Ya no cabe un turista más en Barcelona: un modelo económico incompatible con la vida de una ciudad
Cerca de 10.000 millones de euros en impacto económico y más de 100.000 puestos de trabajo. Más de 15 millones de turistas el año pasado en una ciudad de 1,6 millones de habitantes. 800 cruceros, con más de tres millones y medio de viajeros. Son las cifras del turismo en la capital catalana, una bendición económica para algunos, una actividad descontrolada que hay que limitar, para otros. Los últimos son mayoría, si hacemos caso a la última encuesta del ayuntamiento: el 61,5% de las personas encuestadas consideran que la ciudad está llegando al límite de la capacidad de recibir turistas, frente a solo un 36,4% que defiende atraer más. Desde el final de las restricciones de movilidad por la pandemia de covid-19, las cifras de visitantes volvieron a crecer y 2024 va camino de superar el récord histórico de 2019 (19,3 millones de visitantes).
El turismo es “una economía incompatible con la vida”, afirma Daniel Pardo, miembro de la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico (ABDT). “El impacto más transversal tiene que ver con la vivienda, alcanza ya a una proporción enorme de la población”, destaca. El alcalde Jaume Collboni (PSC) ha anunciado el cierre de los 10.000 pisos turísticos de la ciudad a partir de 2028, una medida que en realidad es obligatoria para el ayuntamiento a raíz de un decreto de la Generalitat. Pardo también denuncia el impacto ambiental del turismo y las condiciones laborales del sector: “Las peores de todos los sectores en Barcelona: gente sin contrato, con menos horas en el contrato de las que hace, peores salarios, gente que cuando llega a trabajar no sabe cuántas horas hará…”, enumera. La reforma laboral ha reducido la tasa de temporalidad, pero casi la mitad de los nuevos contratos en empresas turísticas siguen siendo de duración determinada.
La saturación del espacio público es evidente en el centro de Barcelona y alrededor de puntos de interés como la Sagrada Familia y el Parc Güell, no solo en los meses de verano sino durante buena parte del año. Los distritos de Ciutat Vella, Eixample, Gràcia y Poblenou son los que sufren más densidad turística, según un estudio realizado por la Universitat de Girona para el ayuntamiento de la capital catalana. “Algunos recorridos o líneas de transporte público se vuelven intransitables en ciertos momentos del año”, señala Pardo, que subraya también la “desaparición del comercio de proximidad”. Un ejemplo es el conocido mercado de La Boquería, que para este activista “ya no es un mercado, es un espectáculo, no tiene casi uso vecinal”.
La llegada masiva de visitantes ya es la tercera preocupación de los barceloneses, según el barómetro municipal publicado el pasado martes. Es la primera vez desde 2017 que tantos ciudadanos expresan preocupación por el turismo. Estamos en “una nueva oleada de turistificación a la que se suman los expats y los nómadas digitales”, argumenta Ernest Cañada, investigador e integrante del centro Alba Sud, que señala al contexto pospandemia para explicar el creciente rechazo ciudadano. “Durante la pandemia la población sintió que podía disfrutar la ciudad”.
El descontento ha llegado a las calles. El 7 de julio se celebró en Barcelona una manifestación convocada por más de 140 colectivos sociales bajo el lema “Decrecimiento turístico ya”, inspirada en las masivas movilizaciones en Canarias y Baleares. La protesta de Barcelona, aunque no fue tan masiva como en los archipiélagos, saltó a medios internacionales como la BBC o la CNN porque unos manifestantes mojaron con pistolas de agua a un grupo de turistas.
Como respuesta, Collboni se ha propuesto subir la tasa turística a los cruceristas que pasan menos tiempo en la ciudad y que dejan menos beneficios económicos. Pardo considera que la promesa es una “cortina de humo” y que “el problema es a qué se destina la tasa”. Una investigación de Crític desveló recientemente que buena parte de los recursos recaudados en los últimos años se dedicaron a promoción turística, no a paliar los efectos negativos del turismo. Casi la mitad de la recaudación de la tasa es gestionada por Turismo de Barcelona, un consorcio público-privado donde tienen mayoría empresas del sector.
Un turismo para ricos
“Estamos viendo un viraje de los capitales del sector hotelero para adaptarse a un contexto de crisis (climática, energética, tensiones geopolíticas), buscando turistas de más alto poder adquisitivo”, explica Cañada. Un cambio estratégico que en Barcelona se ha reflejado en las recientes palabras de Mateu Hernández, director general de Turismo de Barcelona, que llamó a seleccionar “los mejores visitantes” para conseguir “un turismo de calidad”.
“No hay ricos para todos”, advierte Cañada. “Esto no ocurre solo en Barcelona, también en San Sebastián, Málaga, Mallorca, Venecia… Acercarse a este segmento implica un enorme gasto público para la competencia con otros territorios”: para atraer a visitantes con más poder adquisitivo, las administraciones luchan por hacer sus ciudades más atractivas con macroeventos o infraestructuras.
Este giro “clasista”, en palabras del investigador, puede generar más descontento. “Sus dinámicas son tan ostentosas que generan una sensación mayor de pérdida de la ciudad”, afirma, refiriéndose al desfile de Louis Vuitton para el que se cerró el parque Güell el pasado mayo, despertando protestas vecinales que acabaron con un detenido. “La percepción de la ciudadanía es que le están pagando la fiesta a los ricos”, concluye, aunque el reciente barómetro municipal muestra por ahora un apoyo mayoritario de la población a la Copa América de Vela, un polémico macroevento deportivo que se celebrará entre agosto y octubre y que fue aprobado por el gobierno de Ada Colau. La ABDT ha anunciado movilizaciones para “incomodar la celebración y evitar que se repita ninguna edición más”.
Decrecimiento y turismo social
“Hay que dejar de fomentar la actividad turística”, reclama Daniel Pardo. En una línea similar, Cañada reclama “cerrar el debate sobre la ampliación de infraestructuras” como el Aeropuerto del Prat y “hacer un plan para ir decreciendo progresivamente” el sector turístico, favoreciendo alternativas económicas.
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La reducción de la capacidad de alojamiento también está entre las reivindicaciones de los movimientos sociales, mientras Collboni ha afirmado recientemente que la ciudad podría abrir 5.000 plazas hoteleras más. Hasta ahora, la única política de limitación de la capacidad de acogida ha sido el Plan de Alojamientos Turísticos aprobado durante el gobierno de Barcelona en Comú, que detuvo el crecimiento de los pisos turísticos y prohibió abrir nuevas plazas hoteleras en las zonas más tensionadas. “Se quedó corto, pero tuvo su interés”, valora Pardo, que considera que “los comunes llegaron con un discurso muy crítico [en 2015] pero se retiraron de la batalla”.
La elitización del sector turístico en la pospandemia se ha traducido en un incremento de los precios hoteleros y del transporte aéreo, que excluyen a cada vez más personas de la posibilidad de viajar. Un tercio de los catalanes no pueden permitirse ni una semana de vacaciones al año y el tipo de viajes que se hacen (en Cataluña, España, Europa o el resto del mundo) dependen directamente de la renta, según datos del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat. Por eso, Cañada reivindica la necesidad de políticas de turismo social.
“En España no hemos tenido políticas turísticas para la población local, hemos tenido políticas para las empresas. Si solo hablamos de decrecimiento, el riesgo es acabar con un segmento de población perjudicada enfrentándose entre sí”, advierte. Pone como ejemplo el gobierno de Alberto Fernández en Argentina, que “desvió los recursos de promoción al turismo social, lo que permitió la recuperación de una infraestructura turística al servicio de los sectores más populares”. Un horizonte que parece lejano en Barcelona, en un verano que promete batir el récord histórico de visitantes.