Justicia democrática

Jose Maria Barrionuevo Gil

Hace más de treinta años pudimos leer en el libro El regreso del sujeto de Jesús Ibáñez: “Cuando las cosas son necesarias y además imposibles, hay que cambiar las reglas del juego, o sea, la ley”.

Cuando nos enfrentamos con realidades que nos sobrepasan, necesitamos ir despacio y no precipitarnos ni para imponer nuestros criterios ni para permitir que otros se vean forzados, injustamente, a no seguir los suyos. La rapidez puede convertirse en un precipicio por donde despeñarse. Si bien, podemos estar llamados a la revolución y no a la anestesia perdurable.

Es verdad que estamos más que inducidos al enfrentamiento que al acuerdo, por una eterna manía establecida desde ciertos medios y ciertas historias. Sin embargo no siempre ha sucedido así. La Constitución que tenemos se hizo sin prisas, porque sus padres, viendo cómo se iba tejiendo el sayo, se dieron cuenta de que no se podía vestir un santo desvistiendo totalmente a otro, y que a río revuelto ganancia de pescadores. El paño del sayo antiguo era demasiado duro y rígido, como para acomodarlo a un nuevo cuerpo legal que no estaba dispuesto a que lo dejaran en cueros.

En estos últimos cuarenta años ha habido tironazos y se nos han producido desgarros, porque no había una verdadera democracia. Y así está el patio de vecinos, con demasiados patrios todavía.

Desde hace tiempo hemos podido leer que “la legalidad es una cuestión de poder, no de justicia”. Está claro que los andares de la legalidad democrática parece que no saben todavía dónde pisan. Tampoco, si encima le empujan y es guiada por unos lazarillos que son bastante pícaros.

Tal como está el patio del corporativismo de la Justicia, que deja correr demasiadas aguas negras, nos conviene hacer una limpieza para que nos pueda lucir la democracia. Si no, no nos extraña que tengamos que seguir viviendo con sorpresas que nos hacen pensar que hemos tenido mala suerte.

Como no hemos estudiado Derecho, no podemos juzgar ni defender ni condenar. Sin embargo, nos llama la atención la deriva asumida, un tanto no democrática de la Justicia por ciertas simpatías, que todos reconocen como políticas, y que nos está poniendo de los nervios a todo el país.

Tal como está el patio del corporativismo de la Justicia, que deja correr demasiadas aguas negras, nos conviene hacer una limpieza para que nos pueda lucir la democracia

Como podemos saber, de los tres poderes de la democracia, aparte de sus miserias que conocemos, el Poder Judicial debería ser el más democrático de los tres, ya que con él nos jugamos infinidad de situaciones, que sufren la poca atención, precisamente, de la mismísima Justicia, tan ciega ella, cuando le parece, o con tanto estrabismo  que nos desconcierta.

Se ha querido remediar el problema dedicando dinero para becas para los estudiantes de Derecho, que nos suena a la antigua familia de los estómagos agradecidos. Podemos entender que una ocurrencia así es sacar los pies del tiesto, pero sin saber cómo echamos a andar. Podemos suponer que habrá que esperar que el personal termine la carrera, consuma algún que otro máster meritorio, prepare las oposiciones y que las pueda superar (sin hablar de la endogamia que puede acompañar tanto a los preparadores como a los tribunales) tal como están las cosas de la experiencia.

La gente de la calle podemos ir viendo que hay que aclarar el tema del Poder Judicial en su propia esencia democrática en todos los ámbitos. Se nos ocurre que sin gastar un duro (un euro nos sale más caro) se puede solucionar el problema y, además, resolverlo de forma más democrática.

Podemos conseguir que en todas las elecciones estatales, y, por supuesto, que de suyo ya cuentan con ciertas cortapisas que la apartan de condiciones totalmente democráticas, podemos conseguir, insistimos, que podamos abrir la puerta para alcanzar una Justicia más favorable para todo el pueblo (demos) y no solo para algunas instituciones o personas un tanto “honorables”.

Se trata sencillamente de que para la Constitución de los Poderes Judiciales, dada su especial peculiaridad democrática, se le dejara con la solución más democrática, a nuestro sencillo entender, que consistiría en que con los resultados de las Elecciones Generales, en el Estado Español, se consideraran todos los votos como si de una demarcación única se tratara, como sucede con las Elecciones Europeas. Podemos decidir, así, por grupos parlamentarios, o  casi, y no por escaños.

Podemos no considerarlo tan difícil, si no hay que rebuscar más ni por más tiempo en los “contenedores” de las Leyes, porque podemos y tenemos que reducir (gastos), reutilizar (votos) y reciclar la Democracia, para que no se nos pueda convertir en un dudoso y desordenado muladar.

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José María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre.

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