En su obra Del asesinato considerado como una de las bellas artes, Thomas de Quincey escribía con ironía estas célebres palabras: "Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente". Cuando hablamos de la corrupción, algunos deben pensar que su origen recorre el mismo iter criminis. Que todo empieza por generación espontánea en el escalón más alto del infierno para luego ir descendiendo al paraíso de la liviandad. No es así. Antes de seguir, un breve recordatorio de la corrupción que nos atenaza, a través de sus personajes más representativos.
Urdangarin y la infanta Cristina, bajo sospecha. Bárcenas, extesorero del PP, en la cárcel por ladrón. Matas, expresidente de Baleares, en la cárcel por tráfico de influencias y lo que te rondaré morena. Jordi Pujol, expresidente de la Generalitat, defraudador confeso. La sede del partido político que nos gobierna, registrado por la policía. Gobiernos autónomos de Valencia y Andalucía, bajo el foco de la sospecha. Alcaldes, concejales, consejeros, directores generales, cientos de cargos públicos, con cargos a la espera de ser juzgados. Decenas de casos poblando la geografía española y copando los informativos: Gürtel, Púnica, ERE, Nóos, Brugal, Fabra, Pokemon, Palma Arena, Millet, Malaya, ITV, Baltar, etc... Si dicen que la clase política es un reflejo de la sociedad, qué sociedad, madre mía, la que parió a esta banda.
Siempre que se habla de la corrupción pública, la corrupción de los políticos y los funcionarios, se nos olvida el germen de la que nace: la podredumbre privada, que la hay, y mucha. Se empieza trampeando en el colegio y se acaba mangoneando en el trabajo. He ahí el caldo de cultivo del que beben nuestros políticos. Nos quejamos amargamente de estos canallas de la vida pública, que abusan del dinero de todos en su propio interés, pero asumimos alegremente la corrupción que prolifera en el ámbito privado. No somos, me parece, muy conscientes de la importancia que esta última tiene como agente activo de la corrupción política, siquiera de su comprensión. Cómo si no se entiende que el corrupto se ve premiado por sus conmilitones, primero, por los electores en las urnas, después. Quien en su círculo más estrecho convive consciente y plácidamente entre prácticas que podrían considerarse, si no técnicamente ilegales, sí claramente inmorales, qué duda cabe que observará la corrupción con más indulgencia que otro que actúe con rectitud. Dejando a salvo los casos de hipocresía monumental, que no dudo que habrá.
La curación de la corrupción empieza por uno mismo, en el día a día. El reto, apuntaba un reputado juez, consiste en "educar a las siguientes generaciones en que, por ejemplo, saltarse una cola es un comportamiento poco ético y reprobable. El día que consigamos que nuestros niños entiendan eso, será mucho más difícil que luego haya un alto índice de corrupción". Mientras llega ese día, recordar a los no tan niños que una cosa es que te regalen unas botellas de cava por Navidad y otra muy distinta que te conviertan en accionista venal de una bodega. Dicho en román paladino: que ya vale de hacer el egipcio todo el santo día, hombre.
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Cuántos casos conocemos, sotto voce, de mandatarios y mediadores de todo tipo que imponen su comisión, otra práctica que chirría, como primera condición para ganar una oferta. Hablo de todos aquellos profesionales, si pueden llamarse así, que se ocupan de los bienes y negocios privados ajenos. Hablo de los profesionales que actúan, más que con la diligencia de un buen padre de familia, con la presteza de un mal gestor de la propiedad. Y me dirán los aludidos que su actuación no infringe ninguna ley. Vale. Pues si tan legal les parece, por qué no informan a sus clientes de esa 'mordida' extra que reciben aparte de sus honorarios. Quiá, no se atreverían, so pena de perder la confianza en su nombre, el más importante crédito de cualquier profesional. Quién puede dudar que estas, llamémoslas, corruptelas, solo propician la instauración de una ley del silencio en perjuicio de la transparencia y del buen servicio que debe regir el tráfico jurídico. Quién de entre los presuntos extorsionados se atreverá a romper este juego públicamente; quién se atreverá a poner en riesgo su medio de supervivencia. Cuando haya tolerancia cero con la corrupción privada, la corrupción política empezará su cuenta atrás. Que sí, que corruptos habrá siempre, como muertos en la carretera, pero menos habrá si hay percepción de castigo severo y no de impunidad. El objetivo debe ser cero corruptos, como se persigue cero víctimas en tráfico.
Mientras llega ese venturoso día, habrá que concluir con las palabras con las que el escritor inglés iniciaba su famoso ensayo de la mano de un hombre morbosamente virtuoso: "la mano que descarga el golpe mortal no está más empapada de sangre que la de quien contempla el espectáculo, ni tampoco está exento de la sangre quien permite que se derrame, y quien aplaude al asesino y para él solicita premios". Y qué quieren que les diga, en este nuestro anfiteatro nacional, se oyen más palmas que collejas.
Gonzalo de Miguel Renedo es socio de infoLibre
En su obra Del asesinato considerado como una de las bellas artes, Thomas de Quincey escribía con ironía estas célebres palabras: "Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente". Cuando hablamos de la corrupción, algunos deben pensar que su origen recorre el mismo iter criminis. Que todo empieza por generación espontánea en el escalón más alto del infierno para luego ir descendiendo al paraíso de la liviandad. No es así. Antes de seguir, un breve recordatorio de la corrupción que nos atenaza, a través de sus personajes más representativos.