Hace un tiempo, no mucho, le escribí a un sobrino, cuyo nombre no es necesario mencionar, lo siguiente: “Tendrás que comer mucha inteligencia y dignidad para atreverte a ofenderme”.
En su airada repuesta hizo mención a mi supuesta pedantería de considerarme más inteligente que él, pero en ningún momento mencionó la palabra dignidad. Seguramente él no comprendió que en el menú que le propuse no había un primer plato, inteligencia, y un segundo plato, dignidad. Era un menú que se componía de un único plato, cuyos ingredientes figuraban en la carta para una mejor aclaración, pero que no se proponían como un primer y segundo plato. Eran bienes complementarios, no sustitutivos. Como el coche y la energía para moverlo, no como un mismo modelo de coche pero de distinto color.
En defensa de mi sobrino, diré que tal vez no tenía más hambre o tal vez no le apetecía degustar el segundo ingrediente. Lo cual no era posible, ya que aunque la dignidad se basta y se sobra para que se pueda degustar por sí sola, la inteligencia no se puede degustar sin dignidad. También es posible, por desgracia, que solamente le diera importancia al término inteligencia como si la dignidad fuera un añadido que se puede eludir, soslayar. No sé.
Me pregunto lo siguiente:
- ¿De qué sirve un edificio si vulnera el casco histórico de una ciudad?
- ¿De qué sirve cualquier persona que utiliza su destreza profesional en beneficio de su potencial cliente sin consideración alguna por las consecuencias de la misma en cualquier otro ámbito de la sociedad?
- ¿De qué sirve una sentencia judicial si vulnera el espíritu de la ley?
- ¿De qué sirve un éxito electoral si atentara contra el interés general?
¿Podemos considerar inteligentes al arquitecto que proyectó ese edificio, al juez que dictó esa sentencia, al diestro profesional o al político ganador?
Creo que no. La inteligencia significa capacidad para comprender o percibir. La dignidad significa excelencia, nobleza, valor; por lo que “digno” es lo que tiene valor y, por tanto, merece respeto.
Si esa capacidad para comprender o percibir se utiliza para lo que no tiene valor, para lo que no merece ser respetado, para lo que en definitiva no es digno, en ese caso, ¿se pueden estimar como inteligentes actitudes e ideas, proyectos y actos que no merecen respeto?
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Jose Amella Mauri es socio de infoLibre
Hace un tiempo, no mucho, le escribí a un sobrino, cuyo nombre no es necesario mencionar, lo siguiente: “Tendrás que comer mucha inteligencia y dignidad para atreverte a ofenderme”.