Estamos asistiendo a una campaña internacional para acabar con el dinero en efectivo. No hace falta señalar que, detrás de una maniobra de tanta envergadura, se esconden intereses muy poderosos.
Recientemente, en India, el segundo país más poblado del planeta, el Gobierno anunció de improviso que retiraba algunos de los billetes más comunes, provocando el caos en un país donde el 98% de sus operaciones se realizan en efectivo, y donde la inmensa mayoría de su población es pobre, a menudo analfabeta, y sin cuenta bancaria.
Europa por su parte ha dejado de emitir billetes de 500 euros, pero como apenas si circulaban, su impacto en la vida cotidiana de la gente ha sido inapreciable. Y, en España, donde el 80% de los pagos se efectúan hoy día billete en mano, el Gobierno no deja de intentar acabar con ellos. Si, en noviembre de 2012, prohibió los pagos en efectivo superiores a 2.500 euros, en diciembre de 2016 redujo dicha cantidad a 1.000 euros, so pretexto de combatir el fraude del IVA.
La muerte del efectivo se está llevando a cabo mediante un proceso gradual cuyo calendario está en marcha y cuyas etapas se van cumpliendo inexorablemente. Pero para atenuar el rechazo y malestar que suscita dicha medida, sus promotores la justifican con sus presuntas “ventajas” para la sociedad:
- Evitar el fraude fiscal
- Acabar con la economía sumergida
- Eliminar el dinero negro
- Combatir la corrupción, el narcotráfico y otras actividades ilegales
Un menú de lujo, cuyas expectativas sin embargo, se muestran poco, o nada, acordes con la realidad.
Sus valedores citan como modelo a Suecia y Dinamarca, donde el efectivo apenas circula (por una cuestión de comodidad de sus habitantes), y donde la corrupción y la evasión fiscal son bajísimos comparados con nuestros insuperables estándares mediterráneos. Lo que invalida y echa por tierra su argumento, es que el fraude desapareció de esas naciones mucho antes de que sustituyeran el dinero físico por el electrónico, lo que demuestra que no guarda la menor relación una cosa con otra.
Hace ya muchos años que la mayor parte del dinero negro que se mueve en el mundo es electrónico, no físico, siendo los bancos privados los encargados de lavarlo, aclararlo y centrifugarlo convenientemente, ya que, sin su inestimable cooperación y ayuda, no podría existir.
El fraude fiscal todo el tiempo que se mantengan los paraísos fiscales y se tolere la opacidad bancaria: esa nube de testaferros, cuentas opacas, sociedades fantasma y empresas pantalla que tienen a su servicio las grandes empresas y fortunas para no tributar. Mientas ese entramado mafioso no desaparezca, no habrá nada que hacer, y el dinero de la corrupción, del blanqueo y la fuga de capitales seguirá afluyendo tranquilamente a las Bahamas, Caimán, Delaware, Luxemburgo, etc., lejos de los ojos de Hacienda.
Pero como parece que acabar con los paraísos fiscales es tabú, ni se menciona, ni se plantea, ni mucho menos se aborda, y en su lugar se opta por atacar el bolsillo del ciudadano de a pie como si ese fuera el problema. Salimos a cazar elefantes, pero disparamos a los gorriones. Que un fallo de vista lo tiene cualquiera.
¿O alguien se traga que la desaparición del dinero en efectivo, hará desaparecer los paraísos fiscales y lo que se maneja y cuece en ellos? Por favor. ¿Acaso desembarcan allí a diario barcos y aviones cargados de billetes como cuando el pirata Henry Morgan acudía a las islas caribeñas a enterrar el fruto de sus fechorías bajo la arena de sus playas?
Naturalmente que el dinero en metálico se puede usar bien o mal, pero lo mismo sucede con los coches o los ordenadores, sin que a nadie se le ocurra extirparlos. Porque, como señalaba Bertrand Rusell con acierto, resulta preferible que algunos delitos queden sin castigo, que condenar a toda la población a vivir en un régimen policial. O ya puestos, en un corralito monetario, si viene al caso.
Si abolimos los billetes, tan solo los escalones menores de la delincuencia económica, como la chapuza de medio pelo, la prostitución y el menudeo de la droga, se verán obligados a modificar su modus operandi - recurriendo al trueque, al pago en especie, a las criptomonedas, a facturas falsas u otros métodos por el estilo -, pero los tráficos ilegales a gran escala seguirán gozando de la misma impunidad y canalizándose por los mismos circuitos financieros que hasta ahora.
Y, la no sustracción de carteras, se verá sobradamente compensada con los robos informáticos, de móviles, de tarjetas de crédito y el hackeo de cuentashackeo. Vaya lo uno por lo otro.
Los grandes beneficiados, sin género alguno de duda, son los bancos privados, porque:
Se ahorran los costes de manipular, transportar y custodiar efectivo: desde dispensadores, recicladores, cajeros automáticos, cajas fuertes y bóvedas acorazadas, hasta furgones blindados y guardas de seguridad.
Los pagos en metálico resultan gratuitos para los ciudadanos, que incluso pueden obtener descuentos por hacerlo al contado, mientras que los que se efectúan con tarjeta de crédito, móvil o transferencia, conllevan una comisión que va a cargo del usuario.
El dinero físico que emite el Banco Central, tiene carácter público y gratuito, mientras que el dinero virtual que crean de la nada cada vez que conceden un préstamo, genera intereses a su favor. Eliminar el efectivo permitiría a la banca privada deshacerse de su único competidor y quedarse con el monopolio de la creación de dinero, obligando al Estado a pasar por su ventanilla para financiarse. Un negocio redondo y sin riesgo.
Si durante la crisis bancaria del 2008, no hubiera habido ya dinero en efectivo, los bancos hubieran podido aplicar tipos negativos a sus clientes sin miedo a que retirasen sus depósitos, y en vez de abonarles intereses, cobrárselos. Un ahorrador que tuviera 100.000 euros hubiera visto como al cabo de un año su depósito se reducía a 90.000 euros por arte de birlí y birloque, porque el banco le quitaba 10.000 euros para sanear su balance. Y se encontraría totalmente indefenso frente a ese atropello. Sólo el papel moneda ha librado a la gente de pagar ese impuesto revolucionario a la banca, aunque al final haya tenido que terminar rescatándola con sus impuestos, que a escote no hay nada caro.
La supresión del efectivo otorgaría a la banca, el manejo y control total del dinero de los ciudadanos. La información que la entidad tendría de sus actividades sería completa, detallada y exhaustiva. El banco conocería sus hábitos de consumo, gustos, aficiones, y hasta el más insignificante de sus gastos, porque no habría pagos en mano que escapasen a su fiscalización. La ausencia de efectivo implica introducir un intermediario para que intervenga, fisgonee, supervise y apruebe todas nuestras transacciones económicas. El banco podrá decidir si da prioridad a atender el pago de la hipoteca o a la factura del agua o de la luz, bloquear quien le parezca o impedirle realizar determinados pagos. Algo que ya ha sucedido. Visa, PayPal y MasterCard trataron de ahogar económicamente a Wikileaks, rechazando las donaciones que le hacía la gente. “Una sociedad sin efectivo” constituye un eufemismo para referirse a “una sociedad de pídele-a-tu-banco-permiso-para-gastar”, [1] porque la última palabra la tendrá él.
Pero los perjuicios no terminan ahí.
Un ataque informático, un fallo de comunicaciones, una interrupción del suministro eléctrico, podrían dejar a una persona completamente desvalida y sin posibilidad de reacción, mientras que el dinero en efectivo da libertad personal para gastar con total autonomía sin tener que pedir permiso ni rendir cuentas a nadie.
Por esa razón habría que garantizar por ley el derecho a emplearlo, como un derecho humano fundamental más, si no queremos dejar de ser autosuficientes para pasar a ser autodependientes.
Eliminar el dinero físico no responde a una necesidad de la gente, sino a una imposición arbitraria del poder, que, en vez de eso, lo que tendría que hacer, sería clausurar los paraísos fiscales, crear una banca pública potente, e inhabilitar a los bancos privados que se dedican a blanquear dinero negro, para ir despejando el camino.
Las soluciones son claras y sobradamente conocidas y, si no se acometen, es por falta de voluntad, porque nuestros gobernantes no son nuestros, sino suyos.
Andrés Herrero es socio de infoLibre
Estamos asistiendo a una campaña internacional para acabar con el dinero en efectivo. No hace falta señalar que, detrás de una maniobra de tanta envergadura, se esconden intereses muy poderosos.