No deja de sorprenderme la evidente tolerancia, despreocupación –incluso alegría diría yo– de los poderes de siempre respecto a la repentina aparición y crecimiento de Ciudadanos en el panorama electoral español, y como muestra un dato. En enero de este año, la intención de voto del partido de Rivera –Barómetro del CIS– , era del 3,1% y limitada casi exclusivamente a Cataluña, hecho que coincide curiosamente con el preocupante –para los poderes reales, los de verdad y no sus acólitos políticos– cénit de Podemos, cuya intención de voto en ese momento era del 23,9%, emparedado por arriba entre el lento pero persistente declive del PP (27,3%) y un PSOE por debajo (22,2%) electoralmente plano en la intención de voto.
No soy politólogo, pero las casualidades e inesperadas coincidencias en la política despiertan mi interés y siempre me resultan de entrada, sospechosas. Me cuesta trabajo aceptar que estas dos tendencias en la instención de voto de Ciudadanos y Podemos concatenadas en el tiempo sean fruto del azar o de la espontaneidad política de los ciudadanos.
La aparición de Podemos –motivos había para ello– en el escenario político, provocó que la mofa y el ninguneo inicial se transmutaran en inquietud con el paso del tiempo ante el avance "in crescendo" en la intención de voto del partido de Iglesias.
Aquella protesta iniciática de yayos y perros flautas con rastas que se hicieron fuertes dignamente en Sol, inesperadamente y contra todo pronóstico de los engreídos politólogos de la santa madre política nacional, cuajó electoralmente como alternativa real, y que en el acmé de la intención de voto ciudadano, se codeaba con la de los grandes partidos tradicionales del eterno, confortable y pactado bipartidismo.
Insisto y vuelvo al principio, me sorprende la tolerancia y aceptación –que reconforta y serena sin duda a los poderes económicos, incluso a sectores políticos y sociales- ante el acelerado e indiscutible éxito de Ciudadanos, e imagino que esa tolerancia no será fruto de la dilatada experiencia y madurez política de sus dirigentes y que a otros tanto se critica.
En apariencia surge como el comodín salvador que asegura la jugada y la apuesta de algunos interesados en controlar la baraja política, eso sí, no sabemos si jugando con cartas marcadas y con un comodín en la manga.
No sé si el éxito de Ciudadanos es espontáneo, me cuesta creerlo, o provocado, es posible, pero el debate entre politólogos de postín –revisen hemerotecas– tampoco llega a definir claramente su perfil ideológico o político ni las claves de su éxito.
Dependiendo de opiniones, su ubicación en el espectro político presenta un intervalo ideológico muy amplio por transversal –una de sus señas de identidad– y que oscila desde: “es un partido de derechas”, según algunos, al de “es un partido de centro izquierda” de otros. Algún politólogo lo ha calificado como “un catch-all-party”, un partido atrápalo todo que lo mismo sirve para un roto de la derecha que para un descosido de la izquierda vamos… ¡un oportunista partido sastre de la política!
Transversalidad, indefinición, ideología laxa, ariete contra la corrupción, liberal en lo económico, laico en lo religioso, tolerante en valores morales, propuestas económicas en territorios aceptables para el IBEX y fiscales próximas a FAES con algún oportunista matiz redistributivo “socialdemócrata” para paliar injustificables carencias sociales, fenotipo impecable y nada turbador, dirigentes de aspecto moderado y saludables, este partido de nombre insinuante… Ciudadanos, pescador de votantes en las revueltas aguas de la política nacional encrespada por la corrupción y escándalos de los partidos tradicionales y el temor difundido por los altavoces mediáticos y políticos de siempre para frenar el tsunami de las hordas rojas de Podemos y, lo más cómico, quién iba a decirl, del PSOE, sigue atrapando votantes de la derecha –¿moderada?– del PP, de la extinta UPyD y quizás del ala para entendernos menos centro izquierdista del PSOE.
En el fondo, Ciudadanos es ese “comodín” tranquilizador que quizás algunos tahúres –los verdaderos poderes– se han sacado de la manga para, por una parte, “civilizar” a una derecha ideológica –rayana últimamente con la ultraderecha–, cada vez menos creíble y que comienza a ser invendible políticamente incluso para esos mismos poderes, y “lastrar” por otra la inclinación del PSOE hacia posiciones –da risa solo el comentarlo–etiquetadas desde el sector antagónico del arco político como de izquierda radical y extremista.
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Ciudadanos –con ¿ayuda? o no de otros poderes– aprovecha el espacio político vacío dejado por un PP hundido en sus corrupciones, anclado en un radicalismo ideológicamente ultra, anti sistema, excluyente y a quién ha situado a su derecha, e impide simultáneamente con su carga de corrupción correspondiente, y la renuncia a su espacio natural ideológico, el desplazamiento hacia la “izquierda” del PSOE, representada hoy por la “socialdemocracia radical” de Podemos, al que obscenamente políticos inviables en un país democrático, al borde de la demencia y desenterrando viejos fantasmas cainitas, tratan de comparar impúdicamente con los soviets.
El problema y el riesgo de Ciudadanos, es que huyendo de excesos –lo cual no tiene porqué ser negativo– pero abusando en demasía de su afán de transversalidad y evitando premeditadamente definir su perfil ideológico –las ideas alimentadas racional y razonablemente por la ética son siempre positivas–, pueda desaparecer difuminada su credibilidad en su brumosa y laxa identidad política.
Respecto a su defensa de la incorruptibilidad –deben creerse a priori, quizás lo sean, incorruptibles– habrá que dejar, si “tocan poder“, pasar el tiempo para comprobar cuánto duran sin mancharse las manos en esta selva en que ha devenido últimamente la actividad política.
No deja de sorprenderme la evidente tolerancia, despreocupación –incluso alegría diría yo– de los poderes de siempre respecto a la repentina aparición y crecimiento de Ciudadanos en el panorama electoral español, y como muestra un dato. En enero de este año, la intención de voto del partido de Rivera –Barómetro del CIS– , era del 3,1% y limitada casi exclusivamente a Cataluña, hecho que coincide curiosamente con el preocupante –para los poderes reales, los de verdad y no sus acólitos políticos– cénit de Podemos, cuya intención de voto en ese momento era del 23,9%, emparedado por arriba entre el lento pero persistente declive del PP (27,3%) y un PSOE por debajo (22,2%) electoralmente plano en la intención de voto.