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Las listas de espera de hasta 5 años en unidades del dolor disparan un 25% el consumo de analgésicos

Una mujer con guantes blancos durante una manifestación por la sanidad pública en Madrid.

Recibir atención en una unidad del dolor de un hospital madrileño requiere, de media, una espera de hasta dos años. No hay personal suficiente, y en otros muchos casos ni siquiera hay una estructura propia que permita la asistencia. Es la denuncia que lanzó este mes de mayo el sindicato CCOO, que habla sin ambages de un "tapón" en estos servicios. Pero no es un caso único. La escena de las largas listas de espera se repite por toda España. Más desde la pandemia. En paralelo, el consumo de analgésicos no deja aumentar. Y son ellas, las mujeres, las principales perjudicadas.

El dolor puede ser un síntoma, pero también una enfermedad en sí misma. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo cataloga así cuando es crónico, aunque Sara Alonso, enfermera y coordinadora de un grupo de dolor para mujeres con fibromialga, rechaza ese adjetivo. "Es más adecuado catalogarlo de persistente. La palabra crónico lo estigmatiza y, además, obvia que puede llegar a tener solución", explica, desde el otro lado del teléfono.

Se catalogue como se catalogue, lo cierto es que no se trata de una dolencia anecdótica. Según el último Barómetro del dolor crónico en España 2022, realizado por la Fundación Grünenthal, los estudios llevados a cabo en España entre 2011 y 2016 estimaron una prevalencia de esta patología cercana al 18%, lo que supondría que actualmente podría afectar a unos ocho millones de personas. La Encuesta Nacional de Salud realizada en 2017 —la última disponible— especificó por su parte que los principales problemas asociados a ella son el dolor lumbar (que lo sufre el 19,7% de la población), la artrosis (18,2%), el dolor cervical (15,8%) y la migraña (9,5%). Es decir, excepto esta última, la predominancia es de las dolencias musculoesqueléticas.

Pero el Instituto Nacional de Estadística matiza estos números: su prevalencia no es la misma en hombres que en mujeres. El dolor lumbar, por ejemplo, afecta al 23,5% de las mujeres y al 15,8% de los hombres; la artrosis, al 24,2% de mujeres y al 11,9% de los hombres. Y así pasa con todos los demás problemas. "El dolor crónico es una de esas patologías que tiene una clara perspectiva de género. Aunque los hombres también lo sufren, su rostro es el de una mujer de alrededor de 55 años", explica Pilar Carrasco, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Rey Juan Carlos y directora del Grupo de Investigación en Epidemiología del Medicamento (RESEPMED).

Hay mucha literatura sobre esas palabras. Carme Valls Llobet recoge en Mujeres invisibles para la medicina (Capitán Swing) que "el dolor en todas las manifestaciones corporales es la primera causa de abandono de la actividad principal entre las mujeres, según las encuestas de salud realizadas en Barcelona, Cataluña y España". Es más, "el dolor es la primera causa de consulta en atención primaria en la vida de las mujeres". "A cualquier edad, el primer motivo de consulta en atención primaria es el dolor en el sistema musculoesquelético (dolor en la columna cervical, dorsal y lumbar, en articulaciones, en manos y en pies", recoge la experta.

Pero, ¿por qué ocurre esto? ¿Es porque ellas se quejan más? En conversación con infoLibre, apunta a dos motivos principales: las mujeres han sufrido históricamente "una doble jornada y una doble presencia" —es decir, un trabajo dentro y fuera del hogar— y, además, sufren más enfermedades que causan dolor. "Generalmente, ellos tienen más enfermedades agudas y ellas, crónicas. La falta de hierro o la insuficiencia de tiroides, por ejemplo, ya causan dolor", explica Valls Llobet.

Alonso sin embargo ahonda en la primera explicación. "El dolor persiste en las mujeres porque va mucho más allá de una lesión en un tejido o en cualquier parte del cuerpo. No es porque no se cure algo, es que también hay componentes sensoriales, sociales, familiares y emocionales", apunta. Ella lo ve en su día a día. "En el grupo en el que trabajo hacemos un abordaje cognitivo-conductual, una terapia grupal y ejercicio terapéutico. Y funciona, porque los niveles de ansiedad bajan", explica. Detrás del dolor, continúa, muchas veces hay historias, por ejemplo, de acoso. O problemas laborales. O familiares. O ansiedad. Carrasco, de hecho, especifica que hay hasta un 25% de personas —hombres y mujeres— que sufren dolor y un trastorno de salud mental.

Hasta más de cinco años de espera

Por eso se puede inferir que son las principales perjudicadas de esas largas listas de espera. Y que no son únicas de Madrid. En España, según el Barómetro del dolor crónico, hay 417 hospitales que cuentan con unidades del dolor —que empezaron a crearse a partir de 2011. De todos ellos, 197 son públicos y 220 son privados. Dicho de otro modo: los primeros suponen el 47% del total; los segundos, el 53%. De media, hay uno de estos servicios por cada 113.748 habitantes, aunque también hay diferencias por comunidades. Murcia, por ejemplo, atiende a 304.528; Baleares, a 64.149.

A pesar de esas inequidades entre autonomías, hay datos que sí son globales y aportan una perspectiva general a la situación asistencial de las unidades del dolor. Las últimas cifras del estudio de la Fundación Grünenthal apuntan a que el 54% de los pacientes tienen una espera de más de un año desde la aparición de los primeros síntomas de dolor hasta su derivación a estos servicios. Hasta un 38% está todavía en una peor situación y es derivado en periodo que puede llegar a alcanzar hasta los cinco años. "Esto supone que los pacientes con dolor tardan más de 5 años de media en ser atendidos por una Unidad de Tratamiento del Dolor desde el inicio" de la dolencia, lamenta el Barómetro.

Los motivos son los mismos que provocan las listas de espera en el resto de servicios: la falta de personal (así lo considera el 60% de las unidades del dolor) y de recursos (razón que esgrime el 70% de ellas).

Desde la Sociedad Española del Dolor apuntan también a otras razones. Su presidenta María Madariaga recuerda que todos los pacientes crónicos han visto un aumento "muy importante" en las listas de espera para ser tratados desde la irrupción de la pandemia. El último barómetro EsCrónicos, correspondiente al año 2022 y realizado por la Plataforma de Pacientes, así lo certifica. Según especifica, el 62% de las personas que participaron en el estudio tardan al menos un año en tener un diagóstico desde el inicio de los síntomas. Un 42% llegaron a esperar el doble.

Madariaga lo achaca, por un lado, al incremento de la demanda y, por otro, a la acumulación de problemas sin atender que dejó la crisis sanitaria. "Las listas de espera ya estaban engrosadas y la atención primaria sigue en crisis, lo cual repercute directamente en atención hospitalaria. La atención sufre en general más demora con sobrecarga de urgencias", indica.

El resultado: el incremento del consumo de analgésicos

Esto lleva inevitablemente a la medicalización de estos problemas. Se observa a través de los informes de la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios (AEMPS). Los últimos datos, publicados el pasado mes de marzo, revelan que el consumo de analgésicos no opioides (como el ibuprofeno o el paracetamol) ha pasado de ser 39,89 dosis diarias por cada 1.000 pacientes y día en 2019 a 52,83 en 2022. Es un 32,4% más. Por su parte, los opioides (como el tramadol o el fentanilo) han pasado de 19,98 dosis a 22,26. Un 11% más. Son estos últimos los que, en gran medida, toman las mujeres, según señalan las expertas consultadas. En total, el consumo de analgésicos ha crecido, desde la pandemia, un 25,4%.

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Según explica Madariaga, estos tratamientos "son los más sencillos de tener". Dicho de otro modo: si no hay personal suficiente para realizar un abordaje completo del dolor como enfermedad en sí misma y ahondando en sus posibles causas más allá de los físico, lo más sencillo es la prescripción de un fármaco. "Yo por ejemplo tengo siete minutos por paciente. En ese tiempo es imposible abordar todas las esferas de la persona. Sólo se pregunta '¿dónde te duele?'. No se pregunta ni por su vida laboral, ni familiar", lamenta Alonso.

En este punto, todas las expertas apuntan a la importancia de la atención primaria como primer escalón. "Ahí hay un reto. Los médicos del centro de salud no pueden banalizar el dolor. Hay que visibilizarlo como algo incapacitante, no como algo banal", incide Carrasco. Hasta ahora se ha hecho así, lamenta, y por eso se han prescrito tantos analgésicos, sobre todo opioides, a las mujeres.

Pero para que eso ocurra hay que cambiar el paradigma. Y hay que hacerlo desde la facultad, donde Valls Llobet indica que el abordaje del dolor crónico "ha sido escaso". "No se ha tratado nunca como problema en sí mismo", lamenta. Alonso es optimista. "Ahora la visión general es de '¿te duele? toma un analgésico'. Ahora eso afortunadamente está cambiando, porque los sanitarios más jóvenes están mas concienciados. Pueden ver todas las dolencias de una manera más integral", subraya. Pero insiste: eso tiene que ir acompañado de más tiempo en consulta.

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