Los huesos de don Miguel

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Fernando Pérez Martínez

Es el mundo que construimos, lo sepamos o no, lo conozcamos o lo ignoremos, el mayor legado que vamos a dejar a la gente a la que amamos. Sólo por esto deberíamos ser muy escrupulosos con las acciones u omisiones de nuestra conducta inmediata. Nuestro voto…

“¡Ay! Mi amor, cuánto te quiero. Por ti daría hasta la propia vida. Cambiaría el cielo por este collar de perro". Pensamos o decimos a nuestros seres amados. Aceptando el maltrato laboral, la precariedad salarial, la injusticia social. Como prenda de amor. Ajenos a que la aceptación del yugo para el cuello propio valida el contrato, las condiciones para quienes pretendemos proteger.

Te lo contaré en forma de cuento. Hace muchos, muchos años, que los huesos de Miguel fueron aventados por los siglos desde su fallecimiento hace más de trescientos años. Sólo ahora nos enteramos que no, que permanecen perdidos que hay quien ¿con derecho?, quiere recuperarlos. Después de una vida larga, ingrata y dura de trabajos, hay quién todavía aspira a exprimir el tuétano rancio, pero a su juicio sustancioso, de su esqueleto casi cuatricentenario. Que es justo y necesario excavar, ultrajar tumbas, buscar entre las sepulturas de entonces, disturbar la paz de los muertos, rasgar la tierra, romper lápidas, movilizar costosos equipos de geo radar y forenses, para que el “legítimo propietario” de la osamenta del autor de “El ingenioso hidalgo…” pueda echar mano a los restos mortales del difunto señor Cervantes.

¿A quién pertenecerán tus huesos cuando te hayas muerto? ¿De quién son los huesos del creador de las aventuras de don Alonso Quijano? ¿Quién tiene derecho a reclamar sus despojos mortales y para qué?

¿Será el ministro Wert el necrófilo amante de las tibias de don Miguel? ¿Serán los propietarios de la necrópolis trinitaria quienes desean apoderarse de sus restos para rentabilizar el rescate de Argel? No pagó don Miguel Cervantes por yacer en una cripta, en un nicho, como era costumbre, que fue enterrado de caridad, a la espera del Juicio Final.

¿Quién pretende alterar el descanso eterno de D. Miguel Cervantes Saavedra? Soldado tullido en el Golfo de Lepanto a arcabuzazos, rescatado de Argel tras cinco años de cautiverio, varias veces excomulgado, penado en las mazmorras de Sevilla… Así y todo alumbró con su pluma obras que fueron el asombro de los siglos. La más insigne en lengua castellana todavía hoy a decir de los expertos. Una vida intensa, consumida de principio a fin.

Y, hoy, son sus huesos codiciados, rastreados, puestos en busca y captura, aquéllos que la caridad pública dio sepultura, los que hoy la avidez del incógnito obstinado, persigue alterando la paz de los cementerios. ¿Quién está tras los restos del insigne escritor, del desestructurado ciudadano de paupérrima economía, del soldado sin fortuna, del español que cierra, ensanchando España, en el global universo de las letras?

Un ánimo espurio, un deseo de hacer caja, una posta en el circuito turístico, una voluntad de exhibir los nobles despojos haciéndolos rendir a la altura de la mujer barbuda en cualquier feria de la parada de los monstruos. Quien le tiene puesto precio cree poder sacar oro todavía de su huesa maltrecha.

Descansa en paz, D. Miguel de Cervantes Saavedra, en el anonimato de tu reposo eterno, burlando la codicia de quien persigue ponerte a rendir, post mortem, a ajenos peculios.

El cuarto centenario de tu muerte se conmemorará el año próximo, perseguido por mano ansiosa y baldía. ¡No te dejes ver!

Y aquí llega el final del cuento y su moraleja, que habrás de extraer. Éste es el mundo que heredarán quienes nos siguen en la cadena de la vida. No se hizo solo, sino con nuestro concurso o desidia, con nuestro valor y cobardía. Es lícito explotar al ser humano incluso después de muerto. No supimos hacer más… diremos en nuestro descargo. “Cosas veredes” dejó escrito don Miguel.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

Es el mundo que construimos, lo sepamos o no, lo conozcamos o lo ignoremos, el mayor legado que vamos a dejar a la gente a la que amamos. Sólo por esto deberíamos ser muy escrupulosos con las acciones u omisiones de nuestra conducta inmediata. Nuestro voto…

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