¡España, los reyes de Europa!

Antonio García Gómez

La pulsión eufórica ha debido invadir los ánimos, al menos, de una cuarta parte de los españoles, de pura cepa por descontado, récord de televisiones encendidas, hasta 14 millones, y de otros tantos descendientes de migrantes pobres y extranjeros que también se creyeron “el cuento de la criada” que callaba los pecados de “la señora y el señor”, como lo hizo su autora con los pecados infames de su segundo esposo, mientras se alejaba a la hija victimizada para que no rompiera la imagen idílica.

La pluralidad hace estragos y amigos de una noche, al menos. España: campeona de fútbol, en Europa, y ya de paso y con el pabellón en todo lo alto, también el otro compatriota, el tenista fabuloso de Alcaraz saboreó las mieles del triunfo y la épica en Wimbledon, mientras se conjuran los mandamases en envolver a las nuevas figuras emergentes en puro oro macizo.

Como hubiera dejado dicho mi padre: "Tras la victoria inapelable, la vida ganada”. Y, sin embargo, apenas el exceso de cervezas y banderas bicolores, nos permitirá en la resaca que “la vida sigue igual”. Con cierto complejo de que uno, después de todo, solo es un cenizo. Váyase a saber.

Hace tiempo ya que nuestro país va reduciendo el desempleo y alcanzando el mayor número de empleados. Aún sin copa en la mano, y aún con media España despotricando del mismo presidente que hoy recibiera a los jóvenes gladiadores del balón pie y el tenis, igualmente, junto a su Alteza el rey, con la sensación de que un grupo de muchachotes “españolazos” han alcanzado los laureles de la gloria, y que lo del empleo y la economía que crecen es un asunto menor.

Porque solo cabrá odiar al pobre, y si es extranjero mejor, salvo que triunfe más allá de lo impensable. Mientras que el resto de los gladiadores hablarán de otras cosas, cantarán, saltarán, sudarán y bailarán, y exhibirán su masculinidad fuera de toda duda, arrumbada la feminidad no admitida entre machos alfa y triunfantes. Y ¡Viva España! Manque gane sin asombro de duda.

A pesar de que el esfuerzo fue y es colectivo, y hay millones y millones de segundos, terceros y últimos mercachifles que también hacen, honestamente, por ganarse la vida. Aunque hayan llegado a descubrir que los pisos en Ávila ya están tan caros como en el mismo Madrid y que no pueden permitirse unas vacaciones porque su trabajo del día a día, extenuante, no les da para tantas alegrías.

Solo cabrá odiar al pobre, y si es extranjero mejor, salvo que triunfe más allá de lo impensable. Mientras que el resto de los gladiadores cantarán, saltarán, sudarán y bailarán, y exhibirán su masculinidad fuera de toda duda, arrumbada la feminidad no admitida entre machos alfa y triunfantes

“Panem et circus” que hubiera dicho el clásico, sin desdeñar el esfuerzo y el éxito de nuestros aguerridos compatriotas, los jugadores campeones, cuando sólo se trataba de un juego. Como decía Pogacar, el pequeño príncipe del deporte de dar pedales, hace unos días, sobre si planeaba “vengarse” o no de Vingegaard y él aseguraba que el ciclismo sólo era un juego, y que unas veces se gana y otras se pierde, y nadie le hizo ni caso, o lo que es peor, no le creyó ni media palabra.

Y es que como decíamos de pequeños lo importante “era participar” y eso no se lo creía nadie, aunque probablemente era y es lo más importante, sobre todo si se trataba de la chiquillería apartada el relumbrón del bienestar, corriendo hasta descarnar aquellos zapatones “Gorila”, de material y piel, que también se buscaban su “puesto al sol”, como hacíamos nosotros. Con unos mojoncitos de piedrillas y no porterías de postes de piedra, con los jersey apelotonados para que resaltaran, jugando a ganar sobre campos intratables,  sin que echáramos cuentas hasta donde llegaban las goleadas por las que se ganaba y se perdía, para volver a casa tan felices, sin equipación oficial, con un par de cromos arrugados y repes en nuestros bolsillos. Sabiendo que sólo unos pocos, entre miles y miles, llegarían a lo más alto, y el resto seguiríamos jugando al “chorro, morro, pico, tallo, tijerillas de caballo, que será, que no será”, en los descansos donde el más torpe tenía que irse a saltar la tapia a que le devolviesen la pelota encalada, y váyase a saber si no pinchada.

Cuando ya solo nos queda la esperanza que los niños desgraciados y sospechosos puedan seguir jugando al fútbol, sujetos de la atención a sus mayores, recelosos, preocupados, por una noche… “casi colegas”.

Antonio García Gómez es socio de infoLibre.

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