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Antitaurinas

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Macu Lacoma

Celebradas las fiestas patronales de muchos lugares de la geografía nacional, he leído cada día cómo se dedica mucho espacio en la prensa escrita, incluso en portada, a personas y empresas partidarias e interesadas en la defensa de las corridas de toros (personas taurinas, a partir de ahora) y ningún espacio para las personas y asociaciones contrarias a este tipo de espectáculo (personas antitaurinas, a partir de ahora).

Muchas son las variedades de los espectáculos en los que, de forma totalmente involuntaria, se ven implicados toros, novillos o becerras: encierros, recortes, capeas, becerradas, novilladas, corridas, rejones, toros embolados y engamellados (con fuego en las astas), toros ensogados o enmaromados (atados con cuerdas) e, incluso, toros empujados al mar.

Las opiniones taurinas que plantean que la tauromaquia es arte y cultura, que el toro no sufre, que la tauromaquia está conservando o salvando el toro bravo o que la presión de los grupos antitaurinos supone una falta de respeto a su libertad son demagógicas y esconden, como toda demagogia, la realidad.

Las personas taurinas tendrán que reconocer que cuesta mucho ver arte y cultura en una actividad que consiste en torturar y maltratar a un animal hasta la muerte.

En cualquier representación de ópera o de teatro, en una exposición de pintura o de fotografía o en manifestaciones musicales, consideradas por la práctica totalidad de las personas (taurinas, no taurinas y antitaurinas) como actividades representativas de arte y de cultura, es inimaginable que las personas asistentes accedan a la producción artística con la charanga, la merienda y el botellón.

Estoy segura de que la aplicación de la normativa de espectáculos públicos que prohíbe acceder con comida y, sobre todo, con bebida reduciría la asistencia de las personas taurinas y, desde luego, de las no taurinas que van a la plaza para la merienda tradicional.

Afirmar que el toro no sufre implica una total ignorancia ya que hablamos de un animal vertebrado mamífero.

En 2007, Juan Carlos Illera, catedrático de la UCM, publicó un artículo en la revista no científica 6Toros6 en el que afirmaba que, durante las corridas, los toros de lidia eliminan el dolor y, por tanto, no sufren gracias a un sistema hormonal desarrollado. Teoría negacionista que aplaude el mundo taurino para pasmo de la comunidad científica.

Todos los mamíferos –humanos y no humanos - tenemos terminaciones nerviosas repartidas en el cuerpo con el fin de recibir y enviar señales. El toro, en concreto,  es un mamífero con un sistema nervioso bastante evolucionado.

La diferencia entre humanos y no humanos radica en el número de neuronas, mucho mayor en el humano, que permite desarrollar un pensamiento racional y una capacidad intelectual, pero esto no diferencia nuestra naturaleza animal. "El hombre no es el único animal que piensa, sino el único que piensa que no es un animal", dice el filósofo Ramón Alcoberro.

Ya era sabido pero en 2009, el Consejo Nacional de Investigación de los EEUU reunió un comité especial cuya tarea, entre otras, era determinar si los animales sienten dolor y en caso afirmativo qué especies pueden sentirlo. El consenso del comité fue que debe considerarse que todos los vertebrados son capaces de experimentar dolor.

A partir de este momento, la ciencia se posiciona en la parte del sufrimiento animal: gatos, vacas, perros, monos, toros, osos, cerdos  o elefantes sienten dolor y, en consecuencia, sufren.

También la ética se ha posicionado: los animales tienen derecho a su propia vida y a vivirla dignamente y con integridad.

Supongo que, concretamente en la lidia,  todas las personas taurinas conocen las medidas en centímetros de puyas, banderillas y estoques, herramientas utilizadas para "castigar al animal" (sin eufemismo) y  llegar a la "suerte suprema" (eufemismo de la hora de matar) y que conocen también las lesiones (y el dolor) que provocan en el animal hasta su muerte.

El toro sufre una terrible agonía: rotura de músculos, ligamentos, tendones, vasos y nervios, fracturas de estructuras vertebrales, de costillas y de sus cartílagos de prolongación, la pérdida de entre un 8 y un 18 % de su volumen sanguíneo, hemorragia en la cavidad torácica y asfixia por corte del bulbo raquídeo.  A lo que hay que añadir las graves alteraciones orgánicas durante la corrida, que incapacitan su organismo para regular sus constantes vitales, y las importantes lesiones musculares por el sobreesfuerzo que supone la lidia para el toro y para la que, evidentemente, no está preparado.

Que haya diferencias con los individuos de otras especies, incluso en cómo sentimos el dolor, no justifica que lo provoquemos, menos todavía si se hace o se consiente por diversión.

Así, las personas taurinas tendrán que reconocer que sus fiestas consisten en acciones que hacen sufrir a un animal llevándolo en numerosas ocasiones a la muerte y a una muerte cruel y segura en el caso de novilladas, corridas y rejones.

Otro argumento taurino también esgrimido es que, aunque ya saben que el toro sufre, causar sufrimiento no es el fin de la fiesta, volviendo al primer argumento del arte y la cultura.

Respecto a que la tauromaquia está conservando y salvando el toro bravo, hay que decir que el toro bravo no existe como raza.

Los actuales toros de lidia, animales mestizos que no pertenecen a ninguna raza, son resultado de cruces de especies por selección artificial y, aunque ha transcurrido el tiempo suficiente, no ha convenido al negocio taurino fijar un fenotipo ya que las características de los toros van cambiando, por las mezclas continuas, en función de los intereses económicos del negocio y de las modas.

Es conocido que algunos matadores eligen o vetan ganaderías según sus toros se adapten mejor o peor a sus formas de torear o según el riesgo que quieren asumir teniendo en cuenta la categoría de la plaza en la que torean.

Incluso hasta la entrada en vigor del nuevo Reglamente Taurino se utilizaban toros de ganaderías de carne que mostraban "bravura". En su artículo 10, velando por los intereses económicos de los poderosos ganaderos de reses de lidia, el Reglamento lo prohíbe.

Algunas razas bovinas autóctonas han desaparecido, otras están en peligro de extinción y no son precisamente los intereses taurinos quienes luchan por su protección así que parece evidente que lo que preocupa, más que la desaparición de los toros, es la desaparición de las corrida: a la afición por perder su divertimento y a ganaderos, intermediarios, matadores, apoderados y empresarios por perder su negocio.

El toro posee un valor propio como individuo, como parte de un ecosistema y como bien de interés biocultural y su vida y muerte dignas deben desligarse de su explotación económica y, por supuesto, de la tortura y muerte para diversión de unas personas y enriquecimiento de otras.

En cuanto a la presión que ejercemos las personas antitaurinas y que se vive como intransigencia y falta de respeto por las personas taurinas, debo decir que las taurinas tienen todo mi respeto como personas pero lo que defienden va en contra de mis principios y mi conciencia.

La lidia es una actividad anacrónica, discriminatoria y sin compasión. Su petición de respeto por algo que es propio de costumbres del pasado, que perjudica a un animal por su especie y que no tiene compasión hacia este animal me sorprende tanto como que pidieran mi respeto a la mutilación genital de las niñas alegando la “tradición cultural” y su legalidad en algunos países africanos.

En épocas pasadas no sólo se utilizaron toros en los espectáculos taurinos. Era frecuente el uso de perros y de osos e incluso se llegó a utilizar un cachorro de elefante que no fue inicialmente atacado por el toro para decepción y enfado del respetable. Estas "tradiciones culturales" han desaparecido, serían inaceptables en la actualidad hasta en el sector taurino, supongo.

Las tradiciones solo son costumbres a mantener cuando nos enriquecen ética y moralmente. No opino que los festejos taurinos sean “tradición cultural” a mantener sino, más bien, que desaparecerán gracias a la educación y a la cultura, a la evolución y al progreso.

El Papa (San) Pío V promulgó en 1567 la bula "De Salute Gregis Dominici" prohibiendo las corridas de toros por cruentas y vergonzosas, decretando pena de excomunión contra cualquier católico que las permitiera o participase y ordenando no se diera sepultura a los católicos que murieran participando en cualquier espectáculo taurino. La bula sigue vigente y recomiendo su lectura a las personas taurinas en general y a las taurinas católicas en particular.

Muchos han sido los escritores y pensadores que han apoyado o denigrado los espectáculos taurinos, sin embargo, mientras los primeros como Gabriel García Márquez o Federico García Lorca hacen una mirada romántica, una metáfora sobre la vida o la muerte, los segundos, desde Alfonso X el Sabio pasando por Francisco de Quevedo hasta Unamuno, incluso el Dalai Lama, han mostrado su oposición a las corridas de toros con argumentos más válidos, morales o religiosos, de sensibilidad o de conciencia e incluso económicos, por resultar caras al erario público.

En el debate entre tradición y prohibición, la controversia es antigua pero, en la última década, la realidad refleja un descenso en el número de espectáculos taurinos y en el número de asistentes a estos espectáculos (véanse las estadísticas de Asuntos Taurinos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte) que contrasta con las facilidades que las Administraciones Públicas, propietarias de muchas de las plazas, ofrecen a las escuelas taurinas y a los empresarios taurinos bien sea dando subvenciones o ayudas públicas o bien rebajando los cánones taurinos (como por ejemplo el de la plaza de Algeciras que se ha bajado de 50.000 euros a 3.000 euros) o dejando de percibir el canon de años anteriores, por el momento no cobrado, como en la plaza de Huesca. Es la política al servicio de los grandes intereses económicos del sector taurino (toreros, apoderados, empresarios taurinos y ganaderos) frente al interés de la ciudadanía.

En mi niñez acudí, en varias ocasiones, a la “becerrada”  matutina. Veía con pena el trato que recibían las  vaquillas –luego supe que muchas solo tienen meses de vida- pero iba con la pandilla del barrio y era algo “tradicional” de las fiestas que consistía precisamente en divertirse a costa de ellas. Ya en mi juventud, también en alguna ocasión, acudí en las tardes de toros, no tanto por mi interés por la corrida como por merendar con la cuadrilla, incluso alguna vez no llegue a subir a las gradas. Pero un día, ya adulta, subí a la grada, miré y solo vi maltrato y muerte. Por cierto, niña y adolescente, siempre accedí a la plaza gratuitamente, con invitación, con entrada promocional o de protocolo o por mi condición de socia de alguna peña recreativa.

El pasado 22 de enero de 2018, tuvo lugar en Ginebra una sesión pública entre el Comité de los Derechos del Niño de la ONU y la Delegación del Gobierno de España, a la que se preguntó en varias ocasiones por la participación y asistencia a eventos taurinos y escuelas taurinas de niños, niñas y adolescentes.

La legislación española protege a la infancia de la exposición a la violencia, con la excepción de las corridas de toros, lo que plantea una contradicción entre los tratados internacionales firmados por España y lo que se aplica con la tauromaquia, por lo que dicho comité ha incluido una serie de recomendaciones para modificar la legislación y prohibir la participación y asistencia de niños, niñas y adolescentes a las actividades y escuelas taurinas.

Mientras tanto, el sector taurino se acoge a la legalidad, ignorando la creciente sensibilidad social frente al maltrato animal  y a la protección de los menores, y no pierde la oportunidad, ante hechos aislados y de dudosa responsabilidad, de presentar a las personas antitaurinas como alborotadoras organizadas, a sabiendas de que ejercemos presión desde la legalidad, manifestando nuestra oposición, exigiendo la aplicación de leyes y normativas sin excepciones (espectáculos públicos, maltrato animal, protección de menores) y visibilizando las prebendas y beneficios que desde la administración y los poderes públicos se facilitan para divertimiento de unas y enriquecimientos de otras a costa de tortura y sufrimiento.

Somos muchas, mas de 4.000 o 4.500, las personas que en cada ciudad no vamos a la plazas de toros para ver sangre y muerte.

Pongamos en valor espacios que ofrezcan un interés turístico todo el año del que pueda beneficiarse de una manera u otra toda la ciudad y busquemos como elemento fundamental de las fiestas actos lúdico-festivos para disfrute de un ocio sano y creativo con ofertas para personas de todas las edades.

Con todos mis respetos a las personas taurinas les digo que no voy contra los toros sino a su favor, que a mi me gustan los toros y que a ustedes les gusta llevar a cabo o consentir el maltrato y la muerte del toro. Tortura y crueldad al fin, por muy legal que sea.

Con todos mis respetos a las personas taurinas les digo que piensen en qué consiste la lidia o cualquier otro espectáculo en el que haya animales no humanos, pónganse en su lugar y piensen qué les divierte. Háganlo desde un punto de vista moral y racional, con sensibilidad y responsabilidad. Dejen trabajar a sus neuronas espejo y sientan compasión.

Quizás descubran que no son taurinas o incluso que son antitaurinas.

Como dijo el antropólogo, filósofo y matemático español Jesús Mosterín, la capacidad para rechazar la crueldad puede desarrollarse o atrofiarse por falta de uso.

 

Macu Lacoma es socia de infoLibre

Celebradas las fiestas patronales de muchos lugares de la geografía nacional, he leído cada día cómo se dedica mucho espacio en la prensa escrita, incluso en portada, a personas y empresas partidarias e interesadas en la defensa de las corridas de toros (personas taurinas, a partir de ahora) y ningún espacio para las personas y asociaciones contrarias a este tipo de espectáculo (personas antitaurinas, a partir de ahora).

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