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Actitud

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Antonio García Gómez

Cuando yo iba al colegio de los frailes, allá por mi ya lejana infancia y adolescencia, en los boletines de notas destacaban en primer lugar dos calificaciones que mis padres miraban antes que al resto. Me refiero a las que concretaban “mi conducta y aplicación”, recogidas en una nota más, numérica, contundente y efectiva, para bien o para mal. Porque recuerdo que si esa apreciación bajaba del sobresaliente “había problemas en casa”. Y a mis padres ya no les interesaba el resto.

Hoy en día, y desde que el inefable Wert pasó por Educación, queda determinado a principio de cada curso que “la actitud” del alumno/a no tiene por qué ser “evaluable”.

De modo y manera que sólo será evaluable, contrastado y reflejado en los boletines de calificaciones académicas “la adquisición de conocimientos”, emanados desde las correcciones de exámenes exhaustivos, concluyentes, fríos e injustos por esas mismas características.

Sin que para nada se deba tener en cuenta “esa actitud” que refleje la disposición, la valoración de otros referentes como el esfuerzo, el interés, el respeto, la capacidad por superarse, la realidad personal, integral, social… de cada alumno/a, intentando evaluar ciertos aspectos humanos, singulares, que determinen la disposición de mejora, de integración, de socialización progresiva, de valoración, en definitiva, del aprovechamiento formativo de cada educando si es que se desea practicar y llevar a cabo, contagiar y guiar en un proceso más integral del niño, del adolescente.

Si resulta que en la escuela o en el instituto se reduce la evaluación plasmada en los boletines de notas en la constatación de los exámenes que “pregunten” sólo y exclusivamente sobre los conocimientos, sin tener en cuenta otros aspectos.

Y así la formación de nuestros jóvenes habrá desatendido consideraciones humanas, formativas, integrales… que no quedarán reflejadas en ningún sitio.

¿Tal vez porque ya se haya extendido la malsana idea de que los niños y niñas habrán de venir “educados de casa”, como si en esa labor las escuelas y los institutos ya quedaran exentos?

Triste evolución, o mejor dicho involución, hacia un mundo más deshumanizado afirmo yo.

Cuando dicen que la “educación en principios y valores” ha de recaer en exclusiva sobre la responsabilidad de la familia, yo solo puedo asustarme. Según esta razón, unos padres machistas, racistas, violentos, xenófobos, irrespetuosos con el medio ambiente, tramposos..., ¿serán los encargados de seguir transmitiendo esos componentes interpretativos sobre su comportamiento personal y social a sus hijos/as?

Cuando carezca de importancia la “actitud” del alumno/a en su formación integral, y no tenga por qué repercutir en la evaluación global, nuestros niños y adolescentes podrán seguir presentándose como inmaduros, insoportables, caprichosos, maleducados, cuasi indeseables, ajenos a toda sensibilidad social, sin necesidad de intentar mejorar en el respeto, la capacidad de convivir, de superarse ante la adversidad, la frustración, el esfuerzo…, porque sólo importará “la nota fría, concluyente del examen realizado, corregido y punto final”.

Luego seguiremos quejándonos de que muchos jóvenes dejarán mucho que desear en su comportamiento, en “su actitud”.

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Antonio García Gómez es socio de infoLibre

Cuando yo iba al colegio de los frailes, allá por mi ya lejana infancia y adolescencia, en los boletines de notas destacaban en primer lugar dos calificaciones que mis padres miraban antes que al resto. Me refiero a las que concretaban “mi conducta y aplicación”, recogidas en una nota más, numérica, contundente y efectiva, para bien o para mal. Porque recuerdo que si esa apreciación bajaba del sobresaliente “había problemas en casa”. Y a mis padres ya no les interesaba el resto.

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