay grupos que llevan veinte años y quieren hacer otras cosas y ya saben donde se van a quedar, en un circuito de salas donde tampoco vas a poder mantener una vida normal y vas a tener que dedicarte a otras cosas. No puedes poner toda la energía en la banda cuando tienes que destinarla a otras para poder pagar el alquiler. Eso sí, estar tantos años haciendo lo que a ti te apetece hacer también es un éxito, y por eso justo no petas festivales, porque haces lo que quieras. Pero que eso se rompa y se muera porque no es viable seguir ya me parece más alarmante. No puedes vivir de la música porque no se te contrata en los sitios porque no eres tiktoker, ¿pero qué mierda es esta? Al mismo tiempo, a otro tipo de show que no es un concierto se le considera concierto, lo cual es muy triste. El romanticismo está muy bien y estas bandas tienen un reconocimiento de grupo de culto pero, ¿de qué comen?"
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Llegados a este punto, Carballo habla de "relevo generacional total" tanto en las formas como en los contenidos, una situación que le lleva a establecer un paralelismo: "Me da mucho pena que este tipo de bandas no tengan más repercusión cuando hay mucha gente que les percibe como algo de calidad y mucho trabajo. Es como el ebanista artesano, que llega el Amazon y lo hace más barato y más rápido. Eres consciente de que no todo el mundo lo aprecia, que eres una gran minoría y que llegan unas generaciones que a esto no le van a dar ningún valor porque se antepone lo inmediato, el más barato y el ya. Esto lo llevas a la música y ves a ese artista que se encierra a componer, que está muchos meses preparando y ensayando el disco, grabándolo, para que luego haya otros que lo hacen en casa con unos programas increíbles y con un respaldo que, sin entrar en la calidad, lo barren todo. Ojo, que esto ha cambiado".
Para Cabezalí está incluso en peligro el concepto mismo de banda, algo que en su opinión tiene "más que ver con el individualismo del ser humano y la sociedad actual", que lleva a que "esta cosa de juntarte con tus amigos en el local de ensayo igual se esté empezando a perder". "Antes los chavales que queríamos tocar nos necesitábamos más unos a otros para hacer música, pero ahora con un ordenador puedes hacer lo que quieras. Sí que parece que no se lleva mucho lo de mantener una banda del tamaño como la nuestra, con trayectoria larga y público fiel. Tampoco es que yo lo deje porque no se lleve, es más, me gusta que no se lleve. Pero es cierto que, si no me apetece, por mucho que quiera llevar la contraria el mundo, no me apetece", admite.
Para terminar, Carballo reconoce que si las condiciones en las que trabajan estos grupos de clase media fueran otras, seguramente podrían durar algo más. "No es por dinero, pero puede ser que cambiara la visión, porque no es lo mismo estar viajando en furgoneta con cincuenta años para hacer 600 kilómetros que poder permitirnos viajar todos en avión o tren", remarca, para acto seguido rematar: "Ahora al año hago veinte conciertos cuando antes hacía cuarenta, me cuesta más llegar económicamente a lo que tengo que llegar para poder sobrevivir y, hostia, tengo que atender otros trabajos. Y eso te lleva a esto. Y pienso que va a haber más bandas en esta situación. Soy consciente y me consta de compartir conversaciones que hay otros grupos también cansados y que ven que está llegando el momento del cambio. No digo que el rock ha muerto ni nada de eso, pero sí que hay otros hábitos de consumo que ya están aquí en el presente".