Estamos asistiendo a un denodado esfuerzo, sobre todo de los medios de comunicación, por atribuir a los representantes políticos una inclinación al desacuerdo y a la tensión que sería la principal razón del bloqueo político actual. Se oye y se lee que todo el problema estriba en que nuestros representantes no consiguen ponerse de acuerdo porque expresan y defienden intereses que son más suyos que sociales. Esto, sin decirlo expresamente, viene a traducirse por una afirmación que puede resumirse en la ciudadanía es más propensa al intercambio de opiniones y al acuerdo que sus representantes.
No me cabe duda de que estamos ante un juego de autoexculpación. La responsabilidad es de los otros, esos que nos representan. Nunca, en nuestra intensa vida social, hemos llegado al punto de no escuchar a quien habla, de quitarle la palabra, de reafirmar nuestros argumentos sin haber hecho el menor esfuerzo por atender a los de nuestros interlocutores, etcétera, etcétera. Y no digamos en eso que se da en llamar debate político, donde nadie escucha a nadie, sin entrar en el capítulo de anatemas, insultos, descalificaciones, etcétera, etcétera, con pertinaz intervención de los periodistas presentes.
Se viene a decir incluso que la tensión está en el hemiciclo, mientras en la calle no hay dificultad para hacerse oír y compartir opiniones. ¿De verdad podemos creer algo así? ¿Y por qué ahora semejantes afirmaciones? La ruptura del bipartidismo genera una crisis existencial que se soslaya, sin decirlo, atribuyendo a la multiplicación de las voces una suerte de maldad intrínseca. ¿Es más fácil llegar a acuerdos cuando solo hay dos interlocutores? No es eso: es más fácil actuar cuando no hay interlocutores, cuando una mayoría absoluta garantiza la ausencia de réplica. ¡Este es el problema! ¡Es nuestra cultura la que carece de instrumentos para producir proyectos compartidos! El debate, como práctica social y mucho más como práctica política, no es consustancial a nuestra cultura: somos más de monólogos, estridentes y a menudo paralelos. Y nuestros representantes no hacen sino reproducir el modelo social.
Pero hay que tener en cuenta la otra cara de la moneda: los acuerdos no pueden suscribirse y luego negarse, tergiversarse, esconderse o atribuírseles contenidos que no tienen. Y aquí entra en juego una operación que se disimula tras las invectivas para esconder su verdadera naturaleza: el acuerdo firmado entre trompetas y tambores por el PSOE y C's dice lo que dice e incluye ciertas líneas rojas, que aquí lo son y muy gruesas, acerca de las cuestiones económicas. Viene a decirse ni hablar de cambiar de forma sustantiva la política económica aplicada por el PP por imposición de Bruselas. A partir de ahí, no queda margen alguno para una política social que lo sea de verdad y solo caben operaciones de maquillaje: eliminar diputaciones, moralizar la vida pública, ... ,etcétera, nada comprometido pero que permite atenuar el ruido del portazo a la izquierda.
¿Y ahora qué? Pues lo obvio: intensificar el sonido de la orquesta mediática que pone el acento en responsabilizar a los demás de la parálisis, nunca a los partidos de la gran coalición, que por cierto continúa siendo la máxima aspiración, y sin duda estaría en marcha si no fuera por la fachada descompuesta del PP. Eso sí, hay que dejar claro que se trata solo de eso, de limpiar la fachada, con eso bastaría. Esa fachada a la que ponen cara algunos ilustres del partido, empezando por Rajoy.
Y para este gran ruido la orquesta mediática va allegando cómplices, a veces insospechados. Últimamente hay varios ejemplos, que todo el mundo conoce. Y a este respecto, no puedo evitar que mis dudas afloren y las exprese así: estas complicidades, ¿obedecen a limitaciones en la comprensión de la situación, a pura bobería o han surgido intempestivamente intereses que hacen torcer el rumbo? Pues de nuevo nos encontramos con las extravagancias de nuestra cultura política, que convierte la revisión de conceptos y los cambios de opinión que pueden explicarse por el propio devenir de los acontecimientos, en pases mágicos pergeñados en un abrir y cerrar de ojos sin fundamentos conocidos. Y, lo que es peor, mucho de esto procede de viejos militantes que jamás han conseguido consolidar una alternativa de izquierda y encuentran hoy la posibilidad de expresarse a través de los medios que acogen con gran alegría la descalificación de las fuerzas políticas que lo intentan después de tanto tiempo de esterilidad.
Y en esas estamos, a las puertas de que se instale la decepción, sufriendo las consecuencias, sobre todo, del suicidio de la socialdemocracia europea, con la española intentando superar sus confusiones internas demasiado lentamente y en un momento en el que se le exige que esté a la altura de su historia reformista, un poco lejana pero no del todo olvidada. ____________Jacinto Vaello Hahn es socio de infoLibre
Jacinto Vaello Hahn es socio de infoLibre
Estamos asistiendo a un denodado esfuerzo, sobre todo de los medios de comunicación, por atribuir a los representantes políticos una inclinación al desacuerdo y a la tensión que sería la principal razón del bloqueo político actual. Se oye y se lee que todo el problema estriba en que nuestros representantes no consiguen ponerse de acuerdo porque expresan y defienden intereses que son más suyos que sociales. Esto, sin decirlo expresamente, viene a traducirse por una afirmación que puede resumirse en la ciudadanía es más propensa al intercambio de opiniones y al acuerdo que sus representantes.